Enrique Colmena

El estreno de La habitación de al lado, la última película de Pedro Almodóvar, primera que rueda en inglés (en formato largometraje, se entiende; en cortometraje ya rodó en esa lengua La voz humana y Extraña forma de vida), nos da pie para hablar de su obra, ahora que se cumplen 45 años del rodaje de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), su primer largo, un rodaje que se prolongó, por falta de presupuesto, como era de suponer, durante año y medio.

Hay, pues, una muy larga trayectoria ya de Pedro Almodóvar, que ha sido glosada en numerosos estudios y volúmenes editados “ad hoc”. Por nuestra parte nos parece oportuno dar algunas pinceladas sobre su obra, comentar algunas de las características que nos parecen más reseñables de una filmografía que, a día de hoy, asciende a 42 títulos, incluyendo los 14 cortos iniciales de obvio corte “amateur” que rodó entre 1974 y 1978, antes de dar el salto a la dirección de cine profesional con la mentada Pepi, Luci, Bom... También se incluyen otros títulos de formato cortometraje, pero ya plenamente profesionales, como los mentados cortos en inglés, o algunos anteriores a estos, como Tráiler para amantes de lo prohibido o La concejala antropófaga. Esta glosa la acometemos mediante el díptico que iniciamos con esta primera entrega.


Sus géneros preponderantes

Quizá una de las características más evidentes a lo largo de la trayectoria profesional de Almodóvar sea la forma con la que ha ido transitando, en cuanto a géneros, de la comedia al drama, o viceversa; también, su capacidad para, en un mismo film, presentar los dos tonos, tradicionalmente antitéticos, pero cuya mezcla él suele resolver con desparpajo. Por supuesto, ha habido dramas químicamente puros, como Matador, La flor de mi secreto, Dolor y gloria o Madres paralelas, y también comedias absolutas, como la mentada Pepi, Luci, Bom... (aunque con ciertas irisaciones, “sotto voce”, de denuncia social), Mujeres al borde de un ataque de nervios o Los amantes pasajeros. Otros títulos, en cambio, han mezclado los dos “palos” (por usar una terminología flamenca), como Laberinto de pasiones, Kika o Tacones lejanos. También es cierto que, con el paso del tiempo, está prevaleciendo cada vez más el Almodóvar dramático, hasta el punto de que su última comedia pura, Los amantes pasajeros, data de hace ya 11 años cuando se escriben estas líneas.

Por supuesto, una de las características del cine almodovariano es su eclecticismo, adaptando siempre los géneros clásicos a su muy particular mundo. De hecho, hay también, en algunos de sus films, ciertas irisaciones de thriller, de muy distinto signo, en títulos como La ley del deseo, Átame o La piel que habito, aunque en esos casos el tono de thriller queda siempre subsumido por el particular microcosmos generado por Almodóvar.


Evolución del estilo

Una de las características más llamativas del cine de Pedro ha sido de qué manera ha evolucionado su estilo, desde el desgalichado y zarrapastroso de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (y, en menor medida, de Laberinto de pasiones y Entre tinieblas), deudor todavía del cutrerío típico de sus desinhibidos cortos “amateurs”, hasta el depurado estilismo que se aprecia a ojos vistas en su filmografía desde Matador y, sobre todo, La ley del deseo, en una evolución que, además, no acaba, sino que progresivamente se va depurando más y más, aunque es cierto que el manchego corre cierto riesgo de entrar en lo que podríamos llamar un “estilo flamígero”, tan estiloso que sea un fin en sí mismo, sin servir para contarnos la historia sino para regodearse en la belleza de las imágenes, en la perfección del encuadre, en la cadencia y armonía sonora y musical; de ahí al esteticismo vacuo habría un paso, por supuesto, aunque por ahora entendemos que no se ha dado.

Pero la evolución en su estilo está ahí, es obvia; tampoco es el primer cineasta en el que se observa esa metamorfosis; véase el caso, por ejemplo, de Woody Allen, cuyas primeras películas (Toma el dinero y corre, Bananas, El dormilón...) eran un prodigio de desaliño y de cutrez, para, a partir de Annie Hall y, sobre todo, Manhattan, transformarse cual crisálida en uno de los cineastas estilísticamente más exquisitos del cine yanqui de los últimos cincuenta años.

