Pelicula:

CINE EN SALAS

Si la lacra del maltrato doméstico, o machista, o de género, o como se le quiera llamar, en los países occidentales es una auténtica peste, en los países con culturas abiertamente antimujeres (vale decir los de religión islámica, en distintos grados, por supuesto, pero también en países económica y socialmente atrasados, en los que la tradición y el peso de la religión cristiana es enorme) ese tema es ya directamente horrible, países en los que los varones tienen todos los derechos (incluido el de maltratar a sus mujeres, ya sean esposas o novias) y ellas todos los deberes. Hay un punto de intersección entre esos dos mundos, cuando una mujer del segundo de ellos consigue escapar al primero, donde, aunque ciertamente el problema sigue siendo muy grave, al menos el estado está del lado de la víctima, de la mujer, no al contrario.

Shayda cuenta una historia en buena medida autobiográfica de la propia directora y guionista, Noora Niasari, ella misma recluida durante varios meses en una casa refugio para mujeres maltratadas en Australia, cuando era un niña de 6 años, tras tener que escapar del hogar conyugal su madre, la Shayda del título, después de una agresión sexual por parte de su marido, Hossein, una agresión ya perpetrada en Brisbane, en Australia. Aquí la niña se llama Mona, pero es evidente que, a todos los efectos, es la propia Noora. Ambientada en Australia en 1995, veremos la vida de madre e hija en esta casa-refugio, junto a otras mujeres en parecidas circunstancias, cuya ubicación debe mantenerse oculta a toda costa, para evitar que los maridos felones puedan ir allí a perpetrar sus fechorías. Veremos cómo Shayda y Mona tienen que acostumbrarse a vivir prácticamente recluidas, con escasas salidas al exterior y siempre con miedo a ser reconocidas por personas que, a su vez, conozcan a Hossein y se lo cuenten. Mientras se tramita su demanda de asilo en el país, además de por la violación sufrida, el juez decide que el padre tiene derecho a ver a la niña, sin estar presente la madre, una vez a la semana…

Noora Niasari (Teherán, Irán, 1989) emigró con su madre a Australia siendo niña, donde se crio y formó, primero como arquitecta en la Universidad Tecnológica de Sidney, y después, cuando descubrió su verdadera vocación, como cineasta en el Victoria College of Arts de la Universidad de Melbourne. Comenzó a dirigir cine en 2009, fundamentalmente con cortos, que tuvieron buena acogida en festivales, hasta debutar en el largo con Antunez House (2017), documental en el que viajaba hasta Chile para conocer las consecuencias a largo plazo del tremendo terremoto que asoló el país en 2010. Curiosamente, la mayor parte de su obra hasta ahora, sobre todo en los cortos, ha tratado de forma casi monotemática la tragedia de los refugiados, de los inmigrantes obligados a huir de sus países de origen para recalar en otros en los que, en buena medida, tampoco son demasiado bien recibidos. Se entiende que cuando Niasari se ha estrenado en el largo de ficción, lo haya hecho con este denso drama en buena medida autobiográfico, sobre sí misma y, sobre todo, en torno a su madre.

La película, por supuesto, es una acre denuncia no solo contra el maltrato doméstico, sino, sobre todo, contra las sociedades (en este caso la iraní) que lo respaldan, que consideran efectivamente que el marido tiene derecho a agredir a su esposa, y que ésta tiene que aguantarse por las excusas de siempre: “por los hijos”, “por mantener unida la familia” “cómo te vas entonces a mantener”, todas esas falacias que buscan perpetuar una horrible realidad, la de la prevalencia absoluta del varón sobre la mujer exclusivamente por su sexo, por su fuerza y, por supuesto, por la jerarquización de este tipo de sociedades que confiere al hombre todos los derechos y a las mujeres pocos o ninguno.

