La prostitución masculina para mujeres en cine (y, entendemos, no solo en cine, también en la vida real) es mucho menos abundante que la contraria, la femenina para hombres, e incluso que la masculina para hombres. Hay algunos títulos ya clásicos que se atrevieron con el tema, como la mítica American gigoló (1980), de Paul Schrader, que descubrió a Richard Gere, o incluso antes, la deliciosa Desayuno con diamantes (1961), de Blake Edwards, donde el papel de George Peppard era precisamente el de un puto para señoras. También se ha tomado la cosa a guasa, como en Gigoló (1999), de Mike Mitchell. Pero, en general, la aparición del prostituto para mujeres es relativamente poco frecuente en el audiovisual.
Buena suerte, Leo Grande afronta el tema, y lo hace sin muchas inhibiciones, lo que no significa que incurra, ni mucho menos, en la vulgaridad, menos aún en la pornografía, a la que se hubiera prestado en otras circunstancias, lo que no es el caso.
La historia se ambienta en nuestro tiempo, en el Reino Unido. Conocemos a Nancy, mujer en torno a los sesenta años, que tiene una cita de índole sexual con Leo Grande (nombre obviamente artístico...), un chico veinteañero con el esperable cuerpazo de quien se dedica a la prostitución masculina, al que ha contratado a través de una página de citas. Ella, profesora jubilada, quiere experimentar en sexo; su vida en ese aspecto con su marido fue siempre de lo más aburrida, la posición del misionero y se acabó; le confiesa que nunca ha experimentado un orgasmo. Pero antes de pasar a mayores, ambos hablan de todo y de nada...
Sophie Hyde (Adelaida, 1977) es una directora y productora australiana que ha desarrollado la mayor parte de su carrera en su país natal, aunque en los últimos años lo viene haciendo también en el Reino Unido y en Irlanda. Es una cineasta ecléctica que ha tocado prácticamente todos los géneros habituales, apreciándose que tiene buenas ideas y las sabe plasmar convincentemente. El guion de Katy Brand le permite hablar de sexo entre disímiles, pero también de cada una de las dos partes de esta pareja peculiar: ella, profesora, con alto nivel educativo y mediano económico, insatisfecha en su vida sexual, que quiere experimentar, ya en el último recodo del camino, los placeres que intuye, quizá sabe, que se ha perdido; él, del que sabremos poco hasta casi el final, un chico de gustos refinados, de modales exquisitos y caballerosos, que sabe tratar gentilmente a sus clientas, pero en el que se columbra hay algún trauma anterior que esconde bajo una apariencia de radiante jovialidad.
Lógicamente, la película no va de sexo, al menos no de sexo explícito, aunque sí mucho de sexo oral (del hablado, queremos decir, no del otro... que también, pero en off...). Porque las conversaciones entre la pareja protagonista irá pasando de un tema al otro, desde sus respectivas vidas (ella abriéndose progresivamente, quizá tranquila de hablar de temas íntimos con un desconocido; él, sin embargo, mucho más hermético, como si su vida al margen de su peculiar ocupación de gigoló le perteneciera solo a él, y, por ello, no fuera objeto de la conversación) hasta temas más genéricos, como la maternidad (ella se siente fracasada con sus dos hijos), la carrera profesional (la mujer también se siente frustrada, siente que no ha servido de nada, los alumnos la aborrecían) o la vida en general.
Estamos entonces ante una dramedia elegante, agradable, obviamente adulta, en la que se mantiene bien el tono teniendo en cuenta el vidrioso tema sobre el que pivota toda la historia, la satisfacción sexual, sin amor, entre una mujer de cierta edad y un varón joven, previo pago del correspondiente estipendio. La película está hecha con clase, sin incurrir nunca en la vulgaridad, ni siquiera cuando se refieren a prácticas sexuales. De hecho, se podría decir que en buena medida es una cinta pudorosa, a pesar del tema. Es cierto que a veces se hace un tanto pesada, con más diálogo de la cuenta y algunos baches de ritmo, generalmente provocados por algún giro de guion poco convincente, pero el conjunto es armónico y ciertamente disfrutable. En el haber de su directora, habrá que citar también el hecho de tratarse de un complicado “tour de forcé”, al rodarse casi toda la película (menos la última secuencia) en una habitación de hotel, sin que se haga pesada por esa circunstancia.
En el aspecto relacional, que es el más importante en el film, la protagonista se abre casi desde el principio, parece que más que un amante que la satisfaga sexualmente (que también...) lo que necesita es un psicoterapeuta; él, sin serlo, realiza esa función más que aceptablemente, quizá sin proponérselo (o sí...). El chico, sin embargo, se mostrará siempre reservado sobre su vida privada, dando evasivas o largas cambiadas cuando ella le inquiere al respecto; cuando la mujer invada desconsideradamente ese terreno, el chico romperá los puentes, azotado por un drama íntimo y personal que, aunque no lo trasluce, lo atormenta desde su adolescencia. A ambos, entonces, le vendrán muy bien estos encuentros, no solo a ella; a los dos les permitirá liberarse de sus respectivos tabúes, les permitirá encarar sus vidas de otra forma, más libres, más desprejuiciados. Ambos, de esta manera, habrán influido positivamente en sus respectivas existencias. Al final, entonces, estamos ante una inesperada (quizá no tanto) película “feel good”, o de buenos sentimientos, aunque aquí se hable con naturalidad de mamadas y orgasmos...
Chapó para los dos protagonistas absolutos; sabíamos del talento de Emma Thompson, y también de su gusto por hacer personajes difíciles, como esta mujer madura insatisfecha que busca en el sexo pagado con alguien que podría ser su hijo aprobar una asignatura reiteradamente suspensa a lo largo de su vida, experimentar con el sexo como una de las cosas fundamentales para vivir plenamente; aquí está espléndida, como siempre, en un personaje complejo cuyo arco dramático ella sabe modular de forma ejemplar; la guionista y la directora se permiten incluso un guiño cinéfilo, al descubrir su verdadero apellido, señora Robinson, como la mítica amante madura de Dustin Hoffman en El graduado (y la no menos famosa canción homónima de Simon & Garfunkel para la película, por supuesto). Por cierto que Thompson se atreve incluso con un desnudo integral, cuando ya es sexagenaria, lo que confirma una valentía tremenda. La sorpresa es el actor, el irlandés Daryl McCormack, que le da la réplica con toda solvencia, en un personaje en el que era fácil descarrilar, pero que él resuelve con una naturalidad y unas tablas notables.
(20-10-2023)
97'