Quo Vadis

He aquí un título mítico de su tiempo: Quo Vadis tiene toda la prestancia de la superproducción de los años cincuenta, cuando el cine decide plantar cara a la televisión con las armas que ésta no podía esgrimir: grandes pantallas, formatos cada vez más amplios, carísimos decorados, derroche de estrellas y colorines varios. Sin embargo, adolece también de todos sus defectos: historia melodramática, galanes y bellas más que auténticos actores, profesionales de la dirección más que creadores.

Quo Vadis cuenta la historia de la conversión al cristianismo de un romano, y las persecuciones que Nerón ejercía por aquel entonces contra los seguidores de Cristo. Ese argumento se le encargó a un solvente artesano de Hollywood, Mervin LeRoy, que lo puso en escena con su habitual buen hacer pero sin una pizca de talento. El resultado en aquellos momentos fue fastuoso, deslumbrante; pasado por el inmisericorde tamiz del tiempo, Quo Vadis resulta hoy día una película de cartón-piedra que conserva escasamente las supuestas virtudes que en su momento la encumbraron. Permanece, sin embargo, aquello que ciertamente tenía valor; en este caso, la notable composición que hizo Peter Ustinov del emperador Nerón, uno de los personajes más desalmados de la Historia del Cine, tanto más paradójico en un hombre que, como Ustinov, dedicó después su vida a ser apóstol de UNICEF y otras causas benéficas de la humanidad.

A destacar también la extraordinaria partitura compuesta por Miklós Rózsa, uno de los maestros indiscutibles de la banda sonora cinematográfica. El resto es silencio: el cartón-piedra se nota a la legua, Robert Taylor y Deborah Kerr están superficiales, la dirección es rutinaria aunque eficaz… De todos modos, el film conserva hogaño cierto hálito del esplendor que tuvo antaño.

(01-05-2008)