CRITICALIA CLÁSICOS
De Finlandia, país frío y nórdico, no sabemos demasiado los restantes europeos, aunque forme parte de la Unión Europea. Conocemos a Jean Sibelius y su Vals Triste, y desde mediados del siglo XX a un escritor extraordinariamente prolífico (teatro, novelas, poemas...), Mika Waltari, que se hizo famoso cuando en 1945 publicó su novela Sinuhé, el Egipcio, un fulgurante éxito que años más tarde intentó repetir con El etrusco. En la primera citada logró una gran novela que narra inteligentemente el panorama del reinado del faraón Akenatón en el Egipto milenario.
En su colección de libros Reno la editorial Plaza y Janés vendió muchos miles de ejemplares en nuestro país, también aprovechando el contenido de secuencias subidas de tono para esa época. Waltari usó el nombre de Sinuhé por aparecer en dos antiguos papiros, muy anteriores a la historia que luego se cuenta en la novela. El libro se convirtió en un éxito editorial en todo el mundo y acabó, como tantas veces, llamando la atención de las productoras de Hollywood, en concreto de la 20th Century Fox, comandada por Darryl F. Zanuck, que la consideraron idónea para su patentado sistema de gran pantalla, el CinemaScope, recién estrenado con La túnica sagrada.
Para la realización no se arriesgaron y se encargó a un director (de origen húngaro, como tantos) que tuvo una larguísima carrera de más de ciento cincuenta largos: Michael Curtiz, encumbrado desde 1942 cuando, casi sin proponérselo, rodó una obra maestra y clásico por excelencia en la historia del cinematógrafo, la inolvidable Casablanca. Y en el equipo de ésta que hablamos ahora brillaron nombres prestigiosos, como Leon Shamroy en la fotografía, o Alfred Newman y Bernard Herrmann en la música. Para el protagonista se pensó en consagrados como Dirk Bogarde o Marlon Brando, optando luego por lanzar a Edmund Purdom, de correcta actuación. Pero sí estuvieron estrellas como Jean Simmons, Victor Mature, Gene Tierney, Peter Ustinov, Michael Wilding (entonces casado con Liz taylor) y la joven Bella Darvi, amante -en aquel momento- del productor Zanuck, y de efímera carrera, con un final trágico a los 42 años...
La historia del faraón apóstata Akenatón, que quiso implantar un culto monoteísta a Atón, el sol, enemistándose con la poderosa clase sacerdotal, se entrecruza con la del protagonista, médico de los pobres y gran cirujano, que con el jefe del ejército Horemheb salvan la vida casualmente al faraón, convirtiéndose Sinuhé en médico de la corte. A partir de ahí se suceden diversos lances que van desde la explotación por parte de una cortesana al ingenuo doctor, su viaje al país de los hititas, o su amistad sincera con el alucinado faraón, y el trágico final de su aventura religiosa. Pero la complejidad de los personajes o el estudio social de aquel Egipto se sacrifican a escenas tópicas, con fastuosidad de cartón piedra.
Ni el guión de Philip Dunne ni la dirección de un perdido Michael Curtiz están a la altura de la novela y la interesante historia. En los actores se desaprovecha a la gran Jean Simmons en un personaje que aparece y desaparece, Gene Tierney pasa desapercibida, mientras Michael Wilding cumple como el místico faraón o Victor Mature hace su habitual papel de enérgico luchador. En cambio el gran Peter Ustinov brilla como ayudante del médico, al que suple en astucia y picardía. Y todos esos errores o cálculos mal hechos se pagaron en taquilla, siendo un film que no respondió a su gran presupuesto, y con sólo una nominación al Oscar por la acertada fotografía de Leon Shamroy.
Encuadrada en ese amplio género de cine "bíblico", aquí los seguidores del monoteísmo repiten el rol que en otros films podrían ser los cristianos, como en el anterior Quo Vadis, 1951, del veterano Mervyn LeRoy, y llama la atención que en el título original, The Egyptian, se suprima el nombre del protagonista, la más directa referencia a la famosa novela de Waltari. Pasadas muchas décadas, la película ha envejecido mal y no tiene punto de comparación con otras como Tierra de faraones, del gran Howard Hawks, casi simultánea a ésta. Pocos años después este género que comentamos se enriqueció y se consolidó ante el gran público, con títulos popularísimos, como las nuevas versiones que se hicieron de Los diez mandamientos, 1956, de la mano del avispado y especialista Cecil B. DeMille, sublime mamotreto lleno de empaque y comercialidad. Y pocos años después, 1959, llegaría el aclamado y oscarizado Ben-Hur, que rodaría fundamentalmente en Italia un director del prestigio y la altura del gran William Wyler.
Ante ellos poco pudo hacer este Sinuhé, el egipcio, y el honrado médico que conocimos en su historia se quedaría como lo vemos en la última escena de la película: viejo, exiliado, olvidado y escribiendo sus memorias para la posteridad...
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