Blake Edwards ha pasado a la Historia del Cine fundamentalmente como un cineasta especializado en cine de comedia. En ese género brilló a gran altura, además en varias etapas a la largo de su dilatada carrera, que se extendió, como director, desde 1954 a 1995, aunque ya se había iniciado como actor con anterioridad, en 1942. Edwards es justamente recordado sobre todo por un ramillete de estupendas comedias, como Desayuno con diamantes (1961), La pantera rosa (1963), La carrera del siglo (1965), El guateque (1968), ¿Victor o Victoria? (1982) y Cita a ciegas (1987).
Curiosamente, el rijoso, divertido, grácil director de todas esas comedias encantadoras, tenía también una vibrante vena dramática y de intriga. Así, hizo dramas de un voltaje insoportable, como el tremendo Días de vino y rosas (1962), sobre la adicción al alcohol, pero también este suspense trufado de terror, Chantaje contra una mujer, un film que nadie no avisado previamente atribuiría al autor de tantas comedias ligeras.
Pero lo cierto es que estamos ante un thriller rebosante de atmósfera de maldad, la historia de una mujer acosada por un individuo que parece tener dotes casi sobrenaturales, y que la obliga a robar en el banco en el que trabaja. Inolvidable la respiración asmática del psicópata, el clímax de reconcentrado terror cotidiano, la sensación de indefensión extrema de la protagonista, una magnífica Lee Remick, musa de toda una generación, muy superior al detective que aquí componía más bien tópicamente Glenn Ford. No se puede dejar de mencionar, claro está, a Ross Martin, el villano, en un personaje diametralmente distinto del que poco después, en el papel de Artemus Gordon, le daría la fama como segundo del protagonista en el memorable serial televisivo de “techno-western” de los años sesenta, Jim West.
(12-04-2020)
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