CINE EN SALAS
El cine de Rodrigo Cortés (Pazos Hermos, Orense, 1973) es muy peculiar. Aunque está haciendo cine (en formato corto) desde finales del siglo pasado, no es hasta 2007, con su primer largometraje, Concursante, cuando consigue notoriedad, una comedia nigérrima y muy pesimista. A partir de ahí, Cortés, con buenos contactos en el extranjero, especialmente en Estados Unidos, comienza una carrera internacional, con rodajes en inglés y actores de renombre que, en algunos casos, son incluso estrellas. Así se suceden Buried (2010), un auténtico “tour de force” con Ryan Reynolds, Luces rojas (2012), un thriller psicológico nada menos que con Robert de Niro, Sigourney Weaver y Cillian Murphy, Blackwood (2018), con Uma Thurman, y el musical antinazi El amor en su lugar (2021). Todos ellos fueron “flops”, fiascos comerciales, con recaudaciones en salas claramente inferiores a sus presupuestos.
Ahora Cortés vuelve al cine en español, aunque ese regreso no ha mejorado en calidad artística (este Escape nos parece, de lejos, el peor film de su carrera) ni, nos tememos, en rentabilidad económica. La película se ambienta en nuestro tiempo; aunque no se dice en ningún momento, se rodó mayormente en Madrid. Conocemos a N (o Ene, como escriben en los créditos finales; no sabemos esa inicial a qué corresponde, si a Nemesio, Natalio o Nicanor el del tambor...), un tipo como de 40 años que padece algún tipo de trastorno psicológico tras haber sufrido un año antes un accidente de tráfico, conduciendo él, en el que murió su mujer, en avanzado estado de gravidez. Esa culpa lo corroe, y lo mismo que a otros les da por la depresión, incluso por el suicidio (o por meterse a misionero e irse a cristianar negritos al África...), a este sinsorgo le da por claudicar de todos los derechos que le asisten como ciudadano de un país del Primer Mundo, para intentar conseguir, con un entusiasmo digno de mejor causa, ser encerrado en una prisión donde no tenga que decidir sobre nada, y comer de la sopa boba allí ya para los restos...
Ese deseo por estar en la cárcel no es nuevo en cine, por supuesto, aunque parezca que Cortés ha descubierto la pólvora. Sin ir más lejos, en la estupenda Cadena perpetua, uno de los personajes secundarios, un preso “institucionalizado” (vale decir que se ha tirado toda su vida en la cárcel, encadenando condenas de poca monta), cuando es dejado libre ya anciano, intentará por todos los medios volver al único hábitat, la prisión, que reconoce como hogar. Pero, claro, eso es algo que puede considerar normal; lo de este N, o Ene, o 6672 (el número de preso), o su DNI como nombre de pila (perdonarán que no me haya quedado con el número completo, más la letra...), es una chaladura en la que, ciertamente, no se entiende qué ha visto Martin Scorsese para coproducirla a través de su productora Sikelia Productions.
Porque Scorsese sabe (y nos tememos que Cortés “no” sabe) que al público no se le puede aburrir, y es eso precisamente lo que ocurre durante las dos horas extenuantemente largas de este producto que empieza y termina con lo mismo, con la chifladura de un individuo que decide anularse como tal y hacer justo lo contrario de lo que los ocho mil millones de personas restantes que (más o menos...) habitamos el planeta: si cualquier persona haría lo que fuera por no ingresar en la cárcel, por muy grave que sea el delito que haya podido cometer, este mentecato quiere entrar a toda costa en ella, con todo lo que ello supone: pérdida de libertad, privación de una vida que merezca llamarse así, de todo.
El cine del siglo XXI, entre otras cuestiones, se viene caracterizando por algunos temas llamativos que en el siglo XX directamente no existían, o se trataban de forma muy distinta: así, lo que podríamos llamar el “malismo”, la atracción de los cineastas, de forma un tanto suicida, por los personajes malos, pero también la identificación con personajes marginales, con frecuencia directamente majaras, como este N, o Ene, etcétera, que lo más normal es que terminara en el depósito de cadáveres tras suicidarse. Pero no, aquí Cortés (y su coproductor Scorsese, que lo ha jaleado apoyando este muermo) decide que de una situación de sufrimiento atroz la única salida para el memo es anularse como persona, pero seguir viviendo.
Dos horas largas de mentecateces para conseguir su objetivo de meterlo en la cárcel dan, eso sí, para algunas curiosidades (afortunadamente, si no, el que se iba a pegar un tiro sería el espectador...). Por ejemplo, los homenajes o guiños a varios clásicos del cine carcelario, como la mentada Cadena perpetua, de Darabont, La gran evasión, de Sturges, El hombre de Alcatraz, de Frankenheimer, o La evasión, de Becker; así, el cinéfilo se puede distraer identificando cada uno de esos guiños o tributos, y al menos eso resulta entretenido. O algunas escenas que parecen sacadas directamente del más surrealista Twin Peaks, como la del urinario del protagonista con el enano y el gigantón, que no parece pertenecer a esta película sino que es un artefacto marciano incluido ahí no se sabe con qué intención.
El colmo de los colmos lo pone la arbitraria denominación de los siete capítulos en los que se divide el film, todos ellos nombrados con los apelativos de los siete enanitos del cuento de Blancanieves; ya saben, Mudito, Sabio, Tímido, etcétera. Estupendo, lo que faltaba para el duro...
En fin, un despropósito tras otro, eso sí, hecho con una impecable factura, un precioso envoltorio para una vacuidad estruendosa... Con decir que lo mejor, sin duda, es un extraordinario José Sacristán, como el juez que juzga (o más bien padece...) al reo de nada, que es el que pone al majadero en su sitio, hablando por su boca esa sensatez que tanto se echa en falta en la película, y que sorprende que Cortés lo haya incluido en el film, porque desnuda moral y mentalmente la actitud imbécil del personaje protagonista.
Mención aparte para Mario Casas, que lleva años intentando apartarse del personaje de guapo que lo llevó a la fama. Nos parece muy bien esa intención, pero tenemos escrito desde hace ya mucho tiempo que este actor tiene un serio problema de vocalización que aquí, con un personaje pirado, se acentúa aún más, siendo difícil a veces enterarse de lo que dice. Eso aparte de que aquí, con un rol que evidentemente padece un grave trastorno psíquico, Mario se pasa tres pueblos con las morisquetas, las muecas, los tics que se supone deben ser la demostración de su insania. Se supone...
(05-11-2024)
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