Pelicula:

CINE EN SALAS

[El lector interesado en el cine de Corea del Sur puede consultar también el artículo titulado Cine surcoreano del siglo XXI: Potente, variado, distinto]

Hong Sang-soo (Seúl, 1960) es uno de los cineastas surcoreanos más peculiares. Bueno, en realidad es peculiar a nivel mundial, porque nos parece que no hay un solo director de cine, ni ahora ni nunca, con su muy particular visión del cine. Y eso no quiere decir que su cine sea especialmente alambicado, ni estiloso, ni personal, ni que guste de los subrayados... al contrario, lo curioso de su cine es su desarmante simpleza, su forma incluso tosca, en un tiempo en el que cualquier pegaplanos se cree Orson Welles...

Pero es su forma de hacer cine, un cine donde la sencillez campa a sus anchas, una sencillez, sin embargo, sibilinamente trufada de temas, como cargas de profundidad, que Hong deja caer muy sutilmente. Aquí, como en prácticamente toda su abundante filmografía (40 títulos en menos de 30 años, y en la última época rueda dos y tres títulos anuales), su historia es bien simple: se articula a lo largo de tres segmentos, en los que el único personaje que se mantiene es el de Iris, una francesa que vive en Corea del Sur, aunque no sabemos ni cómo ha llegado ni por qué. Nos enteramos en el primer segmento que se desempeña como profesora (no reglada) de francés, enseñando a una chica en el domicilio de esta; su técnica es puramente intuitiva: se trata de escribir en francés los sentimientos más profundos que le genera a su alumna algún tipo de situación de felicidad, como tocar música; después la discípula debe repetir esas frases obsesivamente, hasta que (se supone...), siendo un tema puramente emocional, su mente se impregne del idioma y salga hablándolo como si fuera Molière... Esa misma técnica bastante heterodoxa la aplicará a su siguiente alumna, una mujer de mediana edad, que conocemos junto a su marido, ambos de clase media-alta; ahí nos enteramos también de que Iris es adicta al makgeolli, un vino de arroz efervescente y de apariencia turbia, una bebida alcohólica típica de Corea. En el tercer segmento veremos a Iris volviendo al apartamento que comparte, como amigos, con un veinteañero llamado Inhuk, que se la encontró en el parque un día tocando (horriblemente...) una flauta...

Como vemos, esto no es Gritos y susurros (ni falta que hace, por supuesto...). La historia de Hong es cualquier cosa menos complicada: tenemos a una extranjera en un país de cultura absolutamente ajena, en el que se comunica en otra lengua que no es la suya (en la lingua franca de nuestro mundo, el inglés, como hace mil años era el latín), mientras sobrevive con los ingresos de su peculiar maestrazgo con una técnica más intuitiva, emocional, que científica. Pero a lo largo de esos tres segmentos iremos viendo también algunas cuestiones de interés: por ejemplo, la resistencia inicial de la mujer madura del segundo segmento, ante el etéreo método de enseñanza del francés, resistencia que, curiosamente, se irá ablandando conforme los tres (la mujer, su marido e Iris) van trasegando el makgeolli, que alegrará los corazones y relajará las reticencias, en lo que podría considerarse una celebración de la vida a través del consumo (moderado, por supuesto) de espirituosos.

Pero quizá el tema más interesante de los tocados por Hong en esta su nueva película sea el de la xenofobia, una xenofobia que podríamos llamar “a raza cambiada”; nos explicamos: generalmente la xenofobia, en Occidente, se dirige hacia las personas inmigrantes que no son de raza blanca; o sea, todos aquellos que no pertenecen a la que antiguamente se llamó “raza caucasoide”: negros, árabes, amerindios, túrquicos, achinados... Sin embargo, aquí, en el tercer segmento, en el de Iris con su amigo veinteañero, la irrupción de la madre de este se caracterizará (aparte de por una obsesiva sobreprotección hacia su vástago) por la reluctancia de la progenitora hacia la relación (aparentemente solo amistosa) que ha desarrollado su hijo con la francesa, con los mismos argumentos que se usan en Europa y Norteamérica contra los que vienen del Tercer Mundo: no sabes nada de ella, cómo te puedes fiar, no sabes qué ha hecho en su pasado, cómo eres tan pánfilo que la acoges sin más... y toda la retahíla habitual en estos casos... solo que aquí, la inmigrante, la que viene de afuera a vivir al país, a intentar ganarse la vida, ¡ay!, tiene la piel blanca y pertenece a una de las grandes culturas humanas de nuestro tiempo, la poderosa Francia. Estaríamos entonces ante una curiosa inversión de los términos, en la que la xenófoba tiene los ojos rasgados, y la víctima de su xenofobia, sin embargo, tiene la epidermis lechosa y el pelo rubio (aunque sea “de bote”... de joven lo tenía pelirrojo...).

Quizá haya también una cierta reivindicación de las relaciones (que impliquen sexo, o no) entre personas de edades disparejas, teniendo en cuenta que el propio Hong inició hace unos años una relación sentimental con su actriz fetiche, Kim Min-hee, a la que le lleva 22 años, y aquello fue muy criticado en su país por la diferencia de edad.

Por lo demás, la peli resulta desarmante, como decíamos, en su simplicidad: en la forma, con encuadres estáticos, filmados casi siempre en largos planos-secuencia, con alguna mínima panorámica y algún que otro leve zoom (reivindicando con ello este recurso, hoy día prácticamente proscrito del cine, cuando en los años sesenta y setenta era muy habitual); pero también en el fondo, con diálogos que suenan a improvisados, banales, aunque hay alguno que claramente no lo está, como el que repite, palabra por palabra, la protagonista y sus alumnas en los dos primeros segmentos, un diálogo sobre la sensación que tocar música produce a las dos discípulas para volcarlas después al francés. Y, por supuesto, unos diálogos en general voluntariamente muy básicos, casi elementales, muy reiterativos, en puridad como se producen en la vida real, donde nadie habla con esas conversaciones tan elaboradas como se estilan en la mayoría de los audiovisuales.

Hay también un sentido homenaje, la lectura en dos escenas distintas (y en tres idiomas: coreano, inglés y francés) de unos hermosos versos del poeta coreano Yun Dong-ju (1917-1945: murió con solo 27 años...), un bardo de gran voltaje lírico, también un poeta de la resistencia a la ocupación japonesa de la época; el poema, por cierto, en uno de sus versos, dice literalmente “mi camino siempre es nuevo”, quizá como una afirmación del propio Hong (irredento admirador de la obra de Yun), quien en cada película, como aquí, intenta explorar un nuevo sendero, siempre con el minimalismo más absoluto, llevando la simplicidad al extremo.

Quizá (solo quizá...) ese minimalismo a ultranza, esa reducción de la sustancia del film a niveles ínfimos, reduce el interés que generalmente tiene, por su originalidad, el cine de Hong; quizá (solo quizá) esta La viajera sea un empeño menos apreciable, menos agradecido, que otros de este peculiar cineasta, como Ahora sí, antes no (2015), En la playa sola de noche (2017) y El hotel a orillas del río (2018).

Isabelle Huppert repite por tercera vez a las órdenes de Hong (ya lo hizo antes en En otro país y La cámara de Claire); lo cierto es que la talentosa actriz francesa parece haberle pillado el punto a estos personajes un tanto excéntricos, y ella los hace suyos con aparente facilidad (y, añadiríamos, felicidad...).  

(23-04-2025)


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90'

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La viajera - by , Apr 23, 2025
2 / 5 stars
"Mi camino es siempre nuevo..."