CINE EN SALAS
Le tenemos ley a Sean Baker (Nueva York, 1971) por las dos películas que hemos visto de él, The Florida Project y Red Rocket, la primera una amarga denuncia sobre la desestructuración familiar, y la segunda una dramedia sobre el regreso de un exactor porno a sus orígenes con el rabo entre las piernas (bueno, en este caso la frase hecha era prácticamente literal...).
Pero, sin embargo, en contra de la opinión generalizada (Palma de Oro en Cannes, críticas abrumadoramente favorables, altas puntuaciones de los usuarios en páginas tan rácanas como IMDb y, sobre todo, FilmAffinity), nos parece que esta Anora está un peldaño por debajo de las otras dos (y tan buenas) películas.
Y no es que Anora no tenga interés, que lo tiene, pero también tiene otros problemas de los que carecían sus anteriores films. La acción se desarrolla en nuestro tiempo, mayormente en Nueva York (aunque habrá alguna salida fuera de la Gran Manzana, concretamente un par de ellas a Las Vegas), donde conocemos a Ani, una prostituta (bueno, ahora se les llama “escort”, que queda más fino) que trabaja en un burdel (debe haber algún nombre también más fino para los lupanares de toda la vida de Dios, pero no lo conocemos...), eso sí, de “alto standing”, un burdel o prostíbulo que responde al peculiar nombre de “Cuartel General” (!!!). Allí conocemos a Anora (aunque quiere que la llamen Ani), una “trabajadora sexual” de origen ruso (su abuela lo era), motivo por el que conoce, más o menos, la lengua de Tolstoi, y es reclamada por sus jefes para atender a un grupo de rusos, un hatajo de niñatos comandado por un imbécil integral que se llama Ivan (Vanya para los amigos; o sea, que lo llamaremos Ivan...), quien se encoña de Ani y, tras varias citas sexuales, se la lleva a Las Vegas donde, bajo los efectos de generosas dosis de alcohol y de estupefacientes, le propone matrimonio y se casan. Pero el niñato ruso resulta ser hijo de una poderosa familia que navega sin inhibiciones entre la empresa (legal) y la mafia (obviamente ilegal); entonces la cosa se pondrá muy complicada para la pobre Ani...
El problema que vemos en Anora es lo que los críticos solemos llamar el ritmo narrativo, pero también la descompensación del metraje, cuestión que últimamente aflora con cierta frecuencia. Así, la película, que se alarga extenuantemente durante casi 140 minutos, tiene una primera parte, en la que Ani conoce a Ivan, que no termina nunca: se tiran prácticamente una hora (60 minutos, cada uno de ellos con sus 60 segundos, sin ahorrarnos ni uno...) entre que si bailecitos lúbricos por aquí, al principio, que sí revolcón por allá, cuando ya cogen (uy, perdón por el verbo, amigos hispanoamericanos...), quiero decir cuando ya pillan confianza, que si vamos a pegarnos un chute del narcótico que toque... todo eso apoyado (por decir algo) en una palabrería insulsa: si el niñato es imbécil, ella no aparenta saber hacer la o con un canuto... En fin, nos tiramos así una hora con las sinsorgadas de estos dos mamelucos, hasta que, ¡por fin!, aparece el grupo cómico de los supuestos protectores de Ivan, una panda de matones que dan más risa que miedo. Y digo bien, grupo cómico, porque los dos armenios (llamados Toros y Garnick) y el inconfundible ruso (Igor) que se incorporan a la acción, parecen una reedición parlanchina de Tricicle o de La Trinca, tres payasos (que aparentan no serlo) con los que, justo es decirlo, nos echamos unas buenas risas, en una clave de humor negro, de comedia negra, que probablemente sea de lo mejor del film.
Lo mejor del film junto a, por supuesto, la gradación de la tensión que se produce en, sobre todo, la escena en el casoplón del niñato, en NY, cuando llegan los supuestos matones protectores y se lía parda, con Ani en plan desatado luchando contra los tres mamelucos, e Ivan en plan novio a la fuga. Tras esa sin duda potentísima escena, de lo mejor del film, entramos en otra secuencia, la de la búsqueda del rusito carajote por todos los tugurios de la ciudad, que resulta reiterativa, repetitiva y cuantos adjetivos terminados en “-tiva” se nos ocurran... Es como un homenaje (pero en pelma...) a la chita callando al Jo, qué noche de Scorsese, un viaje por los bajos fondos neoyorquinos que poco aporta a la historia, más allá de la angustia creciente de los tres supuestos matones por encontrar al zangolotino que se supone debían proteger...
Esa descompensación de ritmo y de interés, y ese metraje desmesurado (se podría cortar media hora y no pasaría absolutamente nada...) juegan en contra de la película, que funciona muy bien en la escena del casoplón y también cuando llegan los padres (empresarios, o mafiosos, o las dos cosas...) desde Rusia (sin amor...), secuencia esta última que confirma que, como ya sabíamos, el poder, el dinero, las influencias, las amenazas, la violencia (más frecuentemente, todo ello junto...) siempre ganan. Una última escena, en plano secuencia, que, obviamente, no destriparemos, nos reconcilia levemente con el ser humano, cuando en el menos pensado de los personajes aflore algo parecido a la bonhomía, quizá al auténtico amor, aunque le cueste tanto expresarlo...
Film irregular, entonces, que no fallido, pero sí inferior a las anteriores propuestas del director, una auténtica montaña rusa en muchos sentidos, que son obvios, Anora tiene sus mejores bazas, como queda dicho, en el frenético ritmo de algunas de sus escenas (que algunos han comparado, no sin razón, con el cine de Tarantino, aunque aquí en clave más bien humorística), pero también en su tono como de comedia negra, incluso nigérrima, con sus matones/botarates, su pánfila putita que creyó haber encontrado su príncipe azul de Pretty woman, y su familia de torvos capomafias, que resulta ser un matriarcado con todas las de la ley, con una “matrioshka” con mando en plaza y un marido papafrita que parece el Romerales de Forges...
Buen trabajo interpretativo de todo el elenco artístico; Mikey Madison, que hace de Ani, se entrega absolutamente (a veces incluso demasiado, pasándose tres pueblos en la secuencia del casoplón). Del resto nos quedaríamos con el actor de origen armenio Karren Karagulian (por cierto, actor fetiche de Sean Baker, habiendo estado ya en varias de sus películas anteriores), que compone un peculiar jefe de los matones, entre la furia y la descomposición (sí, casi de vientre...) cuando se da cuenta de que la misión encomendada por su temible patrón “ruskie” se le está yendo de las manos...
Por último, una curiosidad: Sean Baker aquí resulta ser algo parecido a un hombre orquesta, porque no solo dirige la película, escribe su guión, y la (co)produce, sino que hasta se ha encargado del montaje e incluso del cásting... ¿qué dejas para los demás, Sean?
(04-11-2024)
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