El largometraje número catorce del cineasta manchego le trae en buena forma y fiel a las constantes de toda su filmografía: sigue Almodóvar con esa propensión tan suya a dispersarse en diferentes líneas argumentales, unas mayores, otras menores, que son uno de los lastres de su cine; sigue también cada vez mejor director, más depurado narrador de historias, con economía de recursos cinematográficos sin que ello signifique roñosería en los medios económicos, que su poderosa productora El Deseo no escatima para con su creador; continúa también en uno de los dos géneros que mejor le cuadra, el melodrama (el otro, claro está, es la comedia, mayormente la petarda), y confirma que cuando Almodóvar se pone sentimental manda a por tabaco a toda la recua de guionistas de los culebrones sudacas y consigue hacer llorar, con plena emoción, al más pintado.
Menos mal que esa dispersión en sus historias pronto acaba, y la inicial divagación entre la bellísima crónica del amante enfermero que cuida hasta la abnegación (y después sabremos que hasta la abyección) a una joven en estado comatoso profundo, y esa otra historia claramente secundaria y prescindible (la de la torera demediada entre el amor por otro matador y un periodista, finalmente dejada como un vegetal al ser corneada por un toro como un misil), a mediado de metraje se centra exclusivamente en la primera, y ahí Almodóvar va trenzando este relato de amistad profunda entre reportero y ATS, como contrapunto a la finalmente oscura relación unilateral del enfermero y su enferma.
Es cierto que esta vez Pedro ha dejado sus mejores papeles para los hombres; especialmente Javier Cámara está sublime, alejado de los roles de comedia en que ha sido encasillado, demostrando que además de vís cómica tiene una gran vena dramática, con economía de gestos pero con una espléndida interiorización del personaje; Grandinetti le da una excelente réplica, en un papel que le viene como anillo al dedo; a su lado, las féminas se limitan casi siempre a soñar, como unas bellas durmientes que no se estilaban desde la princesa dormilona del Disney de los años cincuenta.
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