CINE EN SALAS
La figura de Enric Marco es, seguramente, una de las más fascinantes del último medio siglo en España. Y lo es, curiosamente, no por sus hazañas, o sus heroicidades, o su capacidad intelectual, o artística: lo es, fundamentalmente, por su rara capacidad para la impostura, para hacer creer a los demás que era lo que no era. Cómo sería esa capacidad de fascinación de este personaje que ha sido objeto de un documental (Ich bin Enric Marco, o, lo que es lo mismo, “yo soy Enric Marco”), de una novela (El impostor, de Javier Cercas) e incluso de un largometraje de ficción basado en su vida (este Marco). Y probablemente en el futuro haya otras formas de acercarse a la figura de este individuo que, al margen de su rara facultad para engañar a los demás, podría ser el arquetipo del famoso dicho español de querer ser “la novia en la boda, el niño en el bautizo, el muerto en el entierro”, de ser siempre el centro de atención en todo. Un narcisista, por supuesto, un megalómano, también, pero asimismo una persona con una necesidad casi patológica de la admiración de los demás, incluso de (una vez conocida ya su cualidad de mentiroso contumaz) seguir siendo el foco de atención de los demás, intentando que se hable de él por todos los medios posibles, lo que justificaría plenamente que, perdida ya toda credibilidad tras reconocer públicamente su impostura, accediera repetidamente a acudir a radios y televisiones para justificar lo injustificable.
Sobre la historia de este impostor, los cineastas vascos Aitor Arregi y Jon Garaño, los talentosos autores de films como Handia y La trinchera infinita, prosiguen en su intención de hacer cine fuera de su tierra, del País Vasco, que ya iniciaron con el segundo de esos títulos, buscando temas más universales, no ceñirse solo a las temáticas de su terruño.
La historia de Enric Marco es bastante conocida, y los directores vascos nos la cuentan a través sobre todo de los días en los que el personaje fue descubierto gracias a la tenacidad de un historiador, Benito Bermejo, que comprobó que Marco nunca estuvo en el campo de concentración de Flossenburg, a pesar de lo cual, con su labia y su capacidad para la fabulación, había conseguido convertirse en el presidente de la asociación de deportados españoles en los campos de exterminio nazis. Sobre ese momento gira, en realidad, toda la historia, cuando se descubrió su embaucamiento, cuando sus compañeros, que creían en él ciegamente, se dieron cuenta de que aquel tipo era un embustero compulsivo.
Y es que la mentira (arteramente disfrazada para que pareciera verdad) fue en buena medida el arma que utilizó Marco en su vida para prosperar, aunque su fin nunca fue el enriquecimiento sino la consideración personal, esa admiración por ser lo que no era que, en el fondo, era lo único que le importaba. Porque Enric Marco no solo mintió sobre su supuesta estancia en un campo de concentración nazi, sino que también lo hizo, entre otras falsedades, cuando alardeó de haber conocido y tratado al mítico líder anarquista Buenaventura Durruti durante la Guerra Civil.
Sobre este embustero compulsivo, Garaño y Arregi consiguen una obra sólida, madura, que busca poner al descubierto su mentira, pero también al personaje que estaba detrás, a ese hombre que no quiso ser uno más, un Don Nadie, sino alguien que realmente concitara la admiración, el aplauso de sus coetáneos. De un tipo que nació, literalmente, en un manicomio, ciertamente se podía esperar cualquier cosa...
Con plausibles saltos adelante y atrás, vamos conociendo sin problemas la historia de este sindicalista que también llegó a la cúspide de la CNT sin ningún mérito conocido, más allá de su rara capacidad para estar en el momento adecuado en el sitio oportuno y de saber granjearse las simpatías de tirios y troyanos. Con una puesta en escena firme, rigurosa, incluso implacable, tampoco es el film una soflama contra Enric Marco, quizá conscientes sus autores de que, en el fondo, este hombre tan pagado de sí mismo padecía de alguna patología psicológica que lo empujaba a ser el gran trilero que, en el fondo, fue. Sin mostrar empatía o cercanía con Marco, tampoco los directores y sus guionistas se ceban en su figura, aproximándose más en el retrato de este artista del embeleco a la manera de un entomólogo, de alguien que disecciona al individuo para intentar comprenderlo mejor, no para vilipendiarlo ni castigarlo (entre otras cosas, porque él solito, con su conducta, ya se apañaba para vilipendiarse y castigarse...).
Por supuesto, la película es en una grandísima parte la composición sutilísima de Eduard Fernández como Enric Marco, una interpretación exquisita que se ajusta perfectamente no solo a la apariencia del falso deportado, sino, sobre todo, a su espíritu, a esa forma de afrontar la vida que no contemplaba otra manera que no fuera estar siempre en boca de todos, aunque para ello tuviera que mentir a destajo, mentir y mentir sin límite ni medida. Fernández huele desde ya a Goya; sería su cuarto “cabezón”, y, si no se lo dieran, sería precisamente por esos tres anteriores que a los señores académicos a lo mejor les parecen demasiados...
Buena actuación del resto de intérpretes, todos ellos de todas formas inevitablemente por debajo de Fernández, que está excelso, además en un personaje que, ciertamente, se prestaba a una actuación como la suya, verdaderamente primorosa.
(19-11-2024)
108'