Enrique Colmena

22-04-2025

Certificada la muerte de Francisco (nacido Jorge Mario Bergoglio), con la tradicional fórmula solemnemente proclamada por el cardenal camarlengo, "Vere Papa mortuus est" (“El Papa está verdaderamente muerto”), tras doce años de pontificado, no se puede decir que el momento del óbito sea óptimo (bueno, para morirse, y menos alguien de su nivel, nunca es buen momento...): el mundo se debate en una crisis de la que no sabemos cómo vamos a salir (o lo que es peor, todos intuimos que saldremos mal, muy mal...). En Gaza están reduciendo a escombros a un país, matando inocentes por decenas de miles, mientras el mundo mira hacia otro lado o, en el mejor de los casos, le pide, por favor, al señor Netanyahu (que, si hay infierno, tiene allí ya su plaza fija, a perpetuidad) que no mate tantos, o por lo menos más despacito... En Ucrania el primo ruso de Zumosol (al que podríamos llamar Ivan Zumosolovich....) tiene invadido desde hace varios años el país, enfrentándose a un dirigente que en otra vida fue cómico (ahora el hombre ha tenido que cambiar su papel por el de trágico...), sin que todas las sanciones de Occidente le hayan hecho mella. En la Casa Blanca, más de la mitad de los electores, en el último sufragio novembrino del pasado año bisiesto, ha entronizado a un majara que gobierna como un marajá (lo siento, no he podido resistirme al juego de palabras...), o lo que es lo mismo, como un empresario inescrupuloso, ególatra y arbitrario, cuando no como un niño caprichoso e idiota.

Y ahora va y se nos muere Francisco, que intentaba ser una voz razonable y humana en esto en lo que hemos convertido el mundo... Daremos una larga cambiada (los animalistas me perdonarán la frase hecha: las palabras no matan animales...) y hablaremos de cómo ha visto el cine y la televisión (como siempre, sin ánimo exhaustivo...) la figura del Papa de Roma, no solo de Francisco, que también, sino, en general, la figura del Sumo Pontífice.

Ya que estamos en período de sede vacante, tras la muerte de Francisco, parece oportuno que empecemos con una película de absoluta actualidad, Cónclave (2024), adaptación de la novela homónima de Robert Harris, puesta en escena por el cineasta alemán Edward Berger, una ficción que imagina el interior de ese foro, el cónclave cardenalicio, en el que, tras la muerte del Papa de turno, se decide la nueva figura que dirigirá la Iglesia Católica y, por extensión, que diseñará el futuro de tan poderoso ente, con 1.400 millones de fieles y una indudable influencia en el mundo; que se lo digan a la URSS y aquello que dijo Stalin: “¿cuántas divisiones tiene el Papa?”. Pues sin una sola división, contribuyó, y no poco, a derribar el Muro de Berlín, y con él, el Telón de Acero... El film, con muy apañado reparto (Ralph Fiennes, Isabella Rossellini, Stanley Tucci, John Lithgow, Sergio Castellitto...), se ha convertido en una de las sorpresas del año, no solo por su éxito inicial, sino por haber mantenido ese éxito en el tiempo, llevando varios meses en exhibición comercial sin ser retirado de la cartelera. Ficción que juega con claves de thriller, sirve también para observar, como por una mirilla, las complejidades de las diversas corrientes que cohabitan (no sé si este verbo es el más adecuado, dada la institución...) dentro del seno eclesial, pero también las miserias (ellos también, tan santos...) que aquejan a todo ser humano, aunque porten la púrpura del cardenalato.

Ese mismo momento de la sede vacante, aunque en otro tono muy distinto, aparecerá en el film italiano Habemus Papam (2011), con Nanni Moretti a los mandos, con lo que parece claro que muy en serio no podía ir... Fuera de bromas, la peli de Moretti buscaba un cierto acercamiento en clave tragicómica a la figura del hombre elegido para Papa, aquí un magnífico Michel Piccoli, un hombre atribulado por el enorme peso que había recaído sobre él.

