[Esta película forma parte de la Sección Oficial del 21 Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF’2024)]
La inmigración masiva a los países occidentales de personas originarias de estados con graves problemas económicos, o de países envueltos en duros conflictos bélicos o carentes de derechos civiles es, probablemente, el tema por excelencia de nuestro tiempo. De él deriva, por una parte, el populismo que ha enraizado en clases bajas y medias-bajas, que (azuzadas por astutos canallas) creen ver a los recién llegados como usurpadores de su menguante bienestar, pero también la dificultad para asumir e integrar a tantos millones de personas en sociedades que no tienen capacidad para ello. Por supuesto, como se ha dicho cientos de veces, la solución (al menos para los inmigrantes que huyen del hambre) es la de actuar en los países de origen, en un a modo de Plan Marshall que consiga que principalmente las personas de África y buena parte de Asia no tengan que salir de su tierra para poder tener una vida digna.
Sobre el tema de la inmigración, por supuesto, se ha hecho mucho cine, y más que habrá que hacer, porque es, como decimos, quizá el tema más candente y actual de los que preocupan al ser humano de nuestro tiempo. Esta película, Vida en pausa, nos habla de ello, desde la perspectiva de una familia rusa, demandante de asilo en Suecia por razones de persecución política. En la primera escena conocemos a Serguéi y Natalia, esposos que tienen a dos niñas, Alina y Katia, como de 11 y 8 años, respectivamente. La familia ha huido de Rusia al haber sido objeto el padre de ataques por parte de las autoridades locales, al ser un profesor que en sus clases abogaba por cosas tan “graves” como la libertad de expresión y de pensamiento. En Suecia, su país de acogida, los evalúan para ver si aceptan, o no, esa petición de asilo permanente, lo que conllevaría la obtención de la nacionalidad sueca. Pero las autoridades de inmigración rechazan la petición, considerando que no se han aportado pruebas concluyentes del ataque sufrido por Serguéi, dado que, aunque la hija pequeña, Katia, fue testigo del mismo, sus progenitores no quieren que declare para no hacerla revivir aquel horror; la familia se ve entonces abocada a la deportación a Rusia si no aportan pruebas fehacientes, momento en el que la hija pequeña sufre un desvanecimiento y entra en coma…
Alexandros Avranas (Larissa, 1977) es un cineasta griego que se formó en su país de origen, pero también en Berlín. Su filmografía es todavía corta, con solo cuatro largometrajes, uno de ellos, Crímenes oscuros (2016), rodado con una estrella de Hollywood, Jim Carrey, aunque generalmente sus temáticas tienen que ver con asuntos socialmente comprometidos, como es el caso de esta tremenda Vida en pausa, que podríamos definir como la cara siniestra del paraíso, de ese paraíso sueco que ha servido (y sigue sirviendo) como modelo a seguir por otros países, el estado del bienestar que, como era de prever, pone serias trabas a los que, desde fuera, pretenden entrar en él. Aquí la maquinaria del estado será implacable, con sus modos suaves y sus sonrisas más falsas que Judas, un estado que protege a toda costa a sus ciudadanos aborígenes de peligros inexistentes, como el hecho de que una familia huida de la Rusia putinesca, precisamente por intentar hacer valer los derechos civiles y las libertades públicas, sea rechazada y propuesta para su deportación a un país que, desde luego, no la recibirá con los brazos abiertos, sino más bien con las cárceles abiertas (o con una bolsita de polonio en vez de la del té…).
Irreprochablemente filmada, con una gelidez que pretende (y consigue) reproducir esa mirada helada de los anfitriones suecos que buscan y rebuscan hasta encontrar el resquicio por donde poder mandar al cuerno a los tan justos demandantes de asilo político (¡qué harán con los que simplemente llegan al país para intentar trabajar…!), la película de Avranas nos pone, inmisericorde, ante el espejo de una Europa opulenta convertida en un selecto club en el que apenas admiten nuevos socios, ni siquiera aquellos que llaman a su puerta precisamente por haber defendido en sus liberticidas países los preciados valores de esa Europa tan ufana de sí misma.
Buena película esta Vida en pausa, hecha a la vez con emoción y contención, una radiografía no precisamente benévola sobre las entrañas (o mejor, sobre la falta de ellas…) de un estado con unos niveles de bienestar tan elevados como lo son sus exigencias para admitir a nuevos ciudadanos. Filmada con un estilo que recuerda a ratos las comedias nigérrimas de Aki Kaurismäki (aunque aquí el humor negro brilla por su ausencia, salvo quizá en las sesiones de la “coach” de permanente sonrisa Profidén, que no se sabe si provocan risa o náusea), Vida en pausa se centra en esa petición de asilo como eje central de la trama, pero también en el conocido como “síndrome de resignación”, una patología disociativa que, según se informa en el film, afecta crecientemente a niños de familias en proceso de asilo en los países europeos, una especie de coma en el que esos pequeños se sumen de forma sorpresiva, de tal manera que pierden sus funciones cognitivas y solo mantienen las meramente mecánicas; un síndrome que, obivamente, está provocado por el fortísimo estrés emocional de saber que pueden tener que volver al horror de donde han huido.
Eso sí, aunque el film tiene un final (relativamente) feliz, no sería mala idea que, a la par que te venden la entrada, te dieran un Prozac o algún otro antidepresivo similar: se agradecería…
Buen trabajo actoral, medido y controlado; especialmente interesante es cómo se desenvuelven las niñas, con una naturalidad y una frescura (dentro de la dureza de sus papeles, se entiende) ciertamente admirable.
(11-11-2024)
99'