Concluimos con esta segunda entrega el díptico iniciado en el anterior capítulo I, en el que repasamos las películas inscribibles en el (casi) género del “feel good” británico (ya saben, films que hacen sentirse bien al espectador, aunque para ello haya que sufrir antes un poquito, no demasiado...). En ese primer capítulo llegamos hasta 2011, con El exótico Hotel Marygold. En este avanzaremos hasta nuestros días.
La gran Maggie Smith es el mayor aliciente de The lady in the van (2015), una excéntrica comedia de Nicholas Hytner, moderadamente negra, pero con todos los avíos de una “feel good”, la historia (sorprendentemente verídica: ocurrió en los años setenta y ochenta...) de una “homeless” (ya saben, una persona sin hogar) que estacionó su furgoneta en la plaza de aparcamiento de un escritor con un buen pasar económico, teóricamente para estar un rato, pero se quedó allí quince años... eso, que contado así, a pelo, suena a “okupa” con toda la cara del mundo (y, en el fondo, lo es...), aquí, con sus controversias, será el caldo de cultivo en el que plasmar la relación entre el escritor y la vagabunda, con chispeantes diálogos, una relación que, como cabía esperar, a lo largo de esos quince años, tendrá sus más y sus menos, aunque terminarán tomándose un cariño impensable al comienzo de tan tortuosa conexión.
Una historia muy distinta es la que presenta Noche real (2015), la comedia dirigida por Julian Jarrold, que fantasea con la posibilidad de que la noche en la que terminó la Segunda Guerra Mundial, las hijas del rey, Isabel (bueno, Lilibeth la llamaban entonces sus próximos) y Margarita, echaran una cana al aire en Londres para celebrar el fin de la conflagración bélica que puso a su país contra las cuerdas. Aunque fuera una (im)posibilidad cuasi metafísica (y menos en la Corona británica de la época, que si la de ahora es rígida, la de entonces era pétrea...), lo cierto es que aquella seudohistoria nos permitía contemplar a la que sería futura y longeva reina de los británicos a su aire, en la noche londinense, aunque, por supuesto, sin sacar los pies del plato, que tampoco era plan... Con Rupert Everett como el monarca Jorge VI y Emily Watson como la reina consorte, la peli, ciertamente, nos recordaba que los ricos no solo también lloran, sino que hasta ríen y se divierten...
Sin abandonar ese conflicto de la Segunda Guerra Mundial, Su mejor historia (2016), film británico dirigido por la danesa Lone Scherfig (perita en su país precisamente en comedias un tanto esquinadas y negras), presenta la adaptación de una novela que imaginaba que el desastre de Dunkerque, en el que las tropas británicas y francesas fueron arrolladas por la poderosa Wehrmacht alemana, teniendo que huir al Reino Unido en embarcaciones civiles venidas desde Inglaterra, era transformado por la propaganda inglesa en poco menos que una victoria (cosas más raras se han visto, por supuesto...), en una dramedia sobre una realidad imaginaria que se agradece por sus toques moderadamente divertidos: y es que no es una comedia que mueva a la risa, sino más bien a la sonrisa cómplice... Y con un repartazo: Jeremy Irons, Bill Nighy, Gemma Arterton, Jack Huston...
Sin abandonar completamente ese escenario bélico, La sociedad literaria y el pastel de piel de patata (2018), de tan peculiar título, se ambienta en dos momentos históricos distintos, uno al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, con la invasión nazi de una isla británica en el Canal de la Mancha, situación en la que algunos lugareños, para burlar la acción de los alemanes, se inventan una inexistente sociedad literaria, y otro al final de ese mismo conflicto, cuando una escritora de cierto éxito visita la isla para conocer a los miembros de esa (entonces ya sí) sociedad literaria, gente más bien rarita... Agradable comedia de época, también con algunos ribetes románticos, tiene al veterano Mike Newell al frente, una de esas veces que, afortunadamente, estuvo inspirado (y es que este cineasta tiene justa fama de irregular...).
En el capítulo anterior vimos algunos títulos que tenían entre sus temas fundamentales la relación de los británicos blancos con británicos de color, mayormente hindúes; pues esa veta, que ya hemos visto no se puede decir que sea exigua, continúa con Ali y Ava (2021), una nueva “feel good”, en este caso dirigida por Clio Barnard, que tiene varias peculiaridades, como que el Ali del título sea un pakistaní con un buen pasar económico, mientras que la Ava también del título, blanca y rubia, es una pobre de solemnidad, una “choni”, como diríamos en España, siempre al borde de la miseria; pues entre estos disímiles tan extraños (y sin embargo en el fondo verosímiles: existe un barrio en Londres, Holme Wood, poblado de eso que los racistas negros, que también los hay, llaman “white trash”, basura blanca), surgirá el amor, un amor quizá contra toda esperanza; solo quizá, claro... y es que esto es una “feel good”...
