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De Sean Baker (Nueva York, 1971) habíamos visto previamente su estupenda The Florida project (2017), desasosegante relato de una familia desestructurada, de un clan siempre al borde del abismo. Esta Red rocket, sin llegar a la excelencia de su anterior empeño, no se puede decir que carezca, ni mucho menos, de interés.

La acción se desarrolla en nuestro tiempo, en un pueblo de Texas, llamado precisamente Texas City, en el condado de Galveston, una localidad de poco más de 45.000 habitantes. A ese terruño allá en el culo del mundo vuelve alguien cuyo nombre artístico es Mikey Saber (Saber es en inglés “sable”, lo que ya da pistas de a lo que se dedica el tipo...), exactor porno de capa caída (esta frase hecha, en este contexto, no sé si es la más adecuada...), huyendo de gente que no lo quiere demasiado bien... Se dirige a casa de su esposa, Lexi, de la que está separado de hecho, aunque no de derecho. Lexi, que ha tenido problemas con las drogas y ahora se dedica más o menos a la prostitución, vive con su madre, Lili. A regañadientes aceptan que se quede unos días en su casa mientras encuentra otra cosa, bajo promesa de contribuir al alquiler y los gastos del hogar. Los intentos de Mikey de emplearse resultan infructuosos; lleva 17 años sin trabajar en algo que no sea el porno, lo que intenta ocultar; si no lo dice, malo, y si lo dice, peor... Uno de los posibles empleadores, con sorna, le dice que está “sobrecualificado”... Al final se dedica a lo que hacía de adolescente, “pasar” maría para Leondria, afroamericana que ejerce de matriarca en un hogar muy peculiar. Cuando Mikey conoce a Strawberry, adolescente a punto de alcanzar la mayoría de edad, dependienta de una tienda de venta de donuts, da en pensar que, con ella, podría volver otra vez a la cima de la industria del porno...

Baker, como queda dicho, gusta siempre de hacer cine social, como lo era no solo su anterior y tan entonada The Florida project, sino también sus anteriores títulos, Starlet (2012) y Tangerine (2015). Pero aquí, sin perder ese tono, que existe, hay también una intención de hacer comedia; comedia negra, diríamos, porque el ambiente es más bien negro, con esta exestrella porno que vuelve con el rabo entre las patas (ya estamos con las frases hechas, incluso literales...) a su pueblo, situado allá en el culo del mundo, para reencontrarse con la que sigue siendo nominalmente su mujer, pero también con su antiguo oficio de camello de poca monta, encontrando como novedad un “más mejor amigo”, como dicen los malos traductores “online”, en la persona de un chaval de la que su mujer fue canguro, décadas atrás, y que ahora ha crecido para convertirse en un friqui de manual que, sin embargo, finalmente le salvará el trasero al protagonista cuando ambos, por una imprudencia estúpida, provocan una catástrofe. Pero sobre todo con quien se encuentra es con una pizpireta pelirroja, en la que Mikey cree ver la forma de rehabilitarse en la industria del porno...

Estamos entonces ante lo que podríamos llamar un híbrido entre comedia negra y realismo sucio, siempre en torno a la figura del protagonista, un auténtico liante, un tipo con mucha labia y una notable capacidad para enredar al prójimo, con una rara facultad para liarla parda, para el disparate, con muchos pájaros en la cabeza y permanentemente nostálgico de la época en la que consiguió 5 AVN (“¿qué son, ETS?”, le pregunta pícaramente Strawberry, que, como Chenoa, podría decir aquello de “cuando tú vas/ yo vengo de allí”), fardando de los Oscars del porno, que eso son los AVN (Adult Video News), un tipo ciertamente la mar de curioso, bocazas, lenguaraz, un botarate viviendo permanentemente en el alambre, soñando vanamente con volver a ser lo que fue. Un exactor porno que, por cierto, quizá pudiera estar inspirado en aquel famoso John Holmes del siglo XX que fue el equivalente al Nacho Vidal de este siglo, un tipo que, como este ficticio Mikey, fue agraciado por la Natura con unas cualidades físicas (ejem...) tan poderosas como menguadas fueron las mentales... Holmes, por cierto, ya inspiró la muy curiosa Boogie nights (1997), la primera peli que lanzó a Paul Thomas Anderson como director y a Mark Wahlberg como actor (aunque éste, confirmando que es imbécil, haya renegado ahora de ella...).

Rodada con fluidez, combinando con acierto las distintas líneas argumentales de la peli (la chica de la tienda de donuts que supone el futuro soñado además de un pimpante cuerpo en el presente; la esposa que representa el pasado del que quiere huir; la proveedora de cannabis, o la posibilidad de hacer caja para ese futuro imaginado; el chico pánfilo y sin embargo honrado a carta cabal, con el que el prota se siente admirado y en un pedestal), la cinta funciona, rodada por un Sean Baker al que se le ve especialmente interesado en el retrato de los ambientes socialmente degradados, como la casa de la esposa y suegra del protagonista.

Es cierto que quizá le sobre metraje, como es tan frecuente en el cine de hoy día, pero nos parece en este caso un fallo menor, toda vez que, en general, no se aprecia falta de ritmo narrativo.

Simon Rex, el protagonista, él mismo con un pasado inicialmente relacionado con la industria del porno, aunque pronto se recicló en actor (de parodias, mayormente) y modelo, entre otras actividades del mundo del entretenimiento, resulta sumamente creíble y está muy bien en el papel de este pobre diablo que vuelve a donde nunca pensó que tendría que regresar, para encontrarse que, como era de prever, no dejó allí muchos amigos. Muy interesante también el personaje de Strawberry, interpretado por una joven y fresquísima Suzanna Son, también modelo y música, que prácticamente debuta aquí: quién lo diría...

(12-05-2022)



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130'

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Red rocket - by , Sep 17, 2022
3 / 5 stars
Como si John Holmes volviera a su pueblo