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En Irlanda del Norte, tras el tratado de paz conocido como los Acuerdos del Viernes Santo, firmados en 1998, la situación ha mejorado notablemente. Pero aunque eso es así, y el salto cualitativo en cuanto a bienestar y pacificación ha sido incuestionable, lo cierto es que persiste, aunque soterrado, el secular mar de fondo de aquella sociedad, la división de la comunidad entre dos grupos humanos en principio irreconciliables, los católicos partidarios de la unión con el estado de Irlanda, y por tanto republicanos (conocidos como “unionistas”), y los protestantes, que quieren mantener la unidad con el Reino Unido, y por ello monárquicos (conocidos como “lealistas”).
La situación en el también conocido como Úlster (aunque parece que el nombre no es el apropiado) no es, por tanto, ni de lejos, la que existía solo apenas 30 años, pero evidentemente sigue siendo una zona de tensión donde ciertos oficios, como el de policía, tiene un plus de dificultad y, en buena medida, de peligrosidad adicional a su ya riesgosa profesión. Sobre esa cuestión se ha gestado esta serie británica, auspiciada en primera línea por la BBC (lo que ya es una garantía de calidad, evidentemente), que se desarrolla a lo largo de 2 temporadas de 6 capítulos cada uno.
La serie se ambienta en una (ficticia) comisaría de Belfast: en ese contexto, conocemos a tres nuevos agentes, tres novatos que se incorporan directamente a ese centro policial (ya les vale a sus mandos, enviarlos allí sin un rodaje previo…). Los tres novatos son: Grace Ellis, una mujer de 40 años, con hijo adolescente mulato, fruto de su matrimonio ya roto con un hombre angloafricano; era trabajadora social, pero decidió cambiar su vida en una edad en la que todavía se puede hacer; Annie Conlon, una chica como de 28 años, con cierta tendencia a la impulsividad y poco apego a reglas y normas; y Tommy Foster, un chico de unos 25 años con un llamativo poco espíritu, “cualidad” no precisamente la mejor para ser policía, y menos en Belfast. En la serie vamos conociendo sus vidas y sus caracteres, como también el de sus compañeros y superiores; también veremos el enrarecido ambiente urbano en el que desempeñan sus tareas, con frecuencia con rechazo, cuando no hostilidad, por parte de los habitantes, a pesar de que la comisaría está en zona “lealista” y, por tanto, teóricamente más próxima a la policía británica…
Declan Lawn y Adam Patterson son los creadores principales; aunque hay otros dos, realmente son ellos los responsables últimos del concepto de la serie y de su ejecución. Ambos suelen trabajar juntos, y lo cierto es que tampoco es que sean muy duchos en estas materia, siendo sus carreras como guionistas, productores y directores todavía cortas. Pero lo cierto es que tienen buena mano, como se demuestra en este atractivo thriller policial que juega convincentemente con elementos tales como el día a día de los policías en un contexto ciudadano especialmente conflictivo, con la lenta adaptación de los novatos a la cotidianidad de la comisaría y del patrullaje, así como sus relaciones no siempre idílicas con sus compañeros más veteranos y con sus jefes, que habrán de velar porque se ajusten a las reglas pero vayan desarrollando esa mano izquierda que solo la experiencia irá confiriendo, poco a poco, a los neófitos maderos.
A lo largo de las dos temporadas (que mantienen razonablemente el tipo, sin que la segunda -como ocurre con cierta frecuencia- baje el tono con respecto a la primera) habrá lugar para muchos temas, en una mezcla entre asuntos profesionales y personales; quizá la tesis de la serie no sea otra (es cierto que no es novedad, pero conviene recordarlo…) que los policías son gente como otra cualquiera, que tienen la difícil tarea de cuidar de la ciudadanía, evitar delitos y, si se producen, perseguirlos para poner a sus presuntos culpables a disposición de la justicia. Esa que parece la intencionalidad de la serie se complica, lógicamente, con el carácter novato de los protagonistas, y con una zona tan compleja como es el Belfast escindido entre las dos comunidades enfrentadas (ahora más o menos pacíficamente…), unionistas y lealistas.
