Pelicula:

CINE EN SALAS

El cine de terror moderno se podría clasificar, quizá un poco groseramente, en dos grandes grupos: uno, el más comercial, busca asustar por la vía de provocar en el espectador ganas de vomitar hasta la primera papilla, con escenas cada vez más sangrientas, con despanzurramientos de todo tipo, degollamientos, evisceraciones surtidas al por mayor y otras lindezas de ese estilo: vamos, que más que miedo da asco... dentro de esa misma ¿categoría?, podríamos incluir lo que se suele llamar “cine de sustitos”, según el cual cada equis tiempo, con la ayuda inestimable de la banda sonora (vía leñazo auditivo que te deja pegado a la butaca...), hay que darle un susto al espectador, por ejemplo con un primerísimo plano de lo que se supone que es un monstruo horrible... Este terror comercial moderno (citemos un título, la saga iniciada por Terrifier) bebe, evidentemente, de los (ya) clásicos del cine de ese género de los años setenta, ochenta y noventa del pasado siglo, longevas series que se iniciaron (y que, en algún caso, aún colea...) con films como La noche de Halloween, Viernes 13, Pesadilla en Elm Street, Scream...

Pero hay (¡loados sean los cielos!) un segundo grupo dentro del cine de terror moderno, del cine de este género que se hace en este tan descreído (y a la vez tan crédulo...) siglo XXI, cual es el del terror sutil, imaginativo, creativo, que no busca asquear sino provocar escalofríos mediante la puesta en escena de historias inquietantes, distintas, y por la creación de atmósferas de terror (en esto, desde luego, no son originales: el buen cine de terror de siempre era perito en ello...) que provoquen en el espectador esa sensación de miedo primordial, como si nos estuviéramos asomando a uno de los escenarios de pesadilla de un Lovecraft, un Poe, un Barker (este último por poner a un autor moderno del género, aún vivo).

En este segundo grupo, creativo y sutil, pero tan poderosamente terrorífico, para que el lector tenga una idea cabal de lo que hablamos, se podrían incluir, entre otros muchos títulos, películas como Déjame entrar (versión escandinava, 2008), It follows (2014), Babadook (2014), La bruja (2015), No respires (2016), Hereditary (2018), la española Voces (2020), Monolith (2022) o Descansa en paz (2024). Pues en ese grupo se podría inscribir perfectamente esta estimulante El llanto, primer largometraje (quién lo diría...) de Pedro Martín-Calero (Valladolid, 1983), experimentado, eso sí, director publicitario y musical.

La acción se desarrolla en dos momentos temporales distintos, separados por 20 años: en el primero de los que se nos muestra en pantalla estamos en España en nuestro tiempo; conocemos a Andrea, una joven adoptada por sus padres que se ha enterado de ello hace poco tiempo y se lo reprocha; juntos han indagado para conocer la identidad de su madre, en Argentina, y por fin la descubren; la chica investiga sobre ella y se entera de que su madre biológica, de nacionalidad francesa (aunque vivía en el país de Cortázar), murió dos años atrás, y que cuando la tuvo a ella fue en la cárcel, donde cumplía condena por haber matado a una joven de su edad, en un extraño crimen; Andrea tiene a su novio en Australia, con el que se conecta a través de Skype o similar. En el segundo momento temporal presentado en pantalla, veremos a Camila, en Argentina, veinte años atrás, a comienzos de siglo; Camila es la chica a la que supuestamente mató su madre biológica, Marie, y veremos cómo ambas se conocieron...

Como decimos, lo bueno de esta película es, fundamentalmente, la creación de una atmósfera malsana, muy sutil, que solo en determinados momentos (pero qué momentos...) aflora con una brutalidad avasalladora, jugando con un elemento muy moderno (que no es nuevo, sin duda, pero sí funciona muy bien aquí), cual es que el ser maléfico que acechará a las tres mujeres del film (Andrea, Camila, Marie, cada una de las cuales da título a los tres segmentos en los que se divide la película) solo sea visible a través de imágenes tomadas por cámaras; es decir, es alguien invisible a simple vista en el mundo real. Esa idea, que es quizá la piedra filosofal del film, convierte la historia, en sus tres momentos, en una historia de pesadilla, donde esa presencia ectoplásmica y mortal puede estar en cualquier momento, en cualquier lugar.

