Los años sesenta trajeron, o al menos parecieron traer, aires nuevos a la sociedad española. Superada la larga noche de la postguerra, enterrados los símbolos económicos de aquella siniestra época, como el gasógeno, el estraperlo y las cartillas de racionamiento, la tímida apertura (económica, que no política ni de libertades) del régimen franquista comenzaba a dar sus primeros frutos en forma de entrada de divisas del turismo extranjero en nuestras costas. El régimen se apresta a rentabilizar la nueva situación económica a través de varios planes que la Historia conocerá globalmente como el desarrollismo económico español, a cuyos mandos estuvo en primera instancia el ministro Laureano López Rodó.
Con esa etapa se inicia también una fuerte apuesta, implícita y explícita, por parte del gobierno de Franco para incentivar la natalidad, buscando dar peso demográfico a un país devastado por dos decenios de incurias. Es el tiempo de los premios a las familias numerosas y, en otro plano, de promover desde el oficialismo, también desde el cine, ese tipo de organización familiar que, además, cuadraba perfectamente con la ideología nacionalcatólica del régimen.
En ese contexto se monta, con todos los parabienes oficiales, esta comedia, La gran familia, de la mano de uno de los más avispados productores que haya dado España, Pedro Masó, más tarde también director. En este caso encargó el film a Fernando Palacios, seguro profesional de la puesta en escena cinematográfica, que unos años antes había conseguido un gran éxito comercial con la edulcorada comedia romántica El día de los enamorados (1959).
Se nos cuenta la historia de una numerosísima familia, compuesta, además de por los padres, Carlos y Mercedes, por quince hijos, además del abuelo, que también convive en el hogar. El paterfamilias tiene dos trabajos, y aun así apenas alcanza para tanta boca que alimentar, tanto cuerpo que vestir, tantas mentes que educar...
Contada con buen pulso por Palacios, que no era un exquisito pero sí un buen profesional en su oficio, la película tuvo un gran éxito en taquilla, a partir de un guion original del productor, Pedro Masó, junto con el curtido Rafael J. Salvia (que también intervino en la realización, aunque sin ser acreditado como tal) y Antonio Vich; el libreto escrito a seis manos jugó con habilidad con las numerosas peripecias que se pueden dar en una familia que más parece un pelotón, y donde las muy diversas edades de los hijos (desde los jóvenes que ya “pollean” hasta los más pequeños, que hace poco que empezaron a andar) daba segura munición para llenar de historias de todo tipo este film que, ciertamente, sin ser la octava maravilla, sí consiguió conectar muy bien con la sociedad de su tiempo, que se veía reflejada en los avatares, pero también en la sencilla felicidad de gente como ellos.
El oportuno toque melodramático añadido en el guion consiguió emocionar a millones de españoles de la época, y el éxito económico de la película propició que, años después, se rodara una continuación, La familia y uno más (1965), con casi los mismos intérpretes e igual director y productor, en la que se contaba la vida del clan unos años más tarde, con algunas variaciones; Pedro Masó, ya también como director, intentaría incluso un “reboot” casi dos décadas después con La familia, bien, gracias (1979), donde ya era evidente que la sociedad española de ese momento nada tenía que ver con la de veinte años atrás y, consecuentemente, fue un fiasco económico.
Como películas, La gran familia, y su continuación, La familia y uno más, constituyen hoy día dos pequeños clásicos de la comedia familiar, más por su carácter sociológico y costumbrista que por sus reales valores cinematográficos.
En el amplísimo reparto destacan Alberto Closas, el gran José Isbert (que compone un entrañable abuelo que hace derramar lágrimas al espectador) y Amparo Soler Leal, como los adultos, además de un impagable José Luis López Vázquez como el padrino de los niños. Entre los más jóvenes aparecen nombres que después fueron puntales de la interpretación en España, desde Jaime Blanch a Paco Valladares, pasando por María José Alfonso y Pedro Mari Sánchez, además de un amplio elenco de segurísimos secundarios, como José María Prada, José Orjas o María Isbert, entre otros.
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