Procedente del mundo del guion, Blake Edwards (1922-2010) llegaría a la dirección a principios de los años cincuenta, a pesar de lo cual su nombre no empezó a ser tenido en cuenta realmente hasta que, a principios de los sesenta, y ya dueño de todos los resortes de la puesta en escena, comenzó una carrera como director que discurrió habitualmente por los cauces de la comedia, a pesar de lo cual también cultivó otros géneros, como la dramedia romántica, con la inolvidable Desayuno con diamantes (1961), el thriller psicológico, con la magnífica Chantaje contra una mujer (1962), y el melodrama químicamente puro, con la no menos buena Días de vino y rosas (1962). Pero lo cierto es que, generalmente, se movió en los terrenos de la comedia, y en esa década de los sesenta rodó varios títulos estupendos dentro del género, como La pantera rosa (1963), esta La carrera del siglo (1965) y la mítica El guateque (1969). Después de eso solo llegaría a cimas parecidas ya casi al final de su carrera en ¿Victor o Victoria? (1982).
La carrera del siglo se abre con unos títulos de crédito con viñetas de dibujos, muy divertidos y creativos, a la par que aparece un rótulo que dedica el film a los legendarios Gordo y Flaco, Stan Laurel y Oliver Hardy, reyes de la comedia de “slapstick” durante el cine mudo, e incluso después durante las décadas de los treinta y parte de los cuarenta. La película, ambientada hacia la primera década del siglo XX, cuando el automóvil empezaba a ganar terreno en el transporte de viajeros, se inicia con un desafío del llamado Gran Leslie, un tipo guapo, permanentemente vestido de blanco y poseedor de fantásticas cualidades físicas y mentales; el desafío, llevado a cabo ante una multitud de gente enfervorecida y prensa no menos admirada, consistirá en ser colgado boca abajo, con una camisa de fuerza puesta, dentro de un aerostato en el aire, teniendo que desembarazarse de su corsé y bajar con el globo hasta tierra sin hacerse daño. Paralelamente conocemos al profesor Fate, un petimetre que parece obsesionado con superar a Leslie con su supuesta gran inteligencia, y a su ayudante, el torpe Max, ambos vestidos siempre de negro como cuervos. Fate y Max intentan torpedear el desafío de Leslie, pero les sale mal, como todo lo que harán durante la película… Leslie plantea a los fabricantes de coches un gran reto, una carrera entre Nueva York y París; se inscriben seis coches, entre ellos el de Leslie y el del profesor y su ayudante. Paralelamente conocemos a Maggie, joven sufragista que quiere ser reportera y se postula en un periódico para ser corresponsal del diario en esa “carrera del siglo”; aunque inicialmente no lo consigue, su perseverancia (otros la llamarían pesadez…) hace que finalmente se le conceda… Ya en la carrera, las relaciones del Gran Leslie con Maggie, al menos al comienzo, no son precisamente buenas, uno celoso de su soltería empedernida, la otra orgullosa de su modernez e independencia…
Como hemos dicho, la película está dedicada al Gordo y el Flaco, pero, por elevación, es todo un homenaje al cine mudo, al humor del “slapstick”, el de patada en el culo y tartazo; de hecho, al final del film hay una secuencia de varios minutos con un auténtico festín de tartazos en la cara, del que solo se libra (casi) el impoluto Leslie de trajes siempre blancos, en un albo código cromático que recuerda su protagonismo, su papel principal en la película. Pero no solo tendremos humor físico, sino también veremos escenas en las que, como ocurre con casi todas en las que intervienen los personajes de Leslie y Maggie, lo que predomina es lo que se conoce como comedia de “screwball”, la excéntrica parodia del cine romántico típica del Hollywood de los años treinta y cuarenta (La fiera de mi niña, por ejemplo, es un caso típico de “screwball”); y, por supuesto, todo el humor generado por los dos patanes, el profesor y su ayudante, cuya permanente búsqueda de infligir la derrota al Gran Leslie está siempre abocada al fracaso… como ocurría con las divertidas aventuras del Coyote y el Correcaminos, que aparecieron en pantalla por primera vez a finales de los cuarenta, así que también aquí Edwards le dedicaba un sentido tributo a Chuck Jones, su genial creador.
Con estética de cómic, y muy divertidos “sketches” (en especial los protagonizados por la pareja de pencos del Profesor y Max, que de alguna forma también parecen inspirados en el Gordo y el Flaco), la película está llena de momentos de feliz creatividad, como la escena de los malos en el submarino, puro “slapstick” llevado al extremo en un compartimento de reducidas dimensiones, o la descomunal pelea en el “saloon”, que termina reducido a escombros, con lo que aparece otro homenaje, en este caso al wéstern clásico.
La carrera, con sus seis coches a cual más estrafalario (menos el del Gran Leslie, por supuesto, una preciosidad de vehículo), recorrerán, en sentido oeste-este, la parte norte de América, la dura Estepa rusa y, antes de llegar a París, Centroeuropa, donde tendrá lugar la última parte de la historia, en el ficticio reino de Carpania, en el que se produce otro nuevo tributo, en este caso al cine de aventuras, calcándose en buena medida la historia de El prisionero de Zenda (1952), con su personaje (en este caso el profesor, lo que da lugar a escenas muy cómicas) tremendamente parecido al príncipe que va a ser coronado rey, con su conspiración para sustituirlo y hasta su feroz duelo a espada entre el prota y el villano. Este segmento, sin ser deleznable, es el menos brillante, el más previsible y, por ello, el menos interesante, de la historia, que funciona mucho mejor en los tramos de la carrera en las que los contendientes se hacen putaditas entre ellos para conseguir ser los primeros en París. Eso sí, las secuencias de esta parodia tipo Zenda suponen una acerba sátira sobre las monarquías absolutas y el abyecto servilismo al que éstas someten a su pueblo.
Los coches de la carrera son ciertamente deliciosos, con su punto estrafalario, mientras que algunos personajes, como el de Maggie, sorprende por ser muy avanzado para la época en la que se supone se ambienta la peli, pero incluso también para aquella en la que está rodada, a mediados de los años sesenta. Por su parte, el profesor, aparte de su soberbia y egocentrismo, un tipo encantado de haberse conocido, es también claramente una parodia de la figura del Mad Doctor o Doctor Loco que aspira a conquistar el mundo, aunque aquí, más modesto (y ya es raro…) se conforma con avasallar al Gran Leslie y demostrar al universo mundo que él es mucho más inteligente, más hábil y sagaz, que el protagonista permanentemente vestido de blanco.
La alusión a los numerosos homenajes, tributos y parodias no debe hacer pensar que estamos ante una película de retales, sino que existe una unidad de estilo, de corte muy de cómic, desenfadada y a ratos trufada de humor absurdo, que funciona muy bien, resultando ser una cinta muy divertida que, además, no se toma en absoluto en serio a sí misma, con lo que ya nos tiene ganados desde el principio.
Buen trabajo actoral, con Tony Curtis bordando el papel del prota guaperas y que todo lo hace bien, y Jack Lemmon como el patán que, a su pesar, lo hace todo mal. Natalie Wood confirma, como ya sabíamos, sus dotes para la comedia, igual que las tenía para el drama, y del resto nos quedaríamos con el otro patán, el que interpreta Peter Falk, mucho antes de que alcanzara la fama como el teniente Columbo, con aquella gabardina pringosa con la que se cubría permanentemente, lloviera o hiciera calor, un individuo de, sin embargo, notabilísima perspicacia.
(26-09-2023)
160'