Enrique Colmena

Ha muerto Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936 – Lima, 2025), y con él se marcha el último de los representantes del “boom” hispanoamericano, pero sobre todo se va una de las grandes figuras de la literatura del siglo XX y de lo que llevamos del XXI. Vaya con estas líneas nuestro homenaje, con la intención de retomar su figura (en su faceta relacionada con el cine, que es la que nos compete) en una serie de artículos que esperamos publicar en el futuro glosando el “boom” en cine y televisión. El lector de Criticalia interesado en este movimiento cultural en su paso al audiovisual puede consultar también el artículo titulado Antes de que Netflix grabe Cien años de soledad: Gabriel García Márquez en la pantalla.

Recordaremos que el “boom” hispanoamericano fue un poderoso fenómeno literario surgido en la América de raíz española a partir de los años sesenta del pasado siglo XX, un fenómeno que en especial renovó profundamente la novela de aquella procedencia; Vargas Llosa se convirtió de inmediato en uno de los más interesantes escritores del “boom”, junto a Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes, entre otros escritores.

Poseedor Mario de todos los premios habidos y por haber (Cervantes, Príncipe de Asturias, Rómulo Gallegos, Planeta, Legión de Honor de la República Francesa...), el Nobel se le resistió, increíblemente, hasta 2010. En su momento dijimos al respecto que, teniendo en cuenta quien otorgaba y quien recibía el Nobel de Literatura, los galardonados habían sido más bien los miembros de la Academia Sueca, unos señores a cuya muerte nadie se acordará de sus nombres ni de sus mediocres obras, lo que no se puede decir precisamente de la del autor peruano. Ninguneado durante décadas para el máximo premio literario internacional por su ideología (siendo ésta irreprochablemente democrática, por más que sea de derechas; ya se sabe que sigue habiendo quien da patente de democracia en función del color político…), Vargas Llosa daba sopas con onda a la inmensa mayoría de los premiados en los últimos veinte años: dentro de cien años nadie se acordará de quien es Elfriede Jelinek, pero el mundo seguirá disfrutando con la obra llosiana... Aparte de ello, el peruano fue miembro de número de las academias de la lengua española, peruana y francesa, además de, en el terreno de los títulos nobiliarios, ser nombrado Marqués de Vargas Llosa: que un cholo (mestizo de sangre indígena y europea) como él, que así se consideraba, ascendiera al olimpo de la aristocracia de la metrópoli española, debió suponer seguramente algo más que un simple título nobiliario: por una vez, un indio de aquellas Indias Occidentales (que luego resultaron no ser tan Indias...) tendría el mismo tratamiento, el mismo rango, el mismo pedigrí, que aquellos reyes y virreyes de pálida tez europea que conquistaron el Perú, y el resto de las Américas, a sangre y fuego.

Su corpus literario es largo y fecundo, con novelas como La ciudad y los perros, que lo descubrió para el mundo, pero también Conversaciones en la catedral (ese Zavalita, esa tremenda pregunta retórica, “¿cuándo se jodió el Perú?”), o La casa verde, o más adelante, ya en plena madurez, títulos como La tía Julia y el escribidor, la formalmente rupturista Pantaleón y las visitadoras, o aquellas del llamado “ciclo Lituma”, un miembro de la guardia civil peruana que aparecerá en varias novelas, como ¿Quién mató a Palomino Molero?, El héroe discreto y, por supuesto, Lituma en los Andes, entre otras.

Fue también fecundo articulista, eventualmente también autor teatral y hasta ocasional actor sobre las tablas (es recordable su representación con Aitana Sánchez-Gijón de su versión del clásico árabe Las mil y una noches), así como ensayista, cuentista, poeta... ferviente comunista en su juventud, evolucionó después hasta posiciones de derecha liberal, desde las que sintió la llamada de una vocación política activa en los años ochenta y noventa, intentando alcanzar la presidencia del Perú, siendo derrotado finamente por Fujimori, quien a la postre derivaría en una sangrienta dictadura: me parece que bastante mejor le hubiera ido al país incaico con nuestro glosado cholo... Se vio también envuelto en controversias ajenas al mundo cultural, como el famoso puñetazo que le propinó a Gabriel García Márquez, tumbándolo en el suelo, por un asunto de faldas, o ya en su senectud, por su emparejamiento con la reina del corazón en España, Isabel Preysler, que colecciona maridos ilustres como Vargas Llosa distinciones literarias.


