[Esta película forma parte de la Sección Las Nuevas Olas del 21 Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF’2024)]
Kostis Charamountanis (Atenas, 1994) es un director griego que además se desempeña como guionista, productor, actor, montador, director de fotografía y hasta compositor, todo ello de forma autodidacta. Está considerado el “enfant terrible” del cine griego, probablemente buscando la estela que marcó hace ya más de una década, en su entorno heleno, Yorgos Lanthimos, que se ha convertido en un cineasta de éxito internacional, o, en otro ámbito geográfico, el canadiense Xavier Dolan, el “niño terrible” del país de la hoja de arce. Kostis, además, graba profesionalmente vídeos musicales, así que al hombre no le falta un perejil. Su fama hasta ahora se había cimentado en un buen número de cortos que viene realizando desde 2016, cuando tenía solo 22 añitos. Este Kyuka. Before summer’s end es su primer largometraje, pudiendo considerarse que es una ampliación, a toda vela (nunca mejor dicho, como veremos...) de su corto titulado Kyuka. Before summer comes (2018), en el que ya aparecían los hermanos Konstantinos y Elsa, que también son dos de los personajes principales de este ahora largometraje.
La acción se desarrolla en Grecia, en nuestro tiempo y, por supuesto, como dice el título, “antes del fin del verano”. Conocemos a estos dos hermanos, en torno a los veintipocos años, y a su padre, Babis, que tiene un barco velero con una eslora como de 20 metros; sus hijos, indolentes, pasan los días estivales entre baños, paseos en el barco, etcétera. Pero Babis guarda un secreto: se ha citado con su exmujer, Anna, que abandonó a la familia cuando los niños eran pequeños; “se fue a por tabaco”, según la frase que se decía en estos casos, y que utilizan expresamente los hijos para describir aquel hecho. Paralelamente, Konstantinos y Elsa conocen en la playa a una niña, Iola, como de 5 años, que parece haberse perdido (a pesar de que no muestra ningún tipo de miedo...), y la acogen hasta que aparece la que creen que es su madre, aunque en realidad es su hermana mayor...
Podríamos decir que la película tiene tres elementos fundamentales: uno sería la banalidad, que lo llena todo durante casi una hora, una banalidad en la que, quizá para ir a juego con esa estación de la indolencia, el verano (especialmente en la costa), vemos a los dos hermanos haciendo el payaso, o el pavo, o el gamba: que si tomando el sol, que si vomitando por el mareo propio de navegar en alta mar (cosa rara en una chica con un padre con un yate desopilante...), que si cantando y haciendo coreografías “en puntas” (los dos parece que se desempeñan bastante bien en danza clásica...): en fin, lo que es hacer el ganso. Eso está muy bien para quien lo hace (el ganso, digo), pero no tanto para los que lo contemplamos. Entendemos que Kostis, el director, quería ir “haciendo la cama” para la última media hora, en la que se desvelará (más o menos...) el pastel, al reunir en ese peaso de barco a su propietario, sus hijos, su ex, más el nuevo maromo de su ésta y su nueva prole, una reunión que, claro está, no podía terminar demasiado bien (eso sí, no corre la sangre, ya lo decimos de antemano...).
La extravagancia sería otra de las características del film: Kostis se ve que lo de cine clásico no es lo suyo (y nos parece bien: no se puede estar intentando hacer todo el rato Ciudadano Kane...). Así que el “enfant terrible” griego opta por la extravagancia en la filmación, especialmente en la forma de narrarnos su historia, y sobre todo en el último tercio, en el que recurre a fórmulas generalmente poco usadas en el cine comercial, como la foto fija o, más raramente, el montaje en paralelo de dos escenas distintas, producidas en el mismo lugar pero en tiempos diferentes, quizá consecutivos, en concreto las intervenciones en plan “pescador que pesca el pez más grande” que se marcan tanto Babis como el nuevo marido de su ex, escenas montadas a un ritmo frenético, casi tan frenético como las mentiras que ambos cuentan a su reducido auditorio, que contemplan como aquellos dos machos alfa dirimen “quién la tiene más grande” (la pieza de pescado capturada, se entiende, no otra cosa...). Kostis también recurre a la repetición de un mismo plano (esa Elsa lanzando a su padre al agua, una, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces...) como elemento que refuerza la furia emocional desatada por el descubrimiento de la farsa.
Todo ello hace que el film, sin duda, no deje indiferente. Hay que alabar que el joven cineasta busque caminos, porque los que conocemos ya los tenemos bastante trillados. Otra cosa será que el distinto tono de la primera parte, tan convencional, y el desaforado del último tercio casen regular, y que el epílogo, de nuevo en plan estándar, resulte bastante desconcertante.
En cualquier caso, bienvenido ese gramo de locura que aporta (quizá impostadamente, desde luego...) este Kostis Charamountanis, que sin duda sabe lo que se trae entre manos, y que nos puede dar en el futuro, cuando haya pulido un poco sus ideas y cómo plasmarlas, buenos momentos. Tiene una cierta tendencia estetizante (esos planos con el sol rielando hermosamente sobre el mar de las islas griegas), pero ya hay demasiado realismo sucio en el cine moderno como para que nos pongamos en plan tiquismiquis: ¡viva la belleza !
Curiosa también la banda sonora de la película, firmada también por Kostis Charamountanis (con esa vocación de hombre-orquesta que parece tener…), pero en la que da entrada a una serie de temas musicales ajenos, con un desparpajo ciertamente llamativo: y es que usa con profusión música clásica, además de temas pop de toda la vida, y hasta motetes y cantos gregorianos, que ya es eclecticismo…
Apañados los intérpretes, correctos teniendo en cuenta que sus personajes, con cierta frecuencia, tienen tendencia al "friquismo". Lo dicho, hay que seguirle la pista a este Kostis Charamountanis, que nos puede dar momentos gloriosos…
(14-11-2024)
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