Pelicula:

CINE EN PLATAFORMAS
ESTRENO EN FILMIN

El cine de terror de los últimos dos decenios, aproximadamente, ha dado un muy interesante giro sobre el anterior. Títulos como Déjame entrar (2008), It follows (2014),  Babadook (2014), Una chica vuelve a casa sola de noche (2014), La bruja (2015), No respires (2016), Llega de noche (2017), Hereditary (2018), Voces (2020), o Descansa en paz (2024), entre otras, han tomado el lugar preeminente que desde los años ochenta del siglo XX hasta principios de este XXI habían ocupado las franquicias de masacres de adolescentes salidos, tales como las iniciadas por Viernes 13, Pesadilla en Elm Street, Sé lo que hicisteis el último verano o Scream. De estas, por supuesto, se siguen haciendo nuevas aportaciones, o se hacen variantes, pero ahora los que (queremos creer…) predominan son este tipo de terrores abiertos, creativos, distintos, que tanto hacen porque el espectador no se aburra de que intenten meterle miedo (otra vez…) a base de despanzurramientos varios, a cuál más sangriento y horrendo y, por supuesto, totalmente explícito.

Dentro de ese nuevo terror del siglo vigésimo primero hay una veta que podríamos llamar “terrores tecnológicos”, que vincula su capacidad para generar miedo a las nuevas tecnologías, que pueden constituir el medio a través del que transmitir ese horror, como en Eliminado (2014), REC (2007) y Open Windows (2014), entre otras. Sin ser exactamente ese el caso de esta Monolith, sí que está fuertemente influenciada por esas nuevas tecnologías, sin las que la película sería, literalmente, imposible.

La historia se ambienta en algún lugar de Australia (el film está rodado concretamente en la ciudad de Adelaida, situada al sur del país), en nuestro tiempo. Conocemos a una periodista, cuyo nombre no conoceremos en ningún momento, y que figura en los créditos como “la entrevistadora”. Esta mujer se encuentra en una fase de ostracismo profesional tras haber publicado en su periódico una serie de artículos que incriminaban a un poderoso hombre de la plutocracia nacional, pero que adolecían de una fuente poco fiable, lo que la obligó, para no llegar a mayores en los tribunales, a retractarse públicamente y pedir disculpas. Así las cosas, su periódico la deja en “stand by” durante un tiempo, hasta que se olvide el caso, pero la periodista, que lo es a todas horas, decide empezar a grabar un podcast sobre un tema que le ha llamado la atención, cuando recibe un e-mail anónimo, en el que solo viene una foto de una mujer, Floramae King. Localiza su teléfono en internet y la llama; en el transcurso de la conversación, que la protagonista manipula adecuadamente, consigue enterarse de una extraña circunstancia que ocurrió veinte años atrás, cuando la mujer y su hija pequeña Paula vivían con una familia a la que ella servía de cuerpo de casa; la relación entre patronos y sirvienta era buena, hasta que un día los muebles aparecieron acuchillados salvajemente. Los dueños echan la culpa a Paula, y como la madre no puede pagar los desperfectos, le quitan un extraño bloque negro que había aparecido en la habitación de esta, vendiéndolo a Lang, un alemán coleccionista de arte. La protagonista, intrigada, llama a Lang y, cuanto más sabe, más se da cuenta de que ahí hay una historia extrañísima…

Matt Vesely, el neófito director de esta sugestiva cinta de misterio y terror, tiene una todavía corta carrera en la que ha rodado tres cortos, curiosamente ninguