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Hong Sang-soo es ya casi un habitual en los cines españoles, al menos en los locales con una cierta intencionalidad cinéfila. Hablamos de una rareza, pues el cine surcoreano, como cabría esperar, se ve poco en Occidente. Sin embargo, Hong podría presumir, si le pluguiera, de haber estrenado en España seis de las películas que ha rodado en los últimos siete años; bien es cierto que se han quedado inéditas otras cinco también rodadas en ese mismo plazo (como se ve, Hong rueda con inusitada prolificidad...), pero en cualquier caso la cifra de las estrenadas es desmesurada para lo habitual en el cine de aquellas latitudes.

Y lo curioso es que, además, el cine de Hong Sang-soo dista mucho de ser complaciente, o fácil, o grato para el espectador: al contrario, el cineasta de Seul tiende a hacer de cada film un más difícil todavía, gusta de plantear historias en las que prueba a hacer derivadas, líneas tangentes y cotangentes, a darnos la misma historia con mínimas diferencias que terminan en resultados bien diversos: todas esas cuestiones, y otras muchas, están dadas, de un modo u otro, en anteriores películas como En otro país (2012), Ahora sí, antes no (2015), Lo tuyo y tú (2016), En la playa sola de noche (2017) y La cámara de Claire (2017), por citar la amplia muestra de su filmografía que hemos podido contemplar en España en los últimos tiempos.

Con esta El hotel a orillas del río, de tan hermoso título, Hong vuelve a las andadas, dicho sea como elogio: nos parece que explorar terrenos, no amodorrarse en la fama o el prestigio, estar en permanente búsqueda y experimentación, no solo es bueno sino mejor; por supuesto, en esa peripecia se puede meter la pata a modo (En otro país nos pareció un ejemplo de ello), pero también se pueden encontrar vetas artísticas insospechadas (Ahora sí, antes no y En la playa sola de noche estarían en esa categoría).

En El hotel a orillas del río, Hong nos cuenta dos historias concomitantes: una, quizá la principal, tiene como protagonista a un viejo poeta, Young-Hwan, que se encuentra alojado en un hotel (sí, a orillas de un río...), invitado por un admirador de su poesía; ha citado en el establecimiento hotelero a sus dos hijos porque tiene un mal presagio sobre la inminencia de su muerte; la otra historia se desarrolla también en el mismo hotel, con una joven que se acaba de separar traumáticamente de su pareja y que halla consuelo en la palabra y la compañía de una íntima amiga; ambas historias confluirán con sencillez cuando las chicas reconozcan al poeta y este se quede prendado de la belleza de ambas...

Transmite el nuevo film de Hong, como casi todos los suyos, una extraña sensación de irrealidad, evidentemente buscada, tanto más curiosa cuanto que sus películas siempre están presentadas en una clave claramente realista. Hay en El hotel a orillas del río un tono como de sueño, a ratos de pesadilla, como cuando los hijos y el padre, a pesar de estar en espacios físicos muy próximos, desconocen sus respectivos paraderos y parecieran perdidos en la nada, ahogados en un vaso de agua. Hay también una sentida melancolía, sobre todo en la historia del viejo poeta que ve cómo la parca se acerca, tan callada, y escribe su último poema para las bellezas que han iluminado sus últimos momentos. Hay también, a qué negarlo, la pesadez tan típica de los orientales en sus agradecimientos, como ocurre en la escena en la que el poeta y las chicas se llevan dándose las gracias mutuamente más de un minuto, en lo que no parece vaya a terminar nunca: habrá que entender que son otros modos, otras costumbres, pero a los occidentales tanta reiteración nos resulta, cuanto menos, chocante.

Escrita, como queda dicho, en clave realista, a veces casi naturalista, en un hermoso blanco y negro que acentúa el tono melancólico, nostálgico, de una poética tristeza, El hotel a orillas del río es también, de algún modo, un tratado humanístico: el hombre al final de su vida, el hombre que ha entregado su existencia al arte, busca reencontrarse por última vez con su prole; los dos hijos, tan distintos, tan fraternos, todavía enfrascados, a ratos, en las dulces riñas estúpidas de cuando eran críos; las mujeres, tras la ruptura sentimental de una de ellas, entregadas a ese lenitivo que todo lo puede conocido como sincera amistad.

Utilizando recursos cinematográficos tan poco usados en estos tiempos como los créditos hablados (recuérdese que ya los utilizaron, por ejemplo, Godard en Le mépris/ El desprecio, en 1963, y Pasolini, aunque cantados, en Uccellacci e uccellini/ Pajaritos y pajarracos, en 1966), Hong usa también potentemente el fuera de campo, como en la última escena del poeta y sus hijos, definitoria y definitiva. Película aparentemente sencilla, incluso simple, en realidad es mucho más compleja de lo que parece: se podría decir que contiene en sus fotogramas un solapado tratado de filosofía, casi de metafísica. Y solo con cinco actores y actrices (todos habituales en los films de Hong), un mínimo equipo técnico, un par de localizaciones en un hotel y apenas dos semanas de rodaje... El colmo del minimalismo. Y es que, efectivamente, menos es más...


(05-09-2019)


 


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97'

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El hotel a orillas del río - by , Apr 02, 2020
3 / 5 stars
La complejidad de lo simple