CINE EN SALAS
[El lector interesado en el tema del terrorismo etarra en el cine puede consultar en Criticalia los artículos titulados ETA: demasiada sangre para tan poco celuloide y El cine vasco de la democracia (II). El llamado “conflicto vasco”: el terrorismo etarra.]
Arantxa Echevarría se está revelando como una cineasta ecléctica que filma cada vez mejor. Tiene dicho (y cumplido) que ella hace cine comercial para poder hacer paralelamente el cine que le interesa; así, en el primer apartado, el del cine llamémosle industrial, estarían sus comedias La familia perfecta y Políticamente incorrectos, y en el segundo, el cine que trasciende ese objetivo puramente crematístico, la estupenda Carmen y Lola, que la descubrió para el buen cine, y también Chinas, que igualmente estaba muy bien.
Ahora, con La infiltrada, que teóricamente pertenecería a esta segunda sección, nos parece que se ha encontrado, casi sin pretenderlo, que va a cumplir también con las exigencias económicas de la primera; así, el fin de semana de estreno se ha saldado con 1,14 millones de euros de recaudación, que está mejor que bien, y augura una taquilla global, cuando termine su período de exhibición en salas, más que apañado. Así que aquí tendríamos una curiosa síntesis, calidad cinematográfica y, a la par, excelentes resultados comerciales.
Y la verdad es que, viendo el film, se entiende: porque La infiltrada es una más que interesante mezcla entre cine de (lícito) entretenimiento con ese otro tipo de cine que da que pensar. La acción se desarrolla a lo largo de la década de los años noventa, fundamentalmente en el País Vasco, en los años de plomo del terrorismo etarra; conocemos entonces a Mónica, agente de la Policía Nacional, que ha sido reclutada por Ángel, alto cargo del cuerpo, para ser una de las personas a infiltrar en el entorno de ETA y así poder desarticular las acciones terroristas de la banda vasca. Mónica, con el nombre ficticio de Arantxa, se introduce poco a poco en la periferia de ETA en San Sebastián, en las “herriko tabernas”, en los movimientos de ultraizquierda solidarios con todo tipo de causas más o menos perdidas: Palestina, Sahara, etcétera; además, conforme a la estrategia diseñada por Ángel (llamado por sus subordinados “El inhumano”...), va mostrando sus simpatías por el autodenominado (y también así llamado por el entonces presidente Aznar, en una muy cuestionable declaración pública) Movimiento de Liberación Nacional Vasco. Por fin, tras varios años infiltrada en la Parte Vieja de Donosti, es tocada por un periférico de ETA para colaborar con un comando, en tareas de corte logístico...
Tiene La infiltrada, como decimos, un doble valor: por un lado, es un electrizante thriller de espionaje, en la mejor tradición del género, situándonos en primera persona dentro de la banda, con la mirada de esta mujer que se jugó, literalmente, la vida al introducirse en el entorno de la banda, con criminales que no se fiaban ni de sus madres. Echevarría, como directora, se nos revela como una estupenda realizadora de escenas de intriga, de suspense, con varias de ellas que resultan casi insoportables en su plasmación cinematográfica, tensando lo justo la cuerda para que casi se nos salga el corazón por la boca, pero sin pasarse. Todas esas escenas (y son un buen puñado, casi una decena) están primorosamente filmadas, generando la adecuada dosis de adrenalina a base de un buen montaje, una música percutante y plena de ansiedad, y una planificación rigurosa, todo lo cual confluye en la generación de momentos de gran tensión para el espectador; todo ello, además, no es en absoluto gratuito, sino la forma más pertinente de contarnos la (verídica, aunque evidentemente se habrá fantaseado también un tanto para hacerla más atractiva) vida de esta mujer que se arriesgó lo indecible para evitar asesinatos, extorsiones, chantajes, impuestos revolucionarios, la siniestra forma en la que un movimiento de asesinos quiso crear una nueva sociedad.
