Pelicula:

CRITICALIA CLÁSICOS
Disponible en Filmin y Prime Video.

A finales de los años sesenta Blake Edwards paladeaba la cima de su exitosa, abundante y apreciada carrera. Variopinta en géneros y casi siempre  bien recibida por el público, parecía que este director, nacido en Tulsa (Oklahoma) en 1922, sería capaz de ponerse al nivel de los grandes de Hollywood y codearse con los consagrados del cinema estadounidense. Pero leí una vez a un crítico de arte (no específicamente de cine) que la madurez y la veteranía también traían consigo las dudas y la imperfección. Y algo de eso pudo haber cuando en la década siguiente los films de nuestro realizador empezaron a tener algunos baches y fracasos.

Pero volvamos a los sesenta. Ya entonces su carrera contaba con buenas comedias anteriores, como El temible Mr. Cory, con Tony Curtis, o como Operación Pacífico, con Cary Grant. Pero en 1961 llega Desayuno con diamantes, y Edwards se consagra como un autor de comedias sofisticadas, finas y a un tiempo con un  poso de melancolía... y la presencia impecable de Audrey Hepburn, sin dejar por ello las cintas  disparatadas, como la estupenda El guateque. Llegarían también obras dramáticas y solventes como Chantaje contra una mujer o Días de vino y rosas, ambas con Lee Remick. Pero fue en 1963 cuando a Blake le tocó la lotería con La pantera rosa, una comedia muy divertida que creó, además, una saga de dibujos animados envueltos en la chispeante música de Henry Mancini, y que contaba con un elenco de primer nivel: Peter Sellers, David Niven, Capucine, Claudia Cardinale, Robert Wagner... Tuvo ocho secuelas (demasiadas) y acabó con un inadecuado Roberto Benigni (fallecido Peter Sellers) en El hijo de la Pantera Rosa, ya en 1993; nada menos que treinta años después del título inicial.

Y en medio de la saga, con Edwards y Julie Andrews ya casados en 1969 (hasta que él fallece en el 2010), aparece uno de los títulos más controvertidos y extraños de su autor, esta La semilla del tamarindo en 1974. con guión del propio realizador y (como estamos en los años setenta) un cierto aroma a James Bond: los créditos son de Maurice Binder, la banda sonora la compone John Barry, y la trama contiene sus buenas dosis de espionaje, hay muchos personajes británicos, apuntes de escenas picantes y las idas y venidas para descubrir a un personaje y dossier, al que denominan "Azul", muy comprometedor para soviéticos y occidentales... y como guinda del pastel un romance entre la protagonista, inglesa, y un agente ruso. Todo ello nos lleva a pensar que si Blake Edwards fue indudablemente un buen director, su capacidad como guionista -en este caso- fue bastante chapucera.

Porque la trama, densa y farragosa  (y no olvidemos, en plena guerra fría entre Rusia y el mundo occidental), toca demasiados palos -que diría un  flamenco- y el espectador se pierde entre varios matrimonios -con sus cuitas-, los funcionarios, que no quieren implicarse sobre la búsqueda o pérdida del dichoso "Azul", los cambios de escenarios continuos, los amores de la pareja protagonista... un galimatías que sólo se salva parcialmente gracias a unos actores bien dirigidos y unos secundarios también eficaces, como el siempre solvente Anthony Quayle, el veterano Oscar Homolka (el eterno ruso del cine yanqui), que aquí estaba rodando el que sería su último film... o la estupenda Sylvia Syms, que fue nominada para los premios BAFTA británicos.

La cinta fue el número 20 de los largos rodados por Edwards, ocupando casi el centro de los 39 que rodó en toda su carrera. Y si antes colocábamos en el lado positivo  a los actores de reparto, cosa muy distinta ocurre con una improbable pareja formada por Julie Andrews y el actor egipcio Omar Shariff, que le toca hacer de ruso esta vez, y entre los que apenas intuimos la química necesaria para que su romance funcione. Ella, con su peinado a lo Sonrisas y lágrimas, y él jugando a potenciar su exótico físico, y con un personaje  un tanto tramposo cuando nos enteramos lo que busca de ella -funcionaria en la embajada británica-, que facilite su paso a esa nacionalidad, para así olvidarse de los soviéticos...

Hay una huida a Barbados, con atentado incluido, una separación entre ellos y un reencuentro en Canadá, que no sabemos si esta vez es sincero o no, y que deja un final abierto. Lo cierto es que la cinta fue un sonado fracaso de público y con críticas mayormente negativas. Quizás por ello la actriz y el director (esposa y esposo) se resarcieron años después, en 1982, con la magnífica comedia musical ¿Víctor o Victoria?, junto a James Garner y Robert Preston. Y acaso su último film en dejar buen sabor fue ya en 1987 con la divertida Cita a ciegas, en la que unos estupendos Kim Basinger y Bruce Willis le hicieron recuperar momentáneamente el favor del respetable.

Terminar ya diciendo que La semilla del tamarindo tuvo y tiene sus defensores. Y para muestra un botón: el ilustre crítico, cinéfilo, realizador y ahora presidente de la Academia del Cine (AACCE) Fernando Méndez-Leite escribía cuando se estrenó la cinta, tras ensalzarla y alabarla (y  a propósito del beso en la última escena) que "Si eso es un final feliz, también lo es el de Alemania, año cero de Roberto Rossellini". Aclaremos a los lectores que ese final lo protagoniza su personaje principal, Edmund, un chico de 12 años que deambula por las ruinas de un Berlín destrozado, y que cuando desde una ventana ve llegar a su casa un furgón que trae el cadáver de su padre, se sube a lo más alto, y se suicida tirándose... Un pelín exagerado, en su comparación, el amigo Méndez-Leite, ¿verdad?.


(22-12-2024)


 


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125'

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La semilla del tamarindo - by , Dec 22, 2024
2 / 5 stars
¿Madurez o decadencia?