Por supuesto, esa evolución en el estilo almodovariano tiene sus admiradores, pero también sus detractores; estos últimos aducen, no sin razón, que lo que ha ganado en clase, en elegancia al filmar, en perfección, lo ha perdido en frescura, en transgresión, en autenticidad. Y es que, para gustos, los colores... Hablando de colores, se ha estudiado con profusión la obsesión del manchego por el color rojo, pero no un rojo cualquiera, sino el rojo fuerte, casi rojo sangre, quizá con un punto más de intensidad que el conocido como “rojo Salustiano”, no solo evidente en sus películas, sino también en sus carteles, como se puede apreciar contemplando algunos de los más recientes, como los afiches de La voz humana, Madres paralelas, Dolor y gloria y Los abrazos rotos. Javier Luengo, un estudioso madrileño de la obra de Almodóvar (y de otros autores), tiene publicado en internet un interesantísimo vídeo sobre la preeminencia del rojo en la obra del cineasta, que puede verse pulsando en el siguiente enlace: Pedro Almodóvar's Obsessions (I): Red Color.

Igualmente, dentro de sus obsesiones, y dentro también del perfectamente reconocible estilo almodovariano, Luengo tiene publicado otro trabajo videográfico que recopila las numerosas escenas en las que se aprecia el interés superlativo de Pedro por la figura geométrica del círculo: casi todo vale para ello, como se puede ver en este link: Pedro Almodóvar’s Obsessions (II): Circles.


De transgresor a clásico

Otra de las características en la evolución almodovariana está no ya en el estilo, sino también en la metamorfosis temática: sus primeros films (y no digamos los cortos “amateurs”...) estaban atravesados de constantes transgresiones, por no decir provocaciones, aún mayores por cuanto se producían en el contexto de principios de los años ochenta, cuando el casposo aparato administrativo franquista estaba prácticamente intacto, y cuando el pensamiento de la sociedad media de la época era también mucho más pacato, mucho más mojigato, que el de la actual, cuatro decenios y pico después. Por eso, que en 1980 viéramos en las pantallas de los cines comerciales una escena de Pepi, Luci, Bom... que incluía una “lluvia dorada” (para los no iniciados: parafilia sexual que consiste en orinar, con intenciones lascivas –de ambos, se entiende...-, sobre el o la “partenaire”; por cierto, no sean malpensados: se recreó con cerveza...), debió ser para el público de aquel tiempo un bombazo difícilmente asimilable. En esa misma época asistíamos en Laberinto de pasiones a una trama que incluía a una ninfómana que se pirraba por las orgías, al heredero del Sha que por lo que se pirraba era por cualquier cosa con pantalones, a unos terroristas islámicos (en eso Almodóvar fue un tío clarividente que, sin saberlo, vio el futuro antes que nadie...) que quieren secuestrar al heredero iraní, y hasta a un anciano que busca un reconstituyente tipo viagra (antes de inventarse ésta...) que le ponga a tono... Para remate de los tomates, en Entre tinieblas veremos una comunidad de monjas cuya característica fundamental es que todas son... yonquis.

Como se ve, nada que ver con su cine actual, que superficialmente puede parecer transgresor pero que, ya en nuestro tiempo, no lo es. Se podrá considerar si eso es positivo o no, pero lo cierto es que, como característica de su obra, está ahí ese llamémosle “amansamiento temático”.


Esas líneas argumentales secundarias...

No sé si porque sus primeras pelis en cine, cuando aún rodaba en plan “amateur”, eran cortometrajes, parece como si Almodóvar, en su cine ya profesional que arranca con Pepi, Luci, Bom... no fuera capaz de hacer una peli con una única línea argumental; siempre tiene que adornarla con una o varias secundarias paralelas, con frecuencia sin apenas relación con la principal, con lo que suelen ser historias subsidiarias sin demasiado (en ocasiones ningún...) interés. Se puede decir que no hay una peli de largometraje de Almodóvar, desde la ya prehistórica Pepi, Luci, Bom... (que ya en el título anunciaba que estábamos ante tres historias diferentes, aunque confluyeran), en la que no haya tramas secundarias, a veces como excurso más o menos cómico, a veces porque al manchego le interesa especialmente presentar algún tema, venga o no venga a cuento. Tomaremos como ejemplo uno que nos parece evidentísimo, la línea argumental secundaria sobre la memoria histórica que se incluye, más bien con calzador, en la trama de Madres paralelas. Se entiende (y se puede compartir, por supuesto) el dolor de los familiares de aquellos asesinados por el régimen franquista (en torno a 100.000 personas, que se dice pronto...) que yacen en fosas comunes y en cunetas, pero, ¿qué tenía que ver esta historia con la central del film, la maternidad y la posibilidad de que el destino juegue una mala pasada a las madres paralelas del título?

Ilustración: Tilda Swinton y Julianne Moore, en una escena de La habitación de al lado (2024), de Pedro Almodóvar.

Próximo  capítulo: Pedro Almodóvar, 45 años después de "Pepi, Luci, Bom...": algunas pinceladas sobre su obra (y II)