Pero volvamos a Francisco, a Jorge Bergoglio: quizá el jesuita sea el Papa (quien, sin embargo, tomo el nombre del fundador de la competencia -Francisco de Asis, creador de los franciscanos-, en vez de, por ejemplo, Ignacio de Loyola, que instituyó su compañía) más conocido y recordado, al menos en la pantalla. Y es que Francisco ha aparecido en efigie en varias películas, desde el documental El Papa Francisco. Un hombre de palabra (2018), dirigido por el veterano Wim Wenders, hasta Llamadme Francisco (2015), una recreación de su vida en la que el encargado de interpretarlo fue el actor (argentino, claro está...) Rodrigo de la Serna, siendo dirigido por el italiano Danielle Luchetti; pero ha habido más presencia en la pantalla del Papa que ha muerto recién (lo diremos a la manera de nuestros hermanos argentinos...), como es el caso de Francisco, el padre Jorge (2015), biopic producido en Argentina, con el español Beda Docampo Feijóo a los mandos y Darío Grandinetti colocándose el blanco solideo papal. Hasta ha aparecido como uno de los coprotagonistas de un supuesto encuentro entre el entonces vigente Santo Padre, Benedicto XVI, y él mismo, en Los dos Papas (2019), con dirección del brasileño Fernando Meirelles, siendo Ratzinger interpretado por Anthony Hopkins, y Bergoglio por Jonathan Pryce.

Ha sido Francisco quizá el Papa más llevado a la pantalla, pero no el único. También Juan Pablo II, el más carismático quizá desde Juan XXIII (e igualmente importante e influyente en el devenir de la Historia en su tiempo de pontificado), ha sido objeto de varios films, del que destacaríamos el titulado De un país lejano (1981), frase que evocaba la pronunciada en su alocución inicial por el recién nombrado Papa, cuando dijo que venía “de un paese lontano”, de un país lejano. El film, con dirección del prestigioso cineasta polaco (y católico...) Krzysztof Zanussi (para cuándo la beatificación, al menos, para el inventor del “copia-pega”...), presentaba en pantalla al actor australiano Sam Neill, el que corría delante de dinosaurios en Parque Jurásico, como el Santo Padre que contribuyó poderosísimamente a cambiar el mundo.

Juan XXIII fue otra de las grandes figuras de la Iglesia moderna, un papa reformador que, a través del Concilio Vaticano II, cambió radicalmente las anquilosadas estructuras y los tenebristas ritos medievales de una organización que necesitaba como el comer acercarse a sus feligreses y actualizar su mensaje evangélico. El llamado “papa bueno” también tendría su película, titulada E venne un uomo (literalmente “y viene un hombre”) (1965), por cierto no estrenada en España, dirigida por el maestro italiano Ermanno Olmi cuando ya había fallecido el Santo Padre, en un film que mezclaba material documental sobre el vicario de Cristo y una cierta recreación de su vida, mayormente de su infancia y adolescencia, etapas que, lógicamente, marcarían su futuro, y con Rod Steiger como el “intermediario”, o quizá narrador, para contarnos su historia.  

Es curioso porque, sin pretenderlo, hay una película de los años sesenta que auguró (apoyándose en la novela homónima de Morris West) la llegada al Solio de San Pedro de un cardenal venido de más allá del Telón de Acero, como acontecería una docena de años después con el inicio del pontificado de Juan Pablo II. Hablamos, claro está, de Las sandalias del pescador(1968), film con Michael Anderson en la dirección, que imaginaba a Anthony Quinn como obispo ruso que llegaba desde la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas para sentarse en el trono del Vaticano con el sonoro nombre de Kyril I. Quinn, que en lo tocante a nacionalidades y etnias, hizo de todo (esquimal en Los dientes del diablo, heleno en Zorba el Griego, indio en Murieron con las botas puestas, entre otras), se puso aquí las sandalias del sucesor de aquel pescador, Simón Pedro, sobre el que Cristo edificaría su Iglesia. Con un repartazo (además de Quinn estaban Laurence Olivier, John Gielgud, Vittorio de Sica...), el film en su momento parecía una imposibilidad metafísica al que, sin embargo, el tiempo vino a dar la razón...

