CRITICALIA CLÁSICOS
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[En la muerte de Diane Keaton, le rendimos homenaje recuperando la crítica de una de sus películas más famosas y apreciadas]
Woody Allen dejó atrás su etapa de cómico estrafalario y chistoso, en títulos como Toma el dinero y corre (1969), Bananas (1971), Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar (1972), o El dormilón (1973) con este su sexto largometraje, una admirable comedia entreverada de drama (lo que ahora conocemos como dramedia) en la que el humorista judío revelaba, por si aún no nos habíamos dado cuenta por el corrosivo sarcasmo que rebosaban sus primeros filmes, que más que un payaso era un filósofo, más que un caricato era un metafísico.
Hollywood así lo reconoció, rindiéndose a su talento, concediéndole cuatro Oscars, entre ellos los más importantes, Película y Dirección (además de Actriz Protagonista, para Diane Keaton, y Guion), aunque como no recogió ninguno (ya se sabe, la entrega de los famosos premios de la Academia coincidía con su habitual cita semanal en el club de jazz Michael’s, donde castigaba inmisericordemente a los sufridos asistentes con su clarinete...), la llamada Meca del Cine lo puso de cara a la pared (léase sin más Oscars de primera línea, aunque alguno “de pedrea” sí que le cayó posteriormente).
Annie Hall es, sobre todo, una historia romántica: distinta, neurótica, un tanto estrafalaria, sí… pero en el fondo una historia desaforadamente romántica. Alvy Singer, un cómico neoyorquino cuarentón, de etnia judía, dos veces divorciado, reflexiona en retrospectiva sobre su última relación, con una joven llamada Annie Hall, una chica con inquietudes artísticas, insegura y con un punto de frivolidad. A través de la revisión en primera persona de los hechos que acontecieron en su noviazgo con Annie, iremos conociendo los altibajos de la pareja, siempre enmarcados en el paisaje peculiarísimo del Nueva York de los años setenta (en realidad, de cualquier tiempo…). Cuando intiman, sus muy diferentes caracteres empezarán a jugarles malas pasadas…
La película es una primorosa filigrana que ya anticipaba la capacidad de Allen para hacer metacine, para presentarse en pantalla él mismo y su personaje, para transmutar la realidad en ficción, y viceversa: un adelantado a su tiempo, ahora que tan de moda está la metaficción… El film dio un giro copernicano a su carrera, empezándosele a tener en consideración en los círculos intelectuales, que confirmaron que, efectivamente, en la piel de aquel graciosillo había uno de los suyos. También cambió la percepción del cine, haciendo ver que era posible hacer películas con temas graves como las relaciones personales y sentimentales, desde una perspectiva adulta, sin por ello renunciar a echarse unas risas, mayormente riéndonos de nosotros mismos y nuestras neuras…
Allen, como ya había hecho en sus anteriores films, compone un personaje que es, en gran medida, él mismo, ese tipo físicamente endeble y poquita cosa pero de mente y lengua desatada, siempre un poquito “salido”, preocupado por el sexo (más que por el amor…), pero ahora también, en esta nueva etapa de su carrera, angustiado por cuestiones más trascendentes, como la muerte.
Diane Keaton, aunque ya había despuntado en films como El Padrino, se hizo muy popular a partir de Annie Hall, convirtiéndose en arquetipo de mujer moderna, sexualmente liberada, con inclinaciones artísticas e intelectuales, un referente que sirvió de modelo para millones de mujeres en todo el mundo. En el resto del reparto aparecen, a veces en papelitos muy cortos, gente que posteriormente fueron muy importantes, como Christopher Walken, Jeff Goldblum, Sigourney Weaver o Shelley Duvall, además de algunos famosos de otras esferas que hicieron pequeños cameos, como Truman Capote o el mismísimo Marshall McLuhan, que intervino en un muy divertido gag sobre él mismo.
(12-10-2025)
93'