El propio hecho de lo inexplicado de esa presencia maléfica contribuye grandemente a generar el horror: y es que no hay nada que explicar, no tenemos por qué saber la génesis de esa presencia malévola que acecha a las protagonistas, porque eso diluiría la sensación de terror. Hitchcock reconoció, años después de rodar Psicosis, que se equivocó con la última escena en la que un psiquiatra explicaba la neurosis patológica de Norman Bates (ciertamente, era un pegote en un film espléndido), porque intentaba aclarar lo que no lo necesitaba, intentando poner orden en lo que era, pura y simplemente, caos, a fuer de terror. Pues Martín-Calero y su coguionista, la talentosa Isabel Peña (habitual colaboradora en el guion de Rodrigo Sorogoyen) juegan con esa premisa, con la de que no hace falta explicar el motivo de ese ser maléfico, entre lo rijoso y lo sencillamente diabólico, para acechar, acosar, reventar a sus víctimas, dotado del don de la ubicuidad (puede estar a la vez en España y Australia, ahí es nada...) y de una fuerza como de Hulk (sin tener que ponerse verde, además...).

Juega Martin-Calero, para la creación de esa atmósfera de pesadilla, entre otros recursos, con dos que son muy cinematográficos, y que en su película tienen gran importancia y contribuyen poderosamente a ese clímax: uno es la profundidad de campo, que en concreto resulta estremecedora especialmente en una de las escenas, en  la conversación mediante Skype de Andrea con su novio en Australia, y otro es el fuera de campo, la utilización exclusivamente del sonido como elemento horrísono, como elemento que actúa poderosamente sobre el ánimo del espectador, sobrecogiéndolo, y que especialmente es potentísimo en la escena final del segmento dedicado a Andrea, cuando esta, con sus dos amigas, entran en cierto piso en venta en Madrid...

Se ha hablado, no sin razón, de cierto parecido del film con la sobrecogedora It follows, una de las películas de terror más pavorosas de lo que llevamos de este siglo XXI. Es cierto, pero nos parece que no hay aquí seguidismo ni, por supuesto, plagio, por cuanto el elemento generador de terror (y su plasmación cinematográfica) es claramente distinto en cada caso. Como mucho, podría hablarse de una libre inspiración, pero nada más.

Es verdad que, a nuestro juicio, al film le sobra metraje, porque en especial en el episodio de Andrea, se alarga innecesariamente en escenas que podrían aligerarse sin detrimento (más bien al contrario...) de la coherencia del relato; esta es una de esas películas que justificarían el metraje estándar de noventa minutos, con los cuales sería mucho más redonda, mucho más sintética y escueta, como debe ser.

No obstante, es un pero menor, porque en cualquier caso El llanto consigue lo que pretende, una permanente y creciente atmósfera de terror sordo y varios momentos de puro estremecimiento en el público, algunos potentísimos (por ejemplo, los citados de Andrea y el novio conversando por Skype, y también la entrada –fuera de campo- en el piso en venta), en una obra ciertamente solvente y poderosa, que supone el bautismo de fuego de un cineasta, Pedro Martín-Calero, al que auguramos un brillante porvenir, a la vista de esta excelente tarjeta de presentación.

Magnífica la banda sonora de Olivier Arson, que utiliza inteligentemente la voz humana para contribuir a esa atmósfera de primigenio, genuino terror. Buen trabajo actoral, especialmente de las tres actrices protagonistas, la española Ester Expósito, la argentina Malena Villa y la francesa Mathilde Ollivier.


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107'

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El llanto - by , Oct 31, 2024
3 / 5 stars
Terror creativo, atmosférico, sutil