La obra de Varga Llosa en la pantalla

Pero (parafraseando un poco al gran Umbral) aquí hemos venido para hablar de cine y de Vargas Llosa: la obra literaria del de Arequipa, según la IMDb, ha sido llevada a la pantalla, grande o pequeña, en 12 ocasiones, títulos que recordaremos someramente: el primero sería Los cachorros, sobre su novela homónima, llevada al cine por el mexicano Jorge Fons en 1973, siendo un film justamente olvidado. En 1976 el propio Vargas Llosa escribiría el guion directamente para la pantalla del documental mexicano La odisea de los Andes (1976), dirigido por Álvaro J. Covacevich, sobre la tragedia del equipo de rugby uruguayo que se accidentó en la cordillera andina allá por los años setenta, y que recientemente llevó al cine (en formato de ficción) J.A. Bayona en La sociedad de la nieve; por cierto que fue en el estreno oficial de ese documental donde tuvo lugar el puñetazo a Gabo que hemos comentado. Ese mismo 1976 sería el propio Vargas Llosa el que haría su versión de Pantaleón y las visitadoras (1976), que comentaremos de forma más extensa más adelante.

A principios de los años ochenta las televisiones colombiana y peruana unen sus fuerzas para grabar una telenovela de ¡101  capítulos!, La tía Julia y el escribidor (1981), basada lógicamente en la novela semiautobiográfica del propio Vargas Llosa, con guion de Juan Carlos Gené y dirección de David Stivel, con Victor Mallarino como Mario, el “alter ego” del escritor, y Gloria María Ureta como la tía Julia.  

Tenemos que avanzar hasta mediados de los años ochenta para encontrar una nueva adaptación llosiana, en este caso de mayor calidad, de la mano de uno de los cineastas peruanos más interesantes, Francisco J. Lombardi, que sería el autor de la versión al cine de la famosa La ciudad y los perros (1985), la primera gran novela de Mario, la que le descubrió al mundo como el gran creador literario que fue.

Curiosamente, esa misma obra será adaptada un año más tarde con el título de Yaguar (1985) (recordemos que El Jaguar es uno de los personajes principales de la novela), aunque con un paisaje y paisanaje notablemente diferente: el contexto será la entonces todavía Unión Soviética, y casi todo el equipo técnico y artístico era de aquella nacionalidad, salvo el director, el chileno Sebastián Alarcón.

El siguiente título llosiano que nos encontramos en cine, siempre por orden cronológico, será, ya a principios de los años noventa, otra exótica adaptación, en este caso de producción norteamericana: Realidad y ficción (1990) (en su título original era Tune in tomorrow, algo así como “Sintonícenos mañana”) es una versión muy libre (y adaptada a los USA de los años cincuenta) de nuevo de La tía Julia y el escribidor, con Barbara Hershey, Keanu Reeves y Peter Falk en los principales papeles, todos bajo la dirección de Jon Amiel. Posteriormente será e nuevo Lombardi quien vuelva a versionar a Vargas Llosa, ahora otra vez con Pantaleón y las visitadoras (1999), en una coproducción hispano-peruana, confiando los papeles principales a Salvador del Solar y Angie Cepeda.