Pero es que, además de esa faceta de gran espectáculo, perfectamente conseguida, incluso con escenas de persecución en coche y tiroteos que resultan muy creíbles, La infiltrada no esconde una cara B, que de alguna forma podría ser incluso la auténtica cara A, la no-vida de Mónica, alias Arantxa, durante años, la obsesiva manera en la que esa no-vida se instaló en su existencia, convirtiendo voluntariamente las 24 horas del día, los 7 días de la semana, los 365 días del año (366 los bisiestos...) en una alegórica cadena perpetua en la que tenía que interpretar permanentemente un papel, en puridad la obra de teatro más larga jamás representada a lo largo de la historia; una obra de teatro que, además, de salir mal, no se arriesgaba a que le tiraran tomates, sino proyectiles de la siniestra munición de 9 milímetros “parabellum”, la habitual utilizada por ETA. Esa no-vida que le hará citarse a veces con su jefe, aunque sea solo para ser ella durante 15 minutos; esa no-vida que, cuando todo acabe, la hará encontrarse ante un vacío existencial que no sabe cómo llenar.
Pero es que hay también otro aspecto importante en la película, y es busca huir del maniqueísmo: por supuesto, los etarras aparecen como lo que fueron, criminales que asesinaron sin piedad a gente desarmada, por mor de una ideología demente y aberrante (ya lo dijo Gandhi: “hay muchas cosas por las que estoy dispuesto a morir, pero no hay ninguna por la que esté dispuesto a matar”); pero tampoco la Policía Nacional se va de rositas, aunque desde luego a otro nivel: vemos aquí las fricciones con la Guardia Civil, en una especie de banal competición por ver cuál se ponía la medallita en la desarticulación de comandos, pero también se nos habla de algunas de las barbaridades que se ejecutaron, en nombre del Estado (que ya tiene tomate la cosa...) en, por ejemplo, el cuartel de la Benemérita en Intxaurrondo, donde el general Galindo y sus adláteres, por ejemplo, habían matado en los años ochenta, tras torturarlos, a los etarras Lasa y Zabala (son hechos probados y condenados por la justicia, no son meras elucubraciones sin fundamento). Aquí se habla, en una escena de gran intensidad emocional, sobre la detención de una pareja de gente de la periferia etarra, y cómo fueron vesánicamente tratados en esa instalación que pagamos entre todos.
Hay, entonces, en La infiltrada, dos películas, que casan perfectamente entre sí: la de acción exterior, admirablemente tratada por Echevarría como la solvente profesional cinematográfica que es, pero también la de acción interior, asistiendo al progresivo aunque casi invisible deterioro del temple de Mónica en su papel de Arantxa, empeñada en llegar hasta el final aunque peligrara, como así fue, su salud mental y, obviamente, su salud física, por no decir su vida. Dos películas que son finalmente una, un film muy notable que confirma que el cine español está preparado para todo: para cine de acción, por supuesto, como ya sabíamos, pero también para combinarlo excelentemente con tramas que hablan de seres humanos, y sobre todo, de seres humanos sometidos a una presión casi intolerable.
Buena parte del mérito radica también en el muy bien estructurado guion de la propia directora junto a la catalana Amèlia Mora, autora de libretos cinematográficos no lejanos a este, como el de la serie La Unidad. Excelente, como queda dicho, la música del vizcaíno Fernando Velázquez, habitual compositor de las películas de J.A. Bayona. La fotografía de Javier Salmones es magnífica, ajustada al oscuro tono (también moral) de la película.
Gran trabajo de Carolina Yuste, en un personaje demediado que, desde ya, huele a Goya, aunque quizá el hecho de que, tan joven (tiene solo 31 años...), ya tenga uno, puede jugar en su contra. Luis Tosar, como siempre, impecable; del resto nos quedamos con Nausicaa Bonnín, que está estupenda como la policía embarazada que, con su barriga de preñada, pero también con su sangre fría, jugará un papel esencial en el no descubrimiento de la identidad de su compañera infiltrada. También, desde luego, el actor vasco Iñigo Gastesi, en un complejo papel de etarra que, sin embargo, se siente interesado sexual, quizá amorosamente, por la protagonista; y no digamos Diego Anido, que se está especializando en personajes odiosos: si como el hermano tarado de Luis Zahera en As bestas resultaba repulsivo, aquí se gradúa “cum laude”. Y es que es difícil resultar más hijoputa que este etarra Sergio, un bastardo que se creía superior a todos; y encima era gallego, ¿no te jode?, propiciando una de las escenas de mayor tensión entre su rol y el de Carolina Yuste, cuando esta, tras maltratar el matarife al gatito de Arantxa, le llama en su cara “maketo” (“tonto” o “majadero”), que es la despectiva forma en la que los vascos supremacistas, desde Sabino Arana (otro que tal...), se dirigen al resto de españoles.
(15-10-2024)
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