Cita a ciegas

Durante más de cuarenta años Blake Edwards fue sinónimo de comedia, aunque es cierto que su cine resultó ser bastante irregular. Tampoco se ciñó solo al género de la comedia, sino que cuando afrontó el drama (como en la espléndida Días de vino y rosas, un clásico del cine antialcoholismo), el thriller (véanse las potentes Chantaje contra una mujer y La semilla del tamarindo) e incluso el western (Dos hombres contra el Oeste), los resultados fueron buenos o muy buenos.

La edad dorada de Edwards como director de comedia se puede establecer en los años sesenta: Desayuno con diamantes, con una estupenda Audrey Hepburn, en una película justamente mítica; La pantera rosa, que inició toda una serie de continuaciones filmadas por el propio Edwards, en un evidente error que desnaturalizó los hallazgos de la película primigenia; La carrera del siglo, descacharrante y a todas luces divertidamente excesiva; y El guateque, apoteosis del buen humor tonto o “nonsense”, con un Peter Sellers en estado de gracia.

En las décadas siguientes ya solo acertó esporádicamente, como ocurrió en películas como Victor o Victoria y esta Cita a ciegas, que rodó tras dos grandes fiascos críticos y comerciales como fueron El gran enredo y Así es la vida. Pero Cita a ciegas le devolvió a Blake Edwards, aunque solo fuera fugazmente, el favor del público y en buena parte también el de la crítica especializada.

Se trata de una divertida comedia romántica en la que un ejecutivo (un pre-yuppi más bien astroso) queda en una cita a ciegas con una chica sobre la que le advierten muy seriamente que bajo ningún concepto debe beber alcohol. Como era de esperar, la quiebra de este consejo desencadenará toda una marea de conflictos...

Película sobre los sentimientos, pero también sobre la propia autoestima, Cita a ciegas supuso con toda seguridad la última buena película de su director, que se benefició de la extraordinaria química que había en la pareja protagonista, un Bruce Willis que había llegado a la fama recientemente por su personaje del detective David Addison de la entonces popularísima serie televisiva Luz de luna, y una Kim Basinger convertida ya en imposible sueño erótico de toda una generación de hombres.