Pelicula:

A principios de los años noventa Richard Gere había conseguido ya el estatus de “sex symbol” masculino, gracias a films como American gigoló y, sobre todo, Oficial y caballero, pero llevaba ya medio lustro sin ningún título relevante que le mantuviera en el candelero. Por su parte, Julia Roberts, con solo 23 añitos, había conseguido su primera nominación al Oscar por su muy elogiado trabajo en Magnolias de acero. Gere necesitaba un éxito que le volviera a poner en el candelero, y Roberts revalidar las expectativas que se habían depositado en ella. Pretty woman sirvió para ambos propósitos.

Garry Marshall, el director, empezó como actor y guionista a principios de los años sesenta, para después comenzar también una carrera de realizador en la que abundaron las comedias bien de enredo, bien románticas, o ambas cosas a la vez, una carrera que ciertamente no tuvo muchos títulos relevantes. Si decimos que entre sus films más conocidos están Novia a la fuga y Princesa por sorpresa ya está todo dicho, productos puramente comerciales que, por supuesto, también tienen su sitio en el complejo entramado del cine. De hecho, esta Pretty woman se puede considerar sin margen para el error como su película más destacada, tanto por su reconocimiento popular como por su extraordinario desenvolvimiento en taquilla (con 14 millones de dólares de presupuesto, recaudó la bonita cifra de 463 millones en todo el mundo, multiplicando con ello por 33 veces lo que costó. Fuente: IMDb), convirtiéndose en una obra de la que todo el mundo ha oído hablar o ha visto a trocitos, aunque quizá no la haya llegado a ver entera.

La historia que se nos cuenta está ambientada en el momento de su rodaje, a principios de los noventa. Conocemos a Edward Lewis, un millonario ejecutivo agresivo, un cuarentón muy vistoso al que vemos cómo su novia rompe con él porque le presta más atención a su secretaria (y no por motivos sexuales, sino laborales) que a ella, estando el hombre siempre embebido en sus negocios. Edward, que siempre se mueve por la ciudad (estamos en Los Ángeles) en coche con chófer, decide en un arranque repentino conducir por sí mismo, perdiéndose por las calles que no conoce, terminando por preguntarle a una prostituta por dónde cae Beverly Hills. La chica es Vivian, trabajadora sexual de medio pelo, callejera pero intentando mantener siempre el tipo. Finalmente, como él no da pie con bola, ella se pone a los mandos del coche y lo lleva a su destino. Él, desemparejado como está, le ofrece ir al hotel para un revolcón; ella le cobrará 100 dólares por hora. A partir de ahí se desarrollará una peculiar relación entre ambos, en la que los dos aprenderán a dejar de lado sus prejuicios y a amarse (estamos en una historia romántica, no hay lugar para el “spoiler”...). De fondo habrá una leve trama criminal, con una prostituta que ha aparecido asesinada, con lo que ello supone de temor en las chicas del gremio.

Aunque es evidente que estamos ante una historia improbable, poco creíble, también lo es que, en el fondo, no es sino una versión “softcore” de un cuento de hadas, en concreto de Cenicienta, aunque con elementos adicionales evidentes, o así nos lo parece, del Pygmalion de George Bernard Shaw y, sobre todo, de su adaptación al cine (previo paso por las tablas teatrales) como musical en My fair lady (1964), de George Cukor. Porque aquí tendremos ambas circunstancias, la chica pobre y desgraciada que, por una serie de carambolas del destino, se codeará con la “crème de la crème” (lo que quiera que sea eso...) de la sociedad angelina, con vestidos fastuosos y aspecto como de princesa, pero también meterá la pata a modo en esas relaciones, como la Audrey Hepburn de My fair...; también, ya que estamos con la gran Audrey, cabría decir que el personaje de Julia Roberts, Vivian, es de alguna forma la evolución natural de la prostituta que aquella larguirucha y entrañable actriz interpretara en Desayuno con diamantes; y es que aquella puta no lo parecía (cosas de las fechas en las que se hizo, primeros años sesenta), pero esta de ahora, evidentemente, lo es con todos sus avíos, e incluso hace gala de ello.

Así que, sentadas las evidentes influencias que confluyen en el film, habrá que decir que estamos también en una comedia de opuestos, fórmula que funciona generalmente bien ante el público, con él, estirado, sobrio, poco dado a los sentimientos, y ella, desenfadada, muy sexualizada lógicamente, como demanda su oficio (el más antiguo del mundo, según el aforismo), zafia por su escasa formación, pero también con ganas de encontrar (nunca mejor dicho...) su príncipe azul, que aparece en su vida a lomos de un brioso descapotable aunque el metafórico jinete no tenga ni idea de por dónde conducirlo. No serán las únicas disparidades entre estos espíritus en teoría tan distintos: así, él es muy planificador y ella claramente improvisadora; aún peor, él es un tiburón de las finanzas, aparentemente sin entrañas, y ella es todo corazón. Dos caracteres y clases muy distintas, por tanto, pero iremos viendo cómo, por supuesto previsiblememente, van acercándose, aunque desde luego Marshall, como director, no deja de caer en la tentación de repetir el famoso esquema romántico del “chico-encuentra-chica”, etcétera.

En contra de lo que hasta entonces solía suceder en las comedias románticas (y eso hay que reconocérselo, sin duda), en Pretty woman asistimos a una historia que, en sus comienzos, es puramente sexual, incluso con algunas escenas, como la de la felación que le hace la protagonista al ejecutivo en la habitación del hotel, sugerida pero evidente, que en otros tiempos hubiera sido impensable, además de imposible, en el género. En otros momentos se produce un híbrido en ese tipo de escenas más carnales, como aquella en la que él se apresta a hacerle el amor sobre el piano bar (sitio ciertamente morboso para la coyunda, pero que también debe ser bastante incómodo...), pero con retirada de cámara a la antigua usanza, mientras suenan los acordes de la famosa canción de Roy Orbison Oh pretty woman, que da título al film. Ciertamente, en su momento la película debió llamar mucho la atención por la relación del ejecutivo con la prostituta (Putanieves y el príncipe, los llama la amiga y colega de Vivian...), con algunas escenas de sexo, aunque muy light, y por romper tópicos hasta entonces vigentes en el cine comercial, como el de que no hay sexo sin amor.

Como película, lo cierto es que Pretty woman presenta una filmación estándar, debida a un director que nunca fue precisamente un estilista sino más bien un pegaplanos, ni tampoco hay mucha profundización en los personajes, aunque en este caso la materia argumental con la que contó, con las citadas influencias literarias, cinematográficas y feéricas (por el cuento de Cenicienta) del guion, y la evidente química de los protagonistas, ambos “sex symbols” a su manera, contribuyeron notablemente a que el film cayera en gracia al público y se convirtiera en un potente fenómeno comercial, formando parte desde entonces claramente de eso que hemos dado en llamar “cultura  popular”.

Muy buena química, como queda dicho, entre Gere y Roberts, cuyas carreras profesionales fueron relanzadas desde ese momento; algunos años más tarde repitieron como pareja romántica en Novia a la fuga (1999), pero ya no fue igual. Entre los secundarios destacaremos al veterano y venerable Ralph Bellamy, un símbolo del cine clásico norteamericano, que con esta Pretty woman haría su última aparición en pantalla antes de morir.

(31-03-2024)


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119'

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Pretty woman - by , Mar 31, 2024
2 / 5 stars
Entre Cenicienta y My fair lady