Pelicula:

No es una pose, y los lectores de CRITICALIA lo saben: no estoy de acuerdo con la opinión mayoritaria de la crítica española, que en general ha despedazado a modo esta La piel que habito. No es de las mejores películas almodovarianas, pero tampoco de las peores (y ha hecho algunas lamentables). Es cierto que tiene un tono marciano, como ya es casi consustancial al cineasta manchego, al que incluso cuando hace realismo, o neorrealismo (como en ¿Qué he hecho yo para merecer esto?), le salen historias lunáticas contadas con un punto majareta. Y esta no es precisamente realista, sino más bien fantástica, con médico especialista en cirugía plástica que mantiene retenida contra su voluntad a una chica, en la que será una historia trufada de sorpresas (sobre todo de una sorpresa, que obviamente no debe revelarse), en lo que podría parecer una variante de ¡Átame!, máxime siendo de nuevo Antonio Banderas el secuestrador. Pero no hay tal, sino una historia de venganza, pero también de manipulación, y no sólo mental, donde el protagonista, arrasado por sendas tragedias, devendrá en un semidios, casi un creador, que busca moldear un nuevo ser que le reconcilie con la vida.


En las películas almodovarianas suele haber una segunda (y a veces tercera e incluso cuarta) línea argumental, aunque en este caso el excurso se queda en apenas un esbozo con la historia de Zeca, un payaso (no de los de nariz roja, de los otros: un memo), cuya participación en la historia cataliza los acontecimientos, pero cuya prefiguración como personaje deja bastante que desear, pintado por el manchego desde el principio como un fantoche y un figurante cuya única función es la de servir de detonante al nudo y desenlace del filme.


La primera línea argumental, casi la única, es cierto que comienza siendo demasiado críptica, empeñado el guionista y director, quizá plausiblemente, en que el espectador no sospeche la celada que le tiene preparada. Pero poco a poco los cabos se van atando, y llega un momento en que ya es evidente por donde van los tiros, y es curioso, pero a partir de ahí, cuando ya no hay misterio para el espectador mínimamente entrenado, es cuando el filme se pone interesante, con el juego odio/amor entre los protagonistas, desembocando en un final casi en anticlímax, pero de una belleza surreal. Esa última frase que profiere la protagonista, casi en un susurro, pasa por ser uno de los momentos más extraordinarios del cine de Almodóvar.


Así que no estamos ante una obra maestra, pero tampoco, ni mucho menos, ante la bosta de vaca que más de uno ha creído ver. Por supuesto, el look de producción es exquisito, como es habitual desde hace ya muchos años en el cineasta manchego, desde la fotografía de José Luis Alcaine, de colores muy puros, muy primarios, para acentuar lo fantástico de la historia, pero también los sentimientos de los protagonistas, con una estética que recuerda poderosamente los grandes melodramas americanos de Douglas Sirk, hasta la sensual, elegante, inquietante música del gran Alberto Iglesias.


Entre los intérpretes se agradece reencontrarse con un Antonio Banderas que hacía dieciocho años que no actuaba en España; su contención, instada expresamente por el director, es una de las bazas de la película, agradeciéndose no tener que encontrarse con el típico Mad Doctor de grandes aspavientos; Elena Anaya está fantástica, quizá la imagen per se del filme, con o sin máscara, una persona aherrojada de pasado atribulado, presente incierto y futuro ignaro. Pero quizá el descubrimiento sea el joven Jan Cornet, cuyo papel es uno de los más complejos, pero que resuelve con la pericia de un veterano.


La piel que habito - by , Sep 13, 2014
3 / 5 stars
Los ojos sin rostro