Habrá también, como es lógico en cualquier policíaco actual, temas relacionados con el narcotráfico, con los métodos expeditivos que colindan con (cuando no inciden plenamente en) la ilegalidad, pero también con los de Asuntos Internos, que en este tipo de relatos son un poco como la Bruja de Blancanieves, los malos de la historia (aunque son, ciertamente, esenciales para velar por la legalidad de las actuaciones policiales). Habrá friccion entre polis novatos y veteranos, y veremos también como las vidas privadas de todos ellos influirá, y de qué manera, en su quehacer diario: ese quizá sea el punto sobre el que gira fundamentalmente la historia, la constatación, por si no nos habíamos dado cuenta, de que bajo cualquier uniforme de policía late un corazón, hay sentimientos, miedos, traumas y emociones, y que a veces sus actuaciones pueden estar fuertemente condicionadas por esas circunstancias. Así, habrá distintas formas de afrontar las tareas diarias, desde el que lo hace con un punto de vista casi rutinario ("me pagan por recoger la mierda", dice uno de los veteranos, aunque después él también se implicará más allá de lo que se le exigía), que en buena medida se dedica a echar balones fuera, hasta la que, como la novata Grace, llegada del área del trabajo social, busca no solo cumplir con su deber, sino también realmente ayudar al prójimo, en una tarea que, de alguna manera, excede la función de un policía pero que, en el fondo, se le agradece tanto.
Con la típica buena factura de los productos BBC, aunque quizá sin su suntuosidad (esto no es una serie de época, claro…), Blue lights, esas "luces azules" del título, las luces de los coches de Policía que, diciéndolo torrentianamente, "apatrullan" Belfast, combina con acierto varias historias paralelas, bien trabadas, y ensaya con éxito algunos finales de capítulos que, en vez de terminar con el habitual "cliffhanger" o punto álgido, lo hace en anticlímax, una peculiaridad ciertamente llamativa en un género que parece querer dejar siempre al espectador con el corazón saliéndosele por la boca.
Llama la atención, eso sí, los caracteres de los tres policías novatos, algunos de los cuales resulta llamativo que fueran capaces de superar las a buen seguro muy difíciles pruebas de acceso al cuerpo; no hablamos de Grace, la cuarentona extrabajadora social, cuya única pega quizá sea su exceso de celo en el cumplimiento del trabajo, pero sí de la chica joven, Annie, con serios problemas con el alcohol y con el cumplimiento de las normas, y no digamos con Tommy, un papafrita al que en el colegio le debió hacer “bullying” hasta la escoba y el recogedor, con menos espíritu que la Tristeza de Del revés y más mala puntería que un bizco… Por supuesto, esos problemas iniciales están así remarcados para poder hacerlos evolucionar, pero es cierto que, de entrada, resultan difícilmente aceptables.
Hay algunos episodios con una mayor tensión, como corresponde a este tipo de relatos, mientras que en otros predomina el factor humano de los policías y su interrelación. Con buen criterio, los creadores introducen no solo las peripecias profesionales, pero también humanas, de los polis, sino también de la población civil a la que estos sirven; la droga, en la primera temporada, será el asunto en el que se centren mayormente los episodios en cuanto a los ciudadanos, siempre con el peculiar tono que le da la dolorosa circunstancia del Úlster, con dos comunidades abiertamente enfrentadas (aunque ahora esté la cosa, afortunadamente, contenida…), y, sobre todo, con un pasado de violencia atroz, con cientos de muertos en ambos lados. En la segunda temporada primará otro aspecto más relacionado con ese ambiente asfixiante, la situación de dominio que aquel sordo conflicto civil ha permitido a algunos que han cambiado ideología por un abyecto sojuzgamiento hacia los suyos.
También esa segunda temporada habla de uno de los problemas habituales de la actividad policial, la tentación de saltarse las estrictas normas, incluso gravemente, con tal de conseguir resultados, especialmente si esos resultados te favorecen en tu carrera profesional. No es corrupción, pero se le parece mucho; es, por supuesto, brutalidad policial, es elaboración de pruebas falsas, es arbitrariedad: sobre todo ello los autores de la serie son muy duros, como por lo demás no podía ser de otra forma, y marca claramente los límites de esas manzanas podridas que, por supuesto, no pueden poner en solfa el trabajo de todo un cuerpo.
Quizá el modelo de la serie, tanto en la forma como en fondo (en este último caso, por la muy especial situación del Belfast actual), sea la mítica serie norteamericana de los años ochenta Canción triste de Hill Street, de Steven Bochco, aunque, por supuesto, muy actualizada, absolutamente autónoma y con su propia personalidad. Los diferentes capítulos están bellamente pespunteados por bonitas canciones irlandesas actuales, a pesar de lo cual se entrevé en ellas el poso de la tradición del país de San Patricio.
Buen trabajo actoral general, siendo los intérpretes poco conocidos pero, desde luego, muy capaces. Nos ha gustado especialmente Sian Brooke, que interpreta a la policía cuarentona procedente del trabajo social, en una actuación muy matizada, y también el actor que interpreta a su compañero de patrulla (y, en algunos momentos, de vida), Martin McCann, cuyo personaje ha tenido que ser construido hacía adentro, a causa de la íntima tragedia familiar que le aconteció años atrás, que le ha hecho protegerse tras una coraza emocional.
(20-08-2024)