Concluimos con esta segunda entrega el díptico en el que (a raíz del estreno de La habitación de al lado) estamos glosando algunas de las características de la obra almodovariana.
Unos toques cultistas que van a más
Si en sus primeras pelis, que fueron el mascarón de proa cinematográfico de la llamada Movida Madrileña, Almodóvar optaba por temáticas y mitologías “underground”, con el gusto por el sexo sucio (y eso sin invocar a Henry Miller ni a Bukowski...), la droga a demanda y las provocadoras contravenciones del sistema, en lo que se podría llamar un cine “contracultural”, a medida que su estilo se ha ido depurando de la ganga cutre y procaz, también se ha convertido en un cine “cultural”, trufado con frecuencia por temáticas y estéticas propias de la cultura oficial; cultura “progre”, si queremos, pero a fin de cuentas cultura con todos sus avíos.
Desde que La ley del deseo, fundamentalmente, cambió el paradigma estilístico almodovariano, los toques cultistas van a más. Así, en esa misma película veremos al personaje de Carmen Maura declamando uno de los monólogos de La voz humana, de Cocteau; pero es que poco después la trama de Mujeres al borde de un ataque de nervios no sería sino una versión libérrima y en clave humorística de ese mismo texto esencial del teatro del siglo XX. Un cuarto de siglo más tarde, la obsesión de Almodóvar por esta obra le llevará a adaptarla de nuevo, ahora con un mayor rigor dramático (a su estilo, por supuesto), en el corto titulado precisamente La voz humana, con Tilda Swinton.
Pero los cultismos no se paran en Cocteau: prácticamente toda su obra, desde La ley del deseo (que sería su Annie Hall, como hemos dicho) está atravesada de referencias artísticas, literarias, cinematográficas... sobre las artísticas, en concreto sobre las pictóricas, sugerimos al lector la visualización del vídeo de Javier Luengo, estudioso al que ya hemos citado, titulado Pedro Almodóvar’s Obsessions (III): Art, en el que este investigador madrileño repasa la obra almodovariana bajo el prisma de sus referencias pictóricas, desde el Magritte de Les amants (ya saben, los amantes que se besan embozados en sendas sábanas), que Pedro homenajeó en Los abrazos rotos, pero también Hopper, que aparece múltiples veces a lo largo de su obra, desde La ley del deseo hasta la actual La habitación de al lado, entre otras muchas, o al Juan de Juanes de La Piedad, que aparece reflejada libérrima pero inequívocamente en La ley del deseo, o de nuevo Magritte en Mujeres al borde..., hasta el mismísimo Velázquez de La Venus del espejo en Átame, o Hockney, cuyo Retrato de un artista aparece claramente representado en La mala educación.
No solo hay referencias pictóricas en el cine de Almodóvar; también, entre otras, literarias: además de las ya citadas sobre la obra de Cocteau (y en concreto sobre La voz humana), en su primera etapa se rodeó de escritores, como Jesús Ferrero, que colaboró en la escritura del guion de Matador, y posteriormente ha versionado con frecuencia a autores relevantes, como Ruth Rendell en Carne trémula, Dorothy Parker en La flor de mi secreto, Thierry Jonquet en La piel que habito, y Alice Munro en Julieta.
No se queda ahí la cosa, sino que el interés superlativo de Pedro por todo lo relativo a lo literario se puede corroborar mediante la visualización de otra muestra del notable trabajo de Javier Luengo, en cuyo vídeo Pedro Almodóvar’s Obsessions (IV): Books, este estudioso madrileño ha compilado un buen número de escenas en las que aparece uno de los elementos más habituales en el cine de Almodóvar, que figura constantemente en todas sus películas, con frecuencia como elemento de atrezo, pero también con importancia dentro de la propia historia: son los libros, esas páginas que resultan ser puertas abiertas a otros mundos (pero que, como dice el aforismo, están en este...) que tanto gusta mostrar el manchego en sus films.
Pero las que quizá se lleven la palma sean las referencias, las citas, los homenajes cinematográficos: así, sobre ¿Qué he hecho yo para merecer esto? se dijo cuando se estrenó, no sin razón, que “Almodóvar había descubierto el Neorrealismo”, al ser un film que (a su manera...) ciertamente podría haberse inscrito, ya fuera de tiempo, en el famoso fenómeno cultural italiano de los años cuarenta y cincuenta; en Matador había aromas más que evidentes de un clásico de los años setenta, El imperio de los sentidos, de Nagisa Oshima, en ese dúo, Sexo y Muerte, que era la temática compartida de ambos, en el caso del film español dentro del muy carpetovetónico tema taurino; ¿y qué era Átame sino una actualización en clave psicodélica de El coleccionista de Wyler?; por su parte, en La flor de mi secreto era evidente la influencia (incluso estética, y por supuesto cromática...) de los melodramas de Douglas Sirk de los años cincuenta; en La piel que habito la referencia visual era, clarísimamente, Los ojos sin rostro, de Georges Franju; y en Extraña forma de vida, ¿cómo no apreciar rasgos concomitantes con la pareja de vaqueros gais de Brokeback Mountain?
En el apartado musical, el cine de Almodóvar, siempre muy cuidado, ha utilizado con frecuencia (y sobre todo en los últimos tiempos) escogidos temas de Chavela Vargas y Caetano Veloso, pero también de autores tan eclécticos como Gershwin, Kosma, Pino Donaggio, Beethoven, Manuel Alejandro, Agustín Lara y hasta el dúo formado por el maestro Solano y Rafael de León, entre otros muchos. Todo ello aparte de las bandas sonoras originales compuestas para sus películas, en las que su autor de cabecera es desde hace tiempo Alberto Iglesias (concretamente desde 1995, con La flor de mi secreto), que ciertamente compone unas partituras bellísimas para las películas almodovarianas; otra cosa es que, a nuestro juicio, hay “demasiada” música, una casi permanente presencia de un acompañamiento musical que nos parece excesivo.