Sobre la novela Flowers for Mrs. Harris, de 1958, se han hecho varias versiones; la última, titulada en España El viaje a París de la señora Harris (2022), con dirección de Anthony Fabian, es un ejemplo prototípico de cine “feel good”, con su señora de la limpieza, en el Londres de los años cincuenta, que se enamora perdidamente de un traje de Dior, y desde ese momento se propone como objetivo vital llegar a poseer uno de esos bellísimos atuendos... Sobre esta historia de sueño perseguido, quizá contra toda esperanza, se monta en realidad una historia de superación, también una historia de enaltecimiento de la gente normal, de la gente corriente, que pudiera tener quizá la llave para encontrar soluciones que otras cabezas más eminentes no son capaces de ver: lo que es tener los pies en el suelo, claro... Con una eximia Lesley Manville en el personaje central y una Isabelle Huppert en plan arpía, la peli se deja ver muy, muy agradablemente...
Buena suerte, Leo Grande (2022) juega en otra liga, la de las “feel good” un tanto osadas, un poco al estilo de Las chicas del calendario, que comentamos en el capítulo anterior, pero, lógicamente, subiendo la apuesta; y es que ya no estamos en los mojigatos principios de siglo, sino en los muy explícitos años veinte del siglo XXI... Y es que aquí el tema escabroso es el de la prostitución masculina, con una profesora jubilada de paupérrima vida sexual, que busca experimentar por primera vez un orgasmo; el gigoló de turno, con el correspondiente cuerpazo aerodinámico, será la forma de resarcirse de esa carencia vital, pero antes, claro, hablan, y hablan... No es que se lleven todo el tiempo hablando, se entiende, pero sí que, por supuesto, ese será el meollo, y nos enteraremos de cosas de ella, pero también de él, tan reticente a abrirse... Con dirección de la australiana (aunque radicada en el Reino Unido) Sophie Hyde, esta es una “feel good” sin duda distinta, más drama que comedia (aunque haya irisaciones también de este género), pero cumple sobradamente con la función de este tipo de cine, que el espectador se sienta mejor cuando termina la película; una película que, por supuesto, es fundamentalmente Emma Thompson, que se atreve incluso con un desnudo integral, siendo ya sexagenaria; a su lado, el joven Daryl McCormack aguanta bien el tipo, lo que es, por supuesto, todo un elogio...
Hemos visto ya que el “feel good” británico tiene cierta tendencia al cine de época: Pequeñas cartas indiscretas (2023) confirma esa querencia, con una historia (difusamente inspirada en una real) ambientada en los años veinte en Londres, con dos familias enfrentadas: la de una solterona que vive con sus padres ancianos (bueno, el padre sigue ejerciendo sobre ella un dominio como si la cincuentona tuviera doce años...) y una joven con hija pequeña, viuda de guerra, ahora ennoviada con un hombre. Entre la solterona y la mamá con niña existe una enemistad cada vez más furiosa, en especial porque la mayor cree que las cartas que recibe en su casa en la que la ponen de chupa de dómine las envía su vecina más joven, habiendo sido ambas, tiempo atrás, amigas íntimas. Esa correspondencia injuriosa llegará hasta los tribunales, y entonces se descubrirán algunos secretos que no se querían desvelar... La verdad es que esta película de Thea Sharrock, prestigiosa directora teatral con alguna experiencia en cine, es más bien insuficiente, aunque por supuesto se agradece su tono finalmente amable, con sus carcas caricaturescos y su deslenguada joven madre que se saldrá con la suya, por supuesto (y además hasta nos enteraremos de quién envía las cartas...).
La Segunda Guerra Mundial, bien que como flashback, estará también presente en Los niños de Winton (2023), verídica historia en la que se nos cuentan los esfuerzos que hizo el Nicky Winton del título para, durante las vísperas del conflicto bélico con los nazis, salvar a casi setecientos niños judíos en el Viejo Continente, consiguiendo transportarlos a Inglaterra, donde vivieron el resto de sus existencias, creando familias, etcétera. Bienintencionada, por supuesto, y agradable de ver, con un Anthony Hopkins muy mayor pero excelente, como siempre, la película acusa cierta falta de fuerza, quizá porque el avezado realizador de televisión James Hawes no era el más adecuado, siendo este su debut en el largometraje cinematográfico.
Y llegamos a los dos títulos cuyo estreno casi consecutivo han propiciado estos dos artículos sobre el cine “feel good”. Uno es El club de los milagros (2023), que quizá pasará a la historia por ser la última interpretación de la gran Maggie Smith, en una historia (también de época...) ambientada en Irlanda, con una enemistad trabajada a lo largo de decenios y cómo, por supuesto, esa enemistad ira resquebrajándose poco a poco, aunque ciertamente la película (del veterano pero no precisamente exquisito Thaddeus O’Sullivan) no es demasiado entonada, aunque, eso sí, nos regala la interpretación de un distinguido trío de actrices, porque además de la gran Maggie están Kathy Bates y Laura Linney.
Y dos, La gran escapada (2023), que a su vez ha sido también la última película interpretada por Glenda Jackson (murió poco después de rodarla), y tiene toda la pinta de serlo también de Michael Caine; así lo ha expresado él, aunque no sabemos si finalmente hará alguna más. Sobre un caso verídico, el de un anciano que en 2014 acudió al aniversario del Desembarco de Normandía, escapando de la residencia en la que vivía con su esposa, es un ejemplo también meridiano de ese tipo de cine, el “feel good”, ese cine de buenos sentimientos que nos hace (aunque sea por un rato...) algo mejores...
Ilustración: Michael Caine y Glenda Jackson, en una imagen de La gran escapada (2023), de Oliver Parker.