CINE EN SALAS
Gerard Oms (Barcelona, 1983) es un poco conocido actor pero sí muy reputado “coach” de actores, que desde hace unos años ha comenzado una incipiente carrera también como guionista y director. Hasta ahora había hecho varios cortos, alguno de ellos, como Inefable, multipremiado. Ahora da el salto a la dirección de largometraje con este interesante Muy lejos, film que, de todas formas, nos parece se queda a las puertas de ser bastante mejor de lo que es.
La acción se ambienta en Utrecht, en 2008, en un (supuesto) partido oficial europeo entre el R.C.D. Espanyol y el Utrecht; nos vemos inmersos entre la numerosa y ruidosa hinchada que acompaña al equipo “perico”; entre ellos va Sergio, un hombre cercano a los 40 años, furibundo seguidor españolista, que va con su hermano Miguel. Asisten al partido y, a la mañana siguiente, ya camino del aeropuerto, Sergio, en un repentino arrebato, decide tirar su cartera (con documentación, tarjetas, dinero...) a una papelera para despues decir a sus compañeros que no puede viajar con ellos porque le han robado los papeles y tendrá que quedarse unos días. Ya solo, en Utrecht, agota los escasos euros que le han dado sus amigos, y entonces tendrá que empezar a ganarse la vida por su cuenta, en trabajos precarios y prácticamente clandestinos, a la vez que tendrá que plantearse la verdad de su vida...
La historia que se nos cuenta en esta Muy lejos es, básicamente, la misma del propio Oms, quien se mantuvo dentro del armario hasta los 24 años, y no fue capaz de salir de él hasta que marcho a (precisamente...) Utrecht, Holanda, donde por fin pudo ser quien en realidad era en cuanto a su identidad sexual. Por supuesto, aquí la historia está ficcionalizada, y el prota es mayor, no tiene que ver con la profesión artística de Oms ni nada por el estilo, pero sí está la pulsión de alejarse de su vida, de su grupo familiar y amistoso, para poder dar el salto hacia lo que se es. Nos parece que hay en Gerard Oms un director interesante, que cuenta su historia con un tempo calmo, sereno, aunque con frecuencia vemos que en el protagonista, internamente, pugnan fuerzas contradictorias, fuerzas que buscan acabar con la autorrepresión, pero a la vez temen dar ese paso.
Ello conllevará inevitablemente a que su vida en los Países Bajos sea una montaña rusa, aunque una montaña rusa en la que apenas habrá choques sustantivos, más allá de aquellos que su propia identidad sexual reprimida le impelerán, negándola cuando siquiera se insinúa, con ese tic estentóreamente homófobo que con frecuencia no hace sino enmascarar a un gay reprimido.
Pero el problema del film, ya decimos que apreciable y prometedor en cuanto al futuro de Oms como director, estriba en el hecho de que hay poca materia para cien minutos de metraje: así, ese proceso de lenta autoaceptación por parte del protagonista habrá que adobarlo con varias líneas argumentales secundarias, desde su relación (llena de miradas de oculto deseo) con un joven marroquí, hasta su colegueo con otro catalán con el que comparte las clases de neerlandés, un tipo con el que, ciertamente, no se iría uno de cañas, de lo malaje que es (por cierto, me ha maravillado que la RAE haya aceptado ya esta deliciosa palabra andaluza...). Y, además, tendremos también otra línea secundaria más en la casa donde tiene una habitación alquilada, con una peculiar relación con la mujer negra que se la arrienda y el otro inquilino, un violonchelista de cuya homosexualidad sospecha; ítem más, también estarán las pachanguitas que juega con otros chicos, siempre con su camiseta del Espanyol, y su nombre, Sergio, a la espalda. Y todavía más, también tendrá su relevancia la precariedad laboral de los trabajadores ilegales y la reticencia que buena parte de los orgullosos holandeses manifiestan ante el fenómeno de la inmigración, en una muestra de racismo apenas encubierto.
Demasiados esquejes argumentales, entonces, como para cubrir algo más del metraje estándar, cuando con quince minutos menos la película diría lo mismo pero de forma más sintética, más yendo al grano. Porque lo que le sucede al prota lo descubrimos relativamente pronto, y todo lo que sea marear la perdiz no es una buena táctica, ni en cine ni en nada.
Así que, sí, una película estimulante, una voz prometedora, un debut que nos alienta a seguir la pista a este director con ideas, que sabe plasmarlas con honestidad y buena mano para la puesta en escena (muy invisible, como tanto nos gusta), un interesante narrador, tanto exterior como interior, pero que deberá aprender a medir sus futuros proyectos para que tengan la duración adecuada: ni más, ni menos.
Gran trabajo de Mario Casas, quien, a la chita callando, está convirtiéndose en un actor de una pieza, dúctil y con mundo interior, cuando sus inicios como galán adolescente e ídolo de quinceañeras no nos hacía pensar en una evolución tan estimable. Sus últimos trabajos, tales como No matarás, El fotógrafo de Mauthausen o Escape, ponen de manifiesto un artista que busca nuevos retos interpretativos, personajes con aristas, con perfiles diversos, incluso estrafalarios, a los que el actor coruñés les está sacando mucho partido. Del resto nos quedaríamos con el doblemente “goyizado” David Verdaguer, que hace justamente antipático su personaje (que es de lo que se trataba...).
(12-04-2025)
100'