C I N E E N P L A T A F O R M A S
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Hay una comedia británica actual que parece buscar siempre la estela de aquellas viejas comedias de los años cuarenta y cincuenta de los míticos Ealing Studios, el sello que Michael Balcon llevó a la cima durante ese período con una serie de comedias satíricas, de un humor con frecuencia surrealista, y que alcanzó su mayor exponente en films como El quinteto de la muerte, Oro en barras, El hombre vestido de blanco, La bella Maggie y Pasaporte a Pimplico, entre otras divertidas e inteligentes muestras de una comedia que jugaba a placer con condicionantes de la sociedad de la época, con sus peculiaridades, también con sus contradicciones. Esa veta de humor, una de las más elogiadas del cine británico (como también lo ha sido, en un tono distinto, la que inspiraron los Monty Python), parece haber buscado su reedición en nuestro tiempos en films como Las chicas del calendario, Absolutamente todo, El viaje a París de la señora Harris o The lady in the van.
Pues a ese mismo filón de comedias que generalmente juega con las típicas convenciones británicas para ponerlas en solfa introduciendo un elemento discordante, pertenece esta sin duda simpática Pequeñas cartas indiscretas, difusamente inspirada en una historia real acontecida en los años veinte del siglo ídem. La película nos sitúa en un barrio de clase media en una pequeña ciudad inglesa, en ese mismo tiempo histórico, hace unos cien años. Allí nos enteramos de la existencia de Edith, una solterona quizá en la cincuentena, que vive con sus padres, el sumamente controlador Edward y la entrañable Victoria. Edith lleva algún tiempo recibiendo cartas insultantes, llenas de palabras soeces y ofensivas; ella y su familia creen que la responsable es su vecina, Rose Gooding, una irlandesa con una niña como de 10 años y un novio de raza negra. Rose, aunque es malhablada y más bien vulgar, niega ser la autora de esa correspondencia injuriosa, pero tiene todas las de perder: la policía la detiene, y aunque una “mujer agente de policía” (como son así denominadas las muy escasas miembros de Scotland Yard de aquella época), Gladys Moss, intenta profundizar en un caso que no parece nada claro (la caligrafía de las cartas con palabrotas y la de la supuesta autora no se parecen nada), pero su superior jerárquico la ningunea y prefiere la solución fácil y que se ajusta a sus estrechos esquemas conservadores: si la sospechosa es malhablada y vive en pecado mortal con un negro, tiene que ser la culpable...
Thea Sharrock, la directora de esta por lo demás simpática y agradable comedia, es una prestigiosa directora teatral, una directora escénica que ha puesto sobre las tablas británicas, pero también en Estados Unidos, obras de Shakespeare, Rattigan, O’Neill o Shaffer. Desde hace algunos años también ha incursionado en cine y televisión, y en ese último formato tiene algunos éxitos como Llama a la comadrona y Britannia. Parece que a Sharrock lo que le interesa, al menos en el audiovisual (en teatro ya vemos que toca autores generalmente más solemnes...), son las comedias amables con un punto agridulce, como es el caso de esta Pequeñas cartas indiscretas, un film que juega con las evidentes injusticias que se daban en una sociedad cerrada como la británica de hace un siglo, una sociedad en la que las apariencias lo eran todo, y cómo alguien que sacaba los pies del plato en esas circunstancias siempre era reo de sospecha de cualquier cosa que pudiera considerarse falta o delito.
Así, aquí tendremos un amplio muestrario de injusticias, desde la acusación carente de pruebas contra una mujer que escandaliza a la mayoría de la sociedad de la época, hasta la humillación, colindante con la vejación, a una agente de policía por ser mujer, despreciando sus evidentes dotes deductivas. Pero la trama dista mucho de ser medianamente inteligente, resultando ser más bien evidente y previsible; la comedia, la buena comedia, requiere de diálogos chispeantes, de réplicas y dúplicas igualmente brillantes, pero aquí casi todo se supedita a los mensajes obscenos de las cartas de marras (y también algunos enfrentamientos cara a cara de las protagonistas), como si ese lenguaje procaz fuera ya en sí mismo gracioso; queremos creer que no habrán caído en la tentación de, a estas alturas, intentar provocar con esa palabrería soez, porque si es así, tanto el guionista, Jonny Sweet (cuyos escasos créditos como tal tampoco son como para tirar cohetes), como la directora, Thea Sharrock, han cometido un error de considerables proporciones.
Gusta, claro que sí, que se ponga en solfa el machismo recalcitrante del paterfamilias, el típico de la época (hace un siglo, mecachis, aunque a veces parece que seguimos en las mismas...), y se enaltezca el progresivo papel prominente de la “mujer agente de policía”, así como de sus secuaces, un grupito variopinto y heterodoxo de féminas que la ayudarán a descubrir la verdad y, con ello, librar a la deslenguada pero inocente irlandesa de ser encerrada en el trullo. Gusta que ponga en su sitio al no se sabe si más imbécil que incompetente cuerpo de Policía de la época, con su jefe con doble papada y ninguna profesionalidad, o al joven agente de a pie, tan presto a quedar por encima de su compañera como a acusar sin pruebas con tal de salirse con la suya y ponerse una medalla.
Pero el conjunto, siendo agradable, deja la sensación de que, con otra persona a los mandos, podría haber sido una mejor comedia, una comedia en la que, además de las críticas bastante obvias a los comportamientos deshonestos de las fuerzas vivas del lugar, hubiera también cierta capacidad para el matiz, para la sutileza, elementos que aquí brillan por su ausencia.
Sharrock, como directora de cine, no es Martin Scorsese, y perdón por señalar; rueda sin faltas de ortografía, es cierto, pero resulta bastante pedestre en cuanto al estilo.
Por supuesto, el mayor de los activos de esta por lo demás tan simpática Pequeñas cartas indiscretas es su reparto, con un puñado de magníficos actores que ya de por sí justifican la visión del film, desde la oscarizada Olivia Colman, que confiere a su papel el punto justo de mojigatería y desvergüenza (a ratos incluso a la vez...), hasta los grandes veteranos Timothy Spall, que hace un padre tonante cuya intransigencia, a veces, raya en la ridiculez, por no decir en el patetismo; o la estupenda y ya tan anciana Gemma Jones, o la joven irlandesa Jessie Buckley, uno de los grandes talentos emergentes del cine y la televisión británica, que ha demostrado ya sobradamente en series como Chernobyl y Fargo, y películas como La hija oscura y Ellas hablan. Y, por supuesto, aunque no tenga el nombre de todas las citadas, la hindú Anjana Vasan (que incorpora a la “mujer agente de policía Moss”), cuyos enormes ojos negros y su pasmosa naturalidad nos parece que preconizan una larga y fructífera carrera.
(08-04-2024)
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