Ya en el siglo XXI, las cinematografías española, británica y dominicana se unen para un ambicioso proyecto, la versión al cine de La fiesta del chivo (2005), en la que Vargas Llosa historiaba desde la perspectiva de la ficción el régimen dictatorial del tirano Trujillo en República Dominicana, y su asesinato, en un film con un costeado presupuesto de 8 millones de euros, con un muy apañado reparto (Isabella Rossellini, Tomas Milian, Paul Freeman, Juan Diego Botto...), aunque encargar la dirección del proyecto a Luis Llosa, a la sazón primo del escritor, perito en filmes de acción, se reveló pronto como un claro error: y es que era evidente que no se trataba del profesional adecuado para este empeño. Esta misma novela será adaptada a la televisión con el título de El chivo (2014), bajo pabellón mexicano-colombiano, en una telenovela de 70 capítulos, con Humberto “Kiko” Olivieri como guionista y creador. Otra telenovela, en este caso solo de nacionalidad colombiana, y con el título Cuando vivas conmigo (2017), llevará a la pantalla pequeña la novela llosiana El héroe discreto, con 72 episodios, y con Andrés Biermann y Rodolfo Hoyos a los mandos.

Con Travesuras de la niña mala (2022), versión para televisión mexicana de la novela homónima de Vargas Llosa, grabada para la poderosa Televisa, se cierra por ahora el “corpus” audiovisual basado en la obra literaria del escritor peruano, una serie de 10 capítulos que inicialmente estaba previsto protagonizara la estrella azteca Diego Luna como Ricardo Somocurcio, el personaje central de la novela, pero finalmente sería el mucho menos conocido Juan Pablo di Pace, con Pavel Vázquez en la dirección.

Queda mucho Vargas Llosa por llevar al cine o la televisión; así a ojo de buen cubero apostaríamos por la monumental La casa verde convertida en una magna serie televisiva, con abundantes medios económicos y un buen equipo técnico-artístico; Historia de Mayta podría ser un film un poco a la manera del Costa-Gavras clásico, una denuncia del fanatismo que corroe las mentes; ¿Quién mató a Palomino Molero? podría ser un intrigante policíaco de ambiente militar; Lituma en Los Andes sería una estimulante investigación criminal a la sombra ominosa de Sendero Luminoso (no está buscada --¿o sí...?-- la aliteración); y Elogio de la madrastra podría convertirse en un sugestivo film de corte sublimadamente erótico, pero, eso sí, con mucha clase y elegancia...

Así que hay una temática llosiana amplia, atractiva y variada. Ahora sólo hace falta que se puedan llevar a la pantalla, a ser posible sin caer en los errores en los que hasta ahora se ha incurrido, desde la mediocridad del director (véase a Luis Llosa) a la escasez de medios (caso de La ciudad y los perros de Lombardi).


Mario Vargas Llosa dirige


Como hemos comentado, en 1976, Mario se atrevió a dar el salto a la dirección cinematográfica, adaptando una de sus novelas más populares, Pantaleón y las visitadoras, si bien, conocedor de su escaso conocimiento del saber hacer en la realización, compartió esa tarea con José María Gutiérrez Santos, cineasta poco conocido pero con dilatada experiencia en la profesión, habiendo sido ayudante de dirección de gente tan buena como Fernando Fernán-Gómez, Vittorio Cottafavi y hasta de Orson Welles...

Como curiosidad, diremos que el peruano (que también tenía por cierto la nacionalidad española y dominicana) es uno de los pocos Premios Nobel que ha dirigido cine; en efecto, junto con Harold Pinter, Samuel Beckett y alguno más, forman el selecto club de los galardonados con el premio sueco que ha tenido a sus órdenes un elenco técnico y artístico para filmar una obra audiovisual.

Pepe Sacristán era el apropiado Pantaleón Pantoja del título, un estricto capitán de las Fuerzas Armadas Peruanas al que le endilgan la vidriosa tarea de crear un cuerpo de “visitadoras” para que actúen (tiremos de eufemismo...) como “reposo del guerrero” de los soldados destinados en la selva. El film no tuvo gran repercusión, y Vargas Llosa debió quedar escarmentado de la experiencia, porque no volvió a reincidir. Sus obras, eso sí, han seguido llevándose a la pequeña y gran pantalla, incluida, como hemos visto anteriormente, esta misma Pantaleón..., en 1999, por su compatriota Francisco J. Lombardi, con bastante mejor resultado que la que codirigió Mario.


Ilustración: Pepe Sacristán y sus nuevas “reclutas”, en una imagen de Pantaleón y las visitadoras (1976), de Mario Vargas Llosa y José María Gutiérrez Santos.