Pelicula:

CINE EN SALAS

Definitivamente, el “cartoon” norteamericano, sea por el procedimiento tradicional de las dos dimensiones, o por el más novedoso del digital del 3D, se ha instalado ya en un estadio en el que, sin desatender al chiquillerío, se enfoca cada vez más también en los adultos, bien como acompañantes de los críos, bien porque (qué buen gusto demuestran...) deciden ver este tipo de películas para disfrutarlas sin coartadas ni excusas infantiles. Y hacen bien, porque, al menos desde Toy Story (1995),  la primera película de largometraje de Pixar, hace ya casi tres decenios, el cine de animación yanqui se ha postulado como otro cine tan válido y tan interesante para adultos como los largos con personajes reales, replicando con este procedimiento (analógico o digital) los temas, los géneros, los asuntos que generalmente pueblan esas pelis supuestamente “para mayores”.

Y a esa nueva faceta intergeneracional que se inauguró con la irrupción de Pixar en el panorama audiovisual se ha sumado también el dibujo animado tradicional, que ahora es también capaz de encantar a niños y adultos, sin que estos tengan que llevar necesariamente a un crío como si fuera un sidecar (los menores de sesenta años seguro que no conocen ese término...). Films como la (todavía) tetralogía de la mentada Toy Story, pero también Up, o Buscando a Nemo, o ¡Rompe Ralph!, o Encanto, o no digamos ya el díptico formado por Del revés y Del revés 2 (todos ellos de Pixar o Disney, ambas sociedades del mismo grupo), tienen suficiente interés para el adulto como para constituirse en películas muy apetecibles. Igual cabría decir de otros estudios, como DreamWorks, que es el afortunado responsable de este Robot salvaje, pero también de otros films igualmente estimables por el público mayor de edad, como la saga iniciada por Shrek y su “spin-off” de El gato con botas.

Por supuesto, ese salto lo habían dado ya en otras latitudes, como Japón, donde las películas de Studio Ghibli hace décadas que son igualmente apreciadas por niños y mayores; también en Europa se da ese mismo fenómeno, aunque a escala menos potente y desde hace menos tiempo: recordemos algunos directores europeos que hacen cine de animación más para adultos que para niños, como el francés Michel Ocelot, la irlandesa Nora Twomey o el holandés Michaël Dudok de Wit; también los españoles Sergio Pablos y Alberto Mielgo, e incluso algunos cineastas también hispanos que combinan productos de acción real con “cartoons”, como Fernando Trueba y Pablo Berger.

Es curioso porque el tema de este Robot salvaje (un androide de estricta programación como servidor de humanos, enfrentado a situaciones no previstas en sus circuitos, y cómo responderá a ellas) ya ha sido llevado en varias ocasiones (y siempre con fortuna) al cine; haciendo alguna memoria, podemos recordar aquel estupendo El gigante de hierro (1999), dirigido por uno de los grandes de la animación yanqui, Brad Bird, o la pixariana (y estupenda) WALL-E (2008), de Andrew Stanton, o tan recientemente la última peli de Berger, que citábamos, la magnífica Robot dreams (2023).

Quiere decirse que el cine de animación, aunque también el cine en general, a secas, lleva ya tiempo interesándose por ese futuro (o no tan futuro: Elon Musk ya ha anunciado la inminente aparición de una especie de “mucamo digital”, androides que nos atenderán en casa como las antiguas criadas, aunque sin cofia...) en el que los androides no serán temáticas de ciencia ficción sino elementos cotidianos de nuestro día a día. Por supuesto, se abre un campo inmenso: con la cada vez más avanzada Inteligencia Artificial (esa IA que YA está aquí –perdón por el juego de palabras, no me he podido resistir...--) pugnando por entrar en nuestras vidas, vía Chat GPT o las modalidades futuras que todavía no alcanzamos a intuir, parece lógico que el cine explore las posibilidades de esta nueva temática que, digámoslo claramente, cambiarán nuestras vidas (aunque no sé en qué sentido...) en los próximos años.

Hay al menos dos posturas enfrentadas a la hora de presentarnos en el audiovisual esa IA que está ya aquí, aunque todavía no a plena potencia: una es, por supuesto, la que la ve como un elemento que terminará siendo hostil, pretendiendo sustituirnos como especie (por llamarlo de alguna manera...) dominante sobre la Tierra: el caso más evidente es, por supuesto, la saga iniciada por Terminator (1984). Pero hay otra que entiende que la IA no solo no terminará siendo nuestro enemigo (y nuestro vencedor), sino nuestro aliado, un aliado consciente de ello, amistoso voluntariamente, no porque aparezca en ninguna programación de sus circuitos de silicio.

Esa es, curiosamente, la idea transversal de esos cuatro títulos de animación que hemos citado, y la última muestra es esta magnífica Robot salvaje, que se inicia con el androide del título que se despierta (por llamarlo de alguna forma) en una isla desierta, a donde ha sido arrojado tras un naufragio, junto a otros robos que viajaban en ese barco para ser entregados a sus nuevos dueños. El robot, con nombre formado por signos alfanuméricos, abrevia su denominación como “Roz”; la isla está desierta de vida humana, pero sí hay una abundante fauna; en sus primeros compases, cuando Roz está intentando ofrecer sus servicios a sus “clientes” (conforme a lo que tiene insertado en su programación), por accidente, mata al caer sobre ellos a una mamá pata y algunos huevos de su nido. Pero uno de esos huevos sobrevive; Roz, intrigado, lo está observando cuando un zorro se lo roba para comérselo. El robot lo rescata, y tras varios dimes y diretes, el huevo se rompe y aparece un pollito de pato. Roz consigue que el zorro le ayude a cuidar al patito, que cree, lógicamente, que el robot (que fue lo primero que vio al nacer) es su madre. A partir de ahí, Roz ya tiene varias tareas encomendadas, que es lo que buscaba en la isla para cumplir su programación: dar de comer al polluelo, enseñarle a nadar, y (lo más difícil) enseñarle a volar... Y es que, si Philip K. Dick se preguntó en el título de su célebre relato aquello de ¿Sueñan los androides con ovejas mecánicas?, nosotros podríamos parafrasearlo preguntándonos ¿sueñan los androides con patitos huérfanos?

Lo cierto es que parece que el tema robótico trae buena suerte a las pelis de animación: las cuatro citadas, El gigante de hierro, WALL-E, Robot dreams y esta Robot salvaje son estupendas muestras de un cine que confirma que la IA puede dar muchísimo de sí como temática cinematográfica, y además, de lo más variada: si en El gigante de hierro el asunto en cuestión era el miedo atómico y la denuncia de la xenofobia, en WALL-E el tema era la destrucción inmisericorde de nuestro planeta que venimos ejecutando con un tesón digno de mejor causa, mientras que en Robot dreams el tema era la posibilidad de la amistad entre un ser cuyo origen es el carbono (el perro, trasunto por supuesto del ser humano) y otro que está hecho a base de chips de silicio, dos seres absolutamente distintos pero que podrían (y, de hecho, según el film, pueden...) ser amigos íntimos.

El tema de Robot salvaje da un paso más: ¿puede un androide tener sentimientos maternales sobre otro ser, en este caso de carne y hueso, como puede ser un patito? ¿puede ese robot también generar lazos de profunda amistad con otros seres del reino animal, por ejemplo un zorro de colmillo retorcido? La respuesta del film, obviamente, es que sí; estamos entonces ante una película de, por supuesto, trepidante aventura, con numerosas escenas en las que la protagonista (porque es “una” robot”) tendrá que salvar al polluelo de depredadores de toda laya e incluso de sus congéneres (en una línea argumental que recuerda el cuento del Patito Feo), que parecen “haters” de redes sociales más que ansáridos; pero también hay una muy interesante reflexión, como en “sotto voce”, sobre lo que supone el concepto de maternidad, sobre qué es ser madre, quién puede ser madre, si la madre es algo necesariamente sanguíneo o puede serlo también por otras vías, como, especialmente, el de la crianza, que generará unos lazos indisolubles que, por supuesto, conocen bien las familias con hijos adoptivos.

Subiendo un peldaño más en esa escalera, ¿puede un ser mecánico, hecho de materiales artificiales, programado para unas muy determinadas actividades y no otras, cambiar su forma de ver el mundo, mediante el aprendizaje que da la peripecia vital, y convertirse en un ser que, contra toda esperanza, es capaz de amar? Esa es la tesis del film, nos parece, espléndidamente expuesta por Chris Sanders, un cineasta de largo recorrido que antes de director fue animador, guionista e incluso actor de voz (doblando los muchos “cartoons” en los que ha intervenido de una u otra forma), y que como director tiene todavía pocos títulos, pero de interés: Lilo & Stich (2002), Cómo entrenar a tu dragón (2010), Los Croods (2013).

No se queda ahí la película, por supuesto, en su carga de profundidad, en su mensaje subliminal: ¿podremos también los seres basados en el carbono –aquí patos y zorros, pero siendo extensible por supuesto a los humanos—desarrollar sentimientos positivos, incluso de amor filial o fraternal, hacia esos nuevos seres que están surgiendo, o surgirán, más pronto que tarde? ¿Es posible amar a un androide, o tener con él una amistad como aquellas tan profundas, tan entrañables, como las que, afortunadamente, tenemos con algunos de nuestros semejantes? ¿Son las emociones patrimonio exclusivo de los seres humanos, o, por extensión, de los seres vivos, o también pueden –o podrán...— sentirlas los nuevos artilugios en los que residirán los seres de la IA?

Como se ve, no son temas baladíes: casi podría escribirse un tratado de filosofía, incluso de metafísica, sobre la película. Pero no es este el lugar, por supuesto. Los mensajes que buscan insertar firmemente valores en las mentes de niños y mayores no se detienen en los temas citados, sino que tienen otras ramificaciones, como, por citar una ciertamente relevante, una sentida llamada a la unidad de todos cuando la catástrofe se barrunta como inminente; en estos tiempos en los que el planeta se desmorona y la Humanidad tiene perdido el norte desde hace tiempo, un mensaje así (aunque sabemos que no llegará a ningún lado...) nunca está de más.

Cinematográficamente, la película es irreprochable, con una factura espléndida, con un dibujo digital que cada día es más perfecto, pero no alardea de ello, sirviendo modestamente al film, que es de lo que se trata. Bellísimo en su descripción de la isla (que en otro tiempo podría haber sido donde recalara Robinson Crusoe), resulta ser una afortunada combinación de fondo y forma; fondo, porque las ideas que lanza son ideas enormemente atractivas, incluso aunque el espectador pudiera no estar de acuerdo con ellas; forma, porque la manera en la que está contada la historia rebosa amenidad, resulta a ratos divertida, pero también, a ratos, resulta emocionante hasta las lágrimas.

Hay un nuevo venero en el cine, un venero temático que nos hablará sobre las relaciones entre humanos (ya sean como hombres y mujeres, o camuflados en animales que, gracias al concepto de fábula, hablan y se comportan como seres humanos) y androides provistos de una IA que cada día será más inteligente. ¿Tendrán esos androides comportamientos como los seres humanos? ¿Serán, por el contrario, inasequibles a los sentimientos y actuarán según lógicas puramente mecánicas y planteamientos tan rígidos como, ¡ay!, exentos de piedad? Ea, ya tenemos tema para otros cien años de cine...

La película se basa en la novela ilustrada homónima de Peter Brown, publicada en 2016, cuyo éxito editorial ha propiciado dos continuaciones igualmente celebradas por niños y mayores; dado el notable éxito comercial (y crítico...) de este film, no sería nada raro que tuviéramos secuelas; si son tan buenas como esta inicial, ¡bienvenidas!


(17-10-2024)


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102'

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Robot salvaje - by , Oct 17, 2024
4 / 5 stars
¿Sueñan los androides con patitos huérfanos?