Dicho lo cual, y cayendo inevitablemente simpático el empeño, tenemos que decir que nos parece que Shayda es un film un tanto falto de fuerza. Es verdad que la directora nos transmite razonablemente bien la sensación de miedo callado, sordo, de la protagonista, siempre temiendo ser reconocida por alguien que pueda ir a contarle a su marido dónde está refugiada con su hija, y él pueda ir allí a, de nuevo, agredirla y tal vez quitarle la niña. Pero echamos en falta un poco más de vigor en la narración, lo que prácticamente solo se consigue en la escena culminante, casi al final, cuando el marido felón, efectivamente, la localiza, aunque no en la casa refugio, sino en otra donde ha ido con la niña a una pequeña fiesta, momento en el que, por supuesto, el cabrón montará un pollo de cuidado que, gracias a que vive en Australia, termina con sus huesos en la cárcel; probablemente, de haber ocurrido en Teherán, le habrían hecho un monumento y a la mujer agredida la habrían mandado a una mazmorra…

Se aprecia que Niasari opte por una realización invisible, para darle el máximo protagonismo a su historia (que es, literalmente, “su” historia, como ya hemos visto), sin apenas movimientos de cámara, ofreciendo con frecuencia primeros planos de la prota, primeros planos en los que ausculta su angustia, pero nos parece que la directora todavía tendrá que foguearse más, sobre todo en el formato del largometraje, que evidentemente tiene un tempo distinto al del corto, en el que ella hasta ahora se había desempeñado casi monográficamente, de tal manera que aquí el ritmo narrativo tiene algunos baches bastante apreciables, que en futuros empeños deben ser corregidos.

Hay también una denuncia, quizá en segundo plano, sobre la injusticia también de los tribunales occidentales, que consienten que un padre acusado de maltrato y violación pueda ver a su hija de seis años a solas y pueda pasar con ella varias horas a la semana, sin ningún tipo de control por parte de terceros que pudieran evitar la tentación de que el tipo perpetre un “Medeo”, asesine a su vástago para hacer daño a la exesposa.

Tiene la película algunas escenas ciertamente impactantes, como aquella en la que la protagonista narra la violación de la que fue objeto, ya estando en Brisbane, por parte del marido, narración que se traduce del farsi (la lengua hablada por los persas) al inglés, una escena en la que se contrapone la emocionalidad de ella, lógicamente hecha polvo cuando rememora aquel día aciago, y la también comprensible mecanicidad de la persona que va tomando nota y traduciendo lo que ella dice.

La película no renuncia a presentar un cierto universo iraní creado “ex profeso” por los emigrantes persas en Australia, plasmado en la película por ejemplo en las costumbres culinarias de Shayda y su relación con su hija, una relación muy fuerte, en la que ambas se ven muy unidas; ese microcosmos persa en Brisbane también vendrá dado por las frecuentes y bonitas canciones en farsi que contienen la banda sonora, generalmente de corte romántico y nostálgico.

La directora tiene declarado que ha optado por un “aspect ratio” (relación de tamaño de la pantalla) de 4:3, similar a la de una tele antigua, para remarcar con ese formato casi cuadrado la sensación de prisión, de encarcelamiento obligado al que se ve abocada la protagonista y su hija huyendo del exmarido, siendo una decisión artística que nos parece acertada, la utilización de un recurso formal para subrayar implícitamente el contenido del film.

Estamos entonces ante una historia interesante que busca remarcar el machismo intrínseco del régimen iraní, pero también, en su mayoría, de la propia sociedad persa, un machismo ambiental, plenamente asumido incluso por muchas mujeres, como la madre de la protagonista, que constantemente intenta, por teléfono, que vuelva a Teherán y se reconcilie con su marido.

Buen trabajo actoral, en especial de la protagonista, la actriz iraní Zar Amir-Ebrahimi, ella misma huida de su país en 2010 tras ser condenada a 10 años de cárcel y 99 latigazos por un vídeo íntimo divulgado sin su consentimiento (o sea, la víctima resulta que era la culpable…). No hace mucho la vimos y admiramos en la estupenda Holy Spider (2022), del escandinavo-iraní Ali Abbasi. Por otro lado, el hecho de que Cate Blanchett se haya involucrado como productora ejecutiva del film, le ha conferido a este una visibilidad que, sin ese apoyo, difícilmente hubiera conseguido: chapó por la brava y excelente actriz australiana.

Por cierto, en lo que nos parece una muy honesta muestra de respeto hacia la cultura árabe, en los créditos iniciales de la película los actores y actrices de cultura islámica aparecen con sus nombres escritos tanto en caracteres occidentales como arábicos: ahí queda eso…


(06-07-2024)


 


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117'

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Shayda - by , Jul 06, 2024
2 / 5 stars
Acre denuncia en clave autobiográfica