El graduado

CRITICALIA CLÁSICOS

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Lo más normal, ciertamente, al ver uno eso de "California, años sesenta", sería pensar en hippies, droga, Woodstock, barro, amor libre, "some flowers in your hair"...  todos esos estereotipos aplicables a ese sitio y a ese lugar. Y sin embargo, esta vez, no se cumplen para nada y lo que contemplamos es más bien una alta sociedad de Los Ángeles, que deambula por caros hoteles, mansiones con piscinas, fiestas y cocktails... lo que no impide un aire de aburrimiento, hipocresía y patosidad en sus conductas. A ese mundillo vuelve Ben, recién licenciado, con sus veintiún años, y al que sus rumbosos papás obsequian con una fiesta de bienvenida.

Ben es Dustin Hoffman (que ya rozaba los treinta, no los veintiuno) y que pasa a lo largo del film por tres etapas: una primera de alelado total, una segunda de impostado cinismo y la tercera como rendido enamorado. Y si el film lo lanzó al estrellato, casi algo parecido hizo con su director Mike Nichols, aunque ya le precedía un año antes el éxito de ¿Quién teme a Virginia Woolf?, según la obra teatral de Edward Albee, y nada menos que con Elizabeth Taylor, Richard Burton, Sandy Dennis y George Segal en el reparto. De origen alemán,  Nichols nunca gozó de mucha estima crítica en una carrera (que rozó la veintena de títulos) y que cerraría con la curiosa e inconformista La guerra de Charlie Wilson cuarenta años después, ya en el 2007, si bien profesionalmente siempre fue apreciado por las productoras.

Volviendo a esa fiesta de bienvenida, el inefable Benjamin se topa, entre los amigos de sus padres, con la señora Robinson, un punto y aparte en esa sociedad lujosa y conformista, y que se define a sí misma como neurótica y alcohólica. Su hija Elaine, incipiente novieta del joven, está al margen de ese encuentro. Naturalmente Mrs. Robinson traerá a mal traer al muchachito, al que finalmente seduce a los bellos acordes de las canciones de Simon y Garfunkel. Escaldado y amargado entra en la segunda etapa, con un cinismo y unas gafas negras que le quedan grandes en la reanudación de su noviazgo con Elaine, con quien se las da de duro y la lleva a un striptease, en una escena hiriente e inteligente, que marca un giro en la historia.

Narrado todo ello con habilidad e intencionalidad por Nichols, el tramo final, más alocado, separa dolorosamente a los jóvenes. Inducida por su madre, ella se echa un novio absurdo y él se va a una residencia estudiantil donde no es muy apreciado, y desde allí seguir los pasos de su enamorada. Llegamos así al clímax de todo este enredo californiano: al enterarse que ella va a casarse quiere impedirlo, pero al no conocer ni localizar el lugar, se pierde, se queda sin gasolina, y empieza una búsqueda a ciegas digna de Buster Keaton, con vertiginosas carreras, caídas, atajos... que recuerdan inevitablemente al cine mudo.

Localizada al fin la novia en la iglesia, a grito pelado y a través de una cristalera, llama la atención de Elaine y evita in extremis el casamiento. Felices y en fuga logran al fin estar unidos, como siempre habían deseado, después de tantos avatares y desventuras.  Así termina una crónica lúcida de un momento y una sociedad concretos, que tuvo en Dustin Hoffman, Katharine Ross y Anne Bancroft un inmejorable trío de actores, y en Mike Nichols un realizador inteligente, sin duda en el mejor trabajo de su carrera. También Hollywood  premió al director con el que fue su único Oscar y el público, a su vez, con un gran éxito en taquilla.  Ahora, su mejor galardón, es el recuerdo en la memoria cinéfila, el seguir siendo un título que no se olvida al cabo ya de muchas décadas...