A veces el acercamiento del audiovisual a la figura del papa lo presenta en un segundo plano pero con perfiles casi de protagonista, además con una importancia capital en lo que se cuenta; es el caso de El tormento y el éxtasis (1965), en la que se narraba la complicada relación entre Miguel Ángel y el papa Julio II, a vueltas con la construcción y decoración de la Capilla Sixtina, con un interesante duelo entre Charlton Heston, como el artista, y Rex Harrison, como el sumo pontífice, en el que, además de la dicotomía del título, se podría hablar también, a la manera de Graham Greene, del poder (temporal) del papa y la gloria (eterna) del genio: está claro quién ganó, de calle, en aquel duelo...

Habrá otros acercamientos más o menos históricos a algún papa que ciertamente no le dejaban en muy buen lugar. Es el caso de Amén (2002), la película de Costa-Gavras ambientada en la Segunda Guerra Mundial, que nos presenta la (al parecer) verídica historia del oficial de las SS que inventó el siniestro gas Zyklon B (con el que gasearon muy gentilmente a 6 millones de judíos, además de rojos, disidentes de toda laya, gitanos, homosexuales, tullidos, etc.), quien sin embargo, cuando se enteró de lo que se estaba haciendo con su supuesto raticida (presunto destino del gas letal), buscó la complicidad de un cura con contactos en la alta jerarquía vaticana que le permitiera hacer llegar al entonces pontífice, Pío XII, la auténtica barbaridad que se estaba perpetrando... con el resultado de que el Santo Padre miró hacia otro lado, o al menos esa es la tesis del film...

Sobre la muerte de Juan Pablo I, aquel pontífice al que muy bien podrían haber llamado el “papa luna”, porque duró un mes (aunque ese título ya lo ostentó, siglos atrás, Benedicto XIII, mayormente porque se llamaba Luna de apellido...), se han escrito ríos de tinta y alguna que otra película, como Muerte en el Vaticano (1982), con dirección de Marcello Aliprandi, más o menos inspirada en aquellos hechos, aunque con otros nombres, y con Terence Stamp al frente del reparto, que ya era un lujazo, y hasta algunos intérpretes españoles, como José Luis López Vázquez y Paula Molina, al ser coproducción hispano-italiana.

La figura del papa, por supuesto, ha servido como centro y eje para intrigas más o menos peregrinas; citaremos un par de ellas, bastante peculiares. Por un lado, tenemos la adaptación al cine del bestseller de Don Brown Ángeles y demonios (2009), con dirección de Ron Howard y con Tom Hanks como el profesor de simbología Robert Langdon, una intriga ambientada precisamente en período de sede vacante, con esa peculiar forma del escritor norteamericano de presentar sus historias casi como yincanas en las que hay que ir descubriendo las pistas para descubrir el misterio de turno. Aquí hay cosas de lo más peculiar, como un camarlengo que no es cardenal, ni siquiera obispo, sino cura de a pie, y treintañero, además de la correspondiente malévola secta, para la ocasión los Illuminati. El otro audiovisual con estas características más bien peculiares sería la miniserie The Young Pope (2016), o sea, “El joven papa”, con el italiano Paolo Sorrentino como creador, una serie que imagina que el solideo se le coloca... a un jovenzuelo de 47 años, lo que en la vetusta curia romana equivaldría a darle todo el poder a un adolescente... el “joven papa” tiene los rasgos de Jude Law, sería el primer pontífice de origen norteamericano, y se llamaría Pío XIII, lo que para los supersticiosos ya es toda una declaración de intenciones...

Claro que, para propuesta peculiar, incluso extravagante, la de La papisa Juana (1972), con dirección de Michael Anderson (que ya hemos visto ha filmado varias pelis “papales”), en el que se juega con la leyenda urbana de la existencia de una mujer papa, allá por el siglo IX, film en el que la sueca (aunque accidentalmente nacida en Japón) Liv Ullmann interpreta este personaje que los historiadores, en su mayoría, reputan una entelequia. Pero no fue la única vez que esa supuesta papisa ha hecho aparición en la pantalla: el cine alemán filmó Die Päpstin (2009), con dirección de Sönke Wortmann y protagonizada por Johanna Wokalek como la mujer que, piano piano, ascendió a lo más alto de la jerarquía eclesiástica en pleno Medievo.

Ilustración: Ralph Fiennes, como cardenal camarlengo, en una imagen de la película Cónclave (2024), de Edward Berger.