Sexo
Almodóvar es de obvia orientación homosexual, como él mismo tiene declarado. Pero no siempre fue así; según sus propias palabras, hasta los 30 años fue bisexual, y se acostaba con mujeres al igual que con hombres, para desde entonces decantarse solo por estos. Consecuentemente con esa tendencia sexual (que nunca ocultó, siendo militante en este aspecto), la homosexualidad aparece muy frecuentemente en sus películas, bien de forma principal, bien accesoria o secundaria. De forma principalísima estará, por ejemplo, en La ley del deseo y en La mala educación (su ajuste de cuentas con una infancia escolar que, según la película, no fue precisamente feliz para el niño Pedro), así como en Los amantes pasajeros; también aparece de forma importante, aunque no central, en títulos de su primera época, como Pepi, Luci, Bom... y Laberinto de pasiones, una época en la que el tema LGTBI distaba mucho de estar normalizado en cine (bueno, en la sociedad española en su conjunto), así que debe entenderse como otra señal de transgresión; también tendrá su importancia, obviamente, en otro film mucho más reciente, la criptoautobiográfica Dolor y gloria. En otras pelis aparece como de pasada, como en Matador, y en algunas aparece con los ropajes de la transexualidad, bien voluntaria, como la trans que interpreta Carmen Maura en La ley del deseo, o bien en contra de su voluntad, como la trans que desconoce su transición forzosa de La piel que habito, el personaje que comienza Jan Cornet y que terminará siendo Elena Anaya.
Pero también habrá bastante sexo heterosexual: los films más evidentes en ese aspecto sería la mentada Matador, con esa relación sexual literalmente a muerte entre los protagonistas, hombre y mujer, o Los abrazos rotos, quizá la historia hetero más románticamente fou de Almodóvar, pero también el melodrama amoroso de La flor de mi secreto, y no digamos las parejas cruzadas de Carne trémula.
En ocasiones algunas de las películas de Almodóvar han sido (justamente) criticadas por la forma de exponer hechos sexuales que resultan imposibles de justificar, como la violación de Kika, dada como si fuera una escena de humor, o el también forzamiento, en este caso elíptico, de Hable con ella, cometido sobre una mujer en coma, con todo lo que ello presupone, pero presentada como una historia de callado amor, o el secuestro con violación que se produce en Átame, mostrado benévolamente, entre otras cosas porque el raptor y consecuente violador era un Antonio Banderas que en aquella época era poco menos que el novio de España, en un personaje expresamente perfilado de forma positiva. Por supuesto, debe tenerse en cuenta la evolución del pensamiento de la sociedad y no juzgar con nuestros ojos de hoy lo que se hizo cuando no existía la conciencia actual; otra cosa no haría sino llevarnos a la “(in)cultura de la cancelación”, y desde luego para eso que no cuenten con nosotros...
También habrá lugar, en materia sexual, para la denuncia sobre uno de los más abyectos temas de nuestro tiempo, los abusos sexuales a niños realizados por sacerdotes y otros (supuestos) hombres de Dios, prevaliéndose de su autoridad ¿moral?, que resulta ser el tema central de La mala educación, otra cinta almodovariana de ribetes criptoautobiográficos.
Las chicas (y los chicos...) Almodóvar
Uno de esos lugares comunes que, como todo tópico, encierra buena parte de verdad, es que Almodóvar dirige muy bien especialmente a las actrices, a las que saca lo mejor de sí mismas. Efectivamente, a lo largo de su obra Almodóvar ha trabajado, por etapas, con determinadas actrices que podrían incluso dar nombre a esos períodos, con lo que podríamos hablar de la “etapa Carmen Maura” (Pepi, Luci, Bom..., Entre tinieblas, ¿Qué he hecho yo...?, Matador, La ley del deseo, Mujeres al borde... y el estrambote, casi dos decenios después, de Volver), la “etapa Victoria Abril” (Átame, Tacones lejanos, Kika), la “etapa Marisa Paredes” (Entre tinieblas, Tacones lejanos, La flor de mi secreto, Todo sobre mi madre, Hable con ella, La piel que habito), y la “etapa Penélope Cruz” (Carne trémula, Todo sobre mi madre, Volver, Los abrazos rotos, Los amantes pasajeros, Dolor y gloria, Madres paralelas). Todo ello aparte de un buen número de actrices que han repetido con frecuencia en su filmografía, generalmente en papeles secundarios, como Cecilia Roth (aunque sería protagonista en Todo sobre mi madre), Chus Lampreave, Verónica Forqué, Rossy de Palma, Bibiana Fernández, Kiti Mánver, Julieta Serrano...
Pero también se puede hablar de los chicos Almodóvar; de hecho, tenemos publicado un artículo al respecto, titulado Las chicas Almodóvar, sí, pero, ¿y los chicos Almodóvar?, cuya lectura sugerimos para no ser redundantes. En todo caso, recordaremos algunos de esos nombres de actores que se han repetido (y en ocasiones varias veces) en la filmografía almodovariana, como Antonio Banderas, Eusebio Poncela, Javier Cámara, Lluís Homar, José Luis Gómez, Fernando Guillén, Imanol Arias...
Ilustración: Eusebio Poncela y Miguel Molina, en una escena de La ley del deseo (1987), de Pedro Almodóvar.