Sin llegar a ser uno de los grandes del cine norteamericano, porque nos parece que no llegó a serlo, Blake Edwards (1922-2010) es, sin embargo, un cineasta con un buen puñado de buenas películas, en ocasiones grandes películas, cuyos títulos están unidos indisolublemente al imaginario popular: baste citar algunos de ellos, como Desayuno con diamantes (1961), Días de vino y rosas (1962), La pantera rosa (1963) o El guateque (1968). Es cierto que a partir de los años setenta su cine bajó de interés, a pesar de lo cual aún se marcaría algunos films estimables, como Micki y Maude (1984), sobre el controvertido tema de la bigamia, y Cita a ciegas (1987), que lanzó definitivamente al estrellato a Bruce Willis, con una Kim Basinger estupenda. También esta ¿Victor o Victoria? se encuadra sin duda en esos últimos films de interés (de hecho el que más interés tuvo...) de un Edwards que, poco a poco, fue languideciendo como creador y en sus últimos años se dedicó a copiar a otros (por ejemplo, al Truffaut de El amante del amor, que versionó bastante horriblemente en Mis problemas con las mujeres) o a él mismo (llegó a hacer hasta siete secuelas de La pantera rosa, con interés progresivamente decreciente).
¿Victor o Victoria?, como decimos, fue una de sus últimas películas de interés, incluso quizá su última gran película, en la que confluyeron atractiva temática, apreciable estética, buen ritmo narrativo y cierto toque entre el morbo y la ambigüedad, lo que, como cabía esperar, fue muy bien recibido por el público. La historia se ambienta en París, en 1934, en el período de entreguerras; conocemos a Victoria, cantante lírica de voz prodigiosa pero que está en la más absoluta miseria; desesperada, con más hambre que Carpanta, opta a un puesto como cantante en un cabaret, pero no es aceptada porque no es lo que se busca en ese tipo de garitos; un homosexual ya madurito, al que todos conocen como Toddy, se amista con ella tras una noche en la que la mujer, con más cara que espalda, le invita (aunque no tiene un céntimo) a un restaurante carísimo buscando comer de válvula echando una cucaracha en la ensalada. El intento de timo sale regular, pero ambos consiguen escapar tras una trifulca generalizada. Ya en casa de Toddy, donde Victoria se aloja, un equívoco con el examante de su nuevo amigo gay le hace intuir a este que, quizá, Victoria podría hacerse pasar por un hombre transformista, en un juego de doble travestismo, en el que actuaría como supuesta mujer que después se revelaría como el hombre que no es… La artimaña funciona, y Victoria, ahora el conde polaco Victor Grazinski, es la nueva estrella del cabaret de Paris. Pero cuando un gánster americano, King, asiste al espectáculo y siente que la supuesta artista le gusta, al enterarse de que es un hombre, tiene un serio conflicto interno…
Curiosamente la historia de ¿Victor o Victoria? data de antiguo y es muy dilatada: se han hecho con esta misma historia un total de cinco versiones, más un musical de Broadway en 1995 y una filmación para televisión de ese musical, también dirigido por Edwards. Las cinco versiones cinematográficas fueron, por orden cronológico, la alemana Viktor und Viktoria (1933), la francesa Georges et Georgette (1934), la británica First a girl (1935), la de nuevo alemana Viktor und Viktoria (1957), y finalmente la de Blake Edwards, esta ¿Victor o Victoria?
Estamos ante una comedia de corte clásico pero con temática muy avanzada para su época: recuérdese que hasta 1972, con Los chicos de la banda, de William Friedkin, el tratamiento de la homosexualidad en el cine comercial norteamericano era, o bien ridiculizante, o bien criminalizante, cuando no las dos formas a la vez; por supuesto, las anteriores versiones de esta película jugaban solo con el equívoco de la mujer que se hacía pasar por hombre que interpretaba a una mujer, pero sin entrar en el tema del sexo homófilo. Aquí Edwards sí lo hace, fundamentalmente a través de la figura de Toddy, el gay divertido, locuaz y abierto que compone magníficamente Robert Preston (tan lejos de sus papeles de macho total de los años cincuenta y sesenta), y con la ambigüedad de los sentimientos del muy masculino gánster que siente que le hierve la sangre cuando ve al supuesto conde, aunque éste en realidad sea más bien una (figurada) condesa.
La película juega a varias bandas, no solo como comedia de corte clásico con tema osado para la época: utiliza a veces claves de comedia física (el famoso y antediluviano “slapstick”), pero también de comedia de enredo, con personajes que entran y salen por puertas y ventanas (sobre todo ventanas…) para evitar ser descubiertos, además de, desde luego, batirse ventajosamente el cobre como musical más que digno, con estupendas canciones y vistosos números coreográficos, en los que Julie Andrews brilla con intensidad, pero también el propio Preston hace alguna versión ciertamente desternillante. Con buenos diálogos y aceradas réplicas, la película está hecha con la clase y la elegancia típicas del gran cine norteamericano de siempre, mezclando los estándares formales clásicos con las nuevas y más atrevidas y picantes temáticas que se sucedieron con la eclosión del sexo en las pantallas a partir de los años setenta.
La película, como decimos, se podría calificar como “gay-friendly”, amistosa con los gays, en una época infrecuente para ello en el cine USA; hay también algunos números que en su momento debieron llamar poderosamente la atención (hoy, por supuesto, no lo harían…), como el número musical de los bailarines con caretas y vestimentas de ambos sexos, en una especie de apoteosis reivindicativa de la bisexualidad. Y es que, en buena medida, ¿Victor o Victoria? es una pionera celebración de la diversidad sexual, cuando ésta ni estaba ni se la esperaba
Hay otro tema fundamental en el film, el de la necesidad de la mujer de aquel tiempo (también hoy día en muchos países, incluso en el nuestro) de adoptar roles masculinos, no necesariamente literales, para poder ser ella misma, para poder emanciparse (la famosa “habitación propia” de Virginia Woolf), para superar su papel subalterno como mujer (hija, hermana, novia, esposa, madre de…); en este sentido, la pugna entre la prota y su amado gánster (que en realidad no lo es, como ella tampoco era un tío…), que se presenta interesante por reclamar ella en principio su independencia, termina yéndose por el sumidero a causa del amor, etcétera… pero la propia enunciación del hecho de que la mujer tiene derecho a tener su propia vida sin estar a la sombra de un hombre, de cualquier hombre, es ya toda una declaración de intenciones. Quizá era lo máximo a lo que se podía aspirar en un film a principios de los años ochenta…
Como curiosidad, el personaje del penco detective que contrata el dueño del cabaret para ver si, como él cree, Victor en realidad no es un hombre, parece claramente inspirado en el inspector Clouseau de la serie La pantera rosa, un tipo que no se sabe si es más torpe que gafe, o viceversa, y que propicia algunas de las escenas más divertidas de esta más que apreciable comedia.
Muy buen trabajo interpretativo de Julie Andrews y de Robert Preston, como queda dicho; por debajo de ellos, pero también correctamente, James Garner, que también ha de plegarse a un papel (un varón inicialmente atraído por otro varón, cielos…) inimaginable cuando, un par de décadas atrás, hacía siempre de romántico galán o de recio macho, o ambas cosas a la vez… El gran Henry Mancini se hizo con el cuarto Oscar de su carrera, como autor de la banda sonora original de la película, la única estatuilla que consiguió ¿Victor o Victoria? de las siete a las que fue nominada.
(09-07-2023)
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