Enrique Colmena

Bueno, pues ya estamos a finales de año, y como siempre por estas fechas, cabe echar la vista atrás para ver lo bueno que han dado, en cine, estos 366 días (lo malo más vale no recordarlo...). Como todos los años, entonces, vamos a hacer un balance de lo que se ha podido ver de bueno en las carteleras españolas, siempre, por supuesto, en la modesta opinión del firmante...

Empezamos por España, que para eso es nuestro país. Lo cierto es que en los últimos años el cine español está, como se suele decir coloquialmente, que se sale. Hasta 11 títulos tenemos recopilados de interés, lo que no está nada mal.

Así, Pilar Palomero, que hace unos años se reveló con la interesante y diferente Las niñas, explota ya absolutamente con la sugerente, sutilísima Los destellos, una historia en clave realista hecha de pequeños detalles, con una mujer, una hija, un padre de ésta en situación de enfermo terminal, una petición filial, un acercamiento entre los que lo fueron todo y ahora no son nada, en una película que te gana por su tono sereno, tranquilo, que rebosa humanidad sin ñoñerías, solidaridad sin paternalismos, y con unos intérpretes en estado de gracia: chapó...

En un tono muy distinto, una de las gratas (y grandes) sorpresas del año ha sido La infiltrada, el nuevo trabajo de Arantxa Echevarria, que combina aquí sus dos vertientes, la independiente y la comercial, en un film basado en hechos reales, la historia de una policía que se infiltró en ETA en los años noventa, en los peores momentos de su crudelísima cruzada contra España (y contra las personas, la parte más vulnerable del estado), en un film que combina admirablemente las escenas de acción, intriga y suspense, con una historia interior lacerante, la de la persona que, voluntariamente, asumió  dejar de ser quien era para representar interminablemente, a lo largo de años y años, a otra que nada tenía que ver con ella, y que hasta le asqueaba. Gran trabajo actoral, en especial de la protagonista, Carolina Yuste.

Dando otro salto en cuanto al tono, La virgen roja es la nueva visión sobre la vida y la alevosa muerte de Hildegart Rodríguez, un asesinato por parte de su propia madre que conmocionó la España de la Segunda República. Fernán-Gómez fue el que primero llevó a la pantalla su historia en Mi hija Hildegart (1977). Ahora Paula Ortiz, de la que recordamos con tanto agrado la libérrima versión de la lorquiana Bodas de sangre que hizo en La novia, vuelve a dar en la diana en este film en el que el personaje de la madre, Aurora, se convertirá en un rol tan fascinante como repulsivo, fascinante en su voluntad inquebrantable de dar a la mujer el papel preeminente en la sociedad que ella creía debía tener; repulsivo, porque para lograrlo no dudó en sacrificar a su propia hija, intentando castrarla de sus sentimientos, finalmente inmolándola en el altar de su fanatismo. Notable trabajo sobre todo de Najwa Nimri, impresionante Aurora Rodríguez.

Una de las más interesantes características del buen cine español de este año, y en general de nuestro tiempo, es su eclecticismo, su variedad temática, estilística y genérica. Así, hay lugar también para el terror, pero no el pedestre terror de sustitos o de casquerías varias, sino un terror con fundamento (sí, como la cocina de Arguiñano...). Hablamos de El llanto, una notable aproximación al tema del espectro cabrón (vamos, que no hablamos del fantasmita de Casper, ni siquiera del espectro mentecato de Bitelchús...), una historia compuesta a su vez de tres segmentos concatenados, en una película que consigue una rara atmósfera de terror creativo, sutil, hecha con pocos medios pero mucha, mucha imaginación...

En un tono muy distinto (ya decimos, variedad, temas surtidos, tratamientos diferentes...) nos encontramos con ¿Es el enemigo? La película de Gila, una entonada aproximación a la figura del legendario cómico, en concreto a la época en la que Miguel Gila participó en la Guerra (in)Civil, germen, según la película, de lo que sería su humor nigérrimo de las décadas posteriores, que lo encumbraron como una de las mentes más lúcidas (a fuer de cómica) de nuestro país. El film de Alexis Morante abunda en escenas notabilísimas, como la del invento de las llamadas telefónicas imaginarias para consuelo de los pobres diablos ateridos en medio de la nada y rodeados de enemigos, o la de la batalla en medio del bosque, una de las más duras, a fuer de su apariencia realista, que hemos visto en mucho tiempo (y todo esto, con tres perras gordas de presupuesto, en comparación con los “blockbusters” anglosajones...).

El 47 y Marco están unidos por un nexo que no tiene que ver con su temática, pero sí con su protagonista, excelso en ambas: Eduard Fernández, a la chita callando, se ha convertido en uno de los mejores actores españoles de su generación. En El 47, con dirección de Marcel Barrena (el director de Mediterráneo), interpreta a un conductor de autobús, charnego en la Barcelona de los años setenta, que lideró una auténtica revuelta popular para conseguir que a su paupérrimo barrio barcelonés, Torre Baró, llegara el transporte colectivo público. En Marco, con dirección de los vascos Aitor Arregi y Jon Garaño, Fernández se mete en la piel de Enric Marco, un hombre que llegó a dirigir el sindicato anarquista CNT y, sobre todo, a liderar la asociación de deportados españoles en los campos de concentración nazis, sin haber estado preso en ninguno de ellos. Esa capacidad para la impostura nos presenta un caso realmente fascinante, como ejemplo de la rara facultad del ser humano para buscar ser, o representar ser, lo que no se es, la insaciable necesidad de admiración y halago, incluso aunque no se haya hecho absolutamente nada para merecerlo.

Con El salto Benito Zambrano no ha conseguido su mejor película, pero no nos parece que sea deleznable, ni mucho menos. Hay, es cierto, mucho más cliché que carne, mucho más de ideología que de narración. Pero, en el fondo, funciona, porque con sus carencias, la historia que se nos cuenta nos llega porque la sabemos cierta: la expulsión de España de un inmigrante sin papeles aunque con familia (mujer, una niña en camino) y con trabajo (de aquella manera, pero trabajo al fin y al cabo) hará que este pobre desgraciado tenga que jugarse, literalmente, la vida para volver a nuestro país, para volver a estar con su familia, en un itinerario que conocemos por los mass media, pero que cuando lo vemos en vivo y en directo, nos llega aún más su dureza.

Soy Nevenka nos ha recordado, de manera muy cinematográfica, uno de los casos más lacerantes de acoso contra las mujeres de este siglo XXI en el que moriremos. Con dirección de la generalmente estupenda Icíar Bollaín, se nos presenta la verídica historia de Nevenka, concejal en el ayuntamiento de Ponferrada a principios de siglo, al que el alcalde le puso sexualmente los puntos; tras una relación consentida de varios meses, Nevenka decidió que quería terminarla, y el alcalde no se lo tomó precisamente bien, sometiéndola desde entonces a un acoso intolerable, con vejaciones en público y hasta una violación en privado. Su historia llegó a los tribunales y supuso el hito histórico de que, por primera vez, se condenara a un político por un delito de abuso sexual. Con independencia de ello, la película funciona, y sobre todo en su segunda mitad, funciona muy bien, con una notable interpretación de Mireia Oriol, excelente como la vulnerable concejal que, sin embargo, sacó fuerzas de donde no había para enfrentar a su felón acosador.

Terminamos este repaso de lo mejor del cine español con dos documentales; uno es de los que podría llamarse “de creación”: hablamos del muy modesto Los restos del pasar, dirigido por Luis (Soto) Muñoz y Alfredo Picazo, una mirada atrás, desde la visión del niño que fue el narrador, sobre la infancia en el pueblo cordobés de Baena, sobre su relación con un viejo pintor que le enseñó a dibujar y, sobre todo, le habló de la vida y de la muerte, y también sobre las cofradías y las costumbres del pueblo, todo un microcosmos sugestivamente presentado que nos revela un talento fílmico deslumbrante; y el otro documental es Summers el rebelde, culminación del exhaustivo trabajo que sobre el cineasta sevillano Manuel Summers ha venido realizando durante varios años el también cineasta (y profesor, y columnista, etcétera) Miguel Olid, igualmente sevillano. En el film podremos conocer la sugestiva obra de este director, guionista y productor que, durante las décadas de los sesenta a los ochenta del pasado siglo XX hizo el cine que le dio la gana, se enriqueció y arruinó varias veces, y rodó un cine absolutamente libre, iconoclasta, descubriendo temáticas y estéticas que nadie en el cine español había osado hollar. Documental modélico, no cae en el error de la hagiografía, sino que incluye a un Pepito Grillo (un crítico mordaz, de esos que se muerde la lengua y se envenena...) que pone a Summers de vuelta y media...

Ilustración: Luis Tosar y Carolina Yuste, en una escena de La infiltrada, de Arantxa Echevarría, una de las mejores películas españolas del año.

Próximo capítulo: Lo mejor del cine en 2024: Europa (II)