Serie: Bellas artes

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Los excesos que desde hace tiempo se vienen produciendo en las filas progresistas, en cuanto a pasarse tres pueblos en rizar el rizo de sus generalmente tan justas ideas, ha provocado que la derecha, en general, pero sobre todo la ultraderecha, haya alumbrado un vocablo, “woke” (en inglés, “despertar”), que ridiculiza esos excesos, con el que se chotean a modo de cuantas estupideces se dicen en el sacrosanto nombre de la izquierda, que cada vez son más. No hace falta más que leer hoy día ese diario español que fue referencia de este país (ejem…) para ver cómo lo que fue un foro de articulistas de primera fila nacional e internacional ha sido sustituido por una recua de indocumentados (e indocumentadas… digámoslo inclusivamente, para que no nos llame la atención la amplia legión de nuevos censores…) que con frecuencia compiten en ver quién dice la patochada más gorda, en ser más de izquierdas que nadie… con el riesgo de (aparte de provocar el cachondeo de los de la otra orilla…) llegar a ser tan extremistas que terminen en el otro lado, por aquello de que “los extremos se tocan”…

Sobre ese caldo de cultivo de los muchos excesos y no menos majaderías que se dicen y hacen en nombre de la noble causa del izquierdismo, y que tanto daño le hacen, se han producido recientemente algunas series en clave de comedia que han hecho furor, y con razón, porque parodian cosas más que cuestionables, por no decir risibles: una de esas series es, por supuesto, Machos alfa, que cuando se escriben estas líneas ha estrenado ya exitosamente dos temporadas y tiene una tercera en rodaje, y no nos extrañaría que siguiera, y siguiera, como el conejito de Duracell… La otra es esta Bellas artes, que juega en un paisaje humano más que propicio para dar simbólicas collejas a tanto cretino “woke” como anda por el mundo del arte, especialmente del arte contemporáneo.

Madrid, en nuestros días: al producirse la vacante de la dirección del Museo Iberoamericano de Arte Moderno, se convoca el correspondiente concurso de méritos, al que se presentan tres personas, dos mujeres y un hombre. Cada uno de ellos explica su programa ante la comisión encargada de elegir al nuevo director o directora; el hombre, Antonio Dumas (sí, el apellido es el de los novelistas franchutes), en su “speech” final, dice que entendería que el comité no se decantara por él, al ser su opción la más arriesgada y menos conservadora, con un  irónico planteamiento en el que viene a decir que su candidatura es la más heterodoxa, dado que se trata de un postulante claramente subversivo: varón, blanco, de cultura occidental, heterosexual… Por supuesto, por aquello de la psicología inversa, lo eligen, y ahí comenzarán sus problemas para gestionar un centro cultural y artístico como éste…

La serie, compuesta en esta primera temporada por 6 capítulos de unos 30 minutos cada uno (hay otra en grabación de próximo estreno en la misma plataforma), está escrita, dirigida y creada por tres cineastas argentinos, Mariano Cohn y los hermanos Gastón y Andrés Duprat. Mariano y Gastón han dirigido con frecuencia al alimón, con algunos éxitos recientes en pantalla grande que se han visto también en España, como El ciudadano ilustre y Competencia oficial, mientras que Andrés se ha limitado, hasta ahora, a ejercer de guionista de buena parte de las películas y series puestas en escena por los otros dos. El trío se ve que funciona bien, de forma armónica, sin que se adviertan disonancias en esta Bellas artes, una serie que se cachondea, y de qué manera, de las muchas majaderías que se perpetran en nombre del arte contemporáneo.

Cohn y los Duprat se despachan a gusto haciendo humor de algunas posturas progres, como algunas muy radicales relativas al feminismo, el veganismo y otros "ismos", pero también sobre la llamada "cultura (que más bien debería ser "incultura…) de la cancelación". Cada uno de los episodios plantea un problema de cierta seriedad para el flamante director del Museo, del que este, como el Conde de Montecristo que imaginó su homónimo Alejandro, tendrá que escapar, a base de inventiva, imaginación y, con frecuencia, bastante cara dura. Porque el personaje de Antonio Dumas, sobre el que gira toda la historia, es un prototipo perfectamente identificable: de vastísima (aunque alguno dirá que también "bastísima"…) cultura, con estrictos criterios éticos (o al menos de su ética, que no tiene por qué coincidir con las de otros), refractario a las moderneces estrambóticas, conservador a su manera, que no tradicionalista, conocedor de las muchas grietas por las que se puede atacar los excesos "woke", dotado de una fina ironía, pero también un personaje que se sale de los cánones: "¿hay obligación de querer a los nietos?", le pregunta a su gato, que responde al nombre de Borges (qué propio…), cuando el hijo (un Dani Rovira en un papel dramático excelentemente compuesto) le hace chantaje emocional con su nieto.

El protagonista, por tanto, es ya en sí un hallazgo, un personaje que generalmente no alcanzaría ese grado de centralidad en un producto audiovisual actual, y mucho menos visto con benevolencia, como es el caso, aunque Cohn y los Duprat también le pegan algún que otro castañazo, como su bastante ridícula tendencia a intentar ligar con chicas que podrían ser sus hijas (o, ya puestos, sus nietas, esas a las que "no está obligado a querer"…).

Dumas será, entonces, una auténtica china en el zapato de todos los modernos y postmodernos, pero será también azote (vía astucia) de gente infecta como la ministra de Cultura (una impagable Ana Wagener: ¡qué actriz, no nos la merecemos!), una tipa avasalladora que impone su criterio incluso incurriendo en el más flagrante nepotismo, en lo que viene a ser, desde luego, una acerba crítica sobre las políticas culturales en nuestro país y de los politicastros que las ¿gestionan?

La serie, entre bromas y risas, pinta un panorama museístico más bien desolador, en una actividad que, de creer a los autores de esta Bellas artes, estaría gestionada con criterios nepotistas, arbitrarios, de puro interés político, y donde fuerzas como el sindicalismo actuaría según criterios puramente corporativistas, incluso intercambiando reivindicaciones progresistas de carácter general a cambio de prebendas particulares para sus miembros. Tampoco se libra de la crítica el enorme y a todas luces desproporcionado trabajo administrativo y burocrático del museo y, en especial, de su director, algo que, desde luego, no es exclusivo del sector (que se lo digan a los profesores, que tienen que dedicar más tiempo a rellenar papeles que a enseñar…).

Pero por supuesto la clave del film, aparte de la sátira, incluso de la caricatura, es el humor con el que está visto el mundo de los museos, con frecuencia con sorna, cuando no con sarcasmo. Algunas de las historias que se cuentan, como la del artista esnob y “niño de papá” que convierte su majadería en una obra de arte en la que todo forma parte de ello (un cetáceo muerto, con su nauseabundo olor, expuesto en el museo, pero también el juez que ordena el cierre del centro artístico…), supone una acre crítica hacia ese tipo de ¿arte? que cree que, en realidad, todo lo es; puede que no le falte razón, pero entre La monalisa y la ballena apestosa hay un abismo (y no solo oloroso…).

También se emplean con dureza los creadores contra esos tipos no menos vomitivos del “usted no sabe con quien está hablando”, los que se saben protegidos por el poderoso (poderosa, en este caso) de turno, como el personaje que interpreta maravillosamente Pepe Sacristán, que consigue que, efectivamente, resulte odioso, un (casi literalmente) pintamonas que, por ser padrino de la ministra del ramo (de ortigas…), avasalla y humilla al director del museo, e impone su atrabiliaria ley. Esos tipos que creíamos muertos y enterrados tras acabarse el franquismo, pero que ya vemos que no es así…

No se libran tampoco los colectivos (que podían dedicarse a otra cosa más provechosa…) que se dedican a sabotear obras de arte en nombre del ideal de turno que toque: no saben estos imbéciles que con eso no salvarán la Tierra, como supuestamente pretenden, pero desde luego la harán peor de lo que ya es. También se les arrea a las nuevas costumbres, tan americanas, de los “retiros” de los compañeros para hacer equipos, etcétera, eso que ahora por lo visto hacen todas las empresas que se las dan de modernas, y que aquí sirve para poner en solfa las tonterías importadas cuyo objetivo no declarado es engordar la cuenta de la compañía que lo organiza y que todos crean que con chorradas como esas serán mejores compañeros.

Gran trabajo de Oscar Martínez, cuyo Antonio Dumas es, sin duda, uno de los personajes que quedarán en su carrera, tan contradictorio como, en el fondo, atractivo por su renuencia a comulgar con ruedas de molino, las nuevas ruedas de molino de la mojigatería “woke”, en una serie que propone, cómicamente, otra subversión, una subversión no tanto conservadora como de sentido común, lanzando ideas claramente heterodoxas sobre el pensamiento único, la cultura de la cancelación, el esnobismo (cultural o no), la intromisión gubernamental, el a veces sindicalismo chantajista y la permanente buRRocracia funcionarial: como decimos en mi tierra, casi

(10-09-2024)


Bellas artes - by , Sep 10, 2024
3 / 5 stars
El sentido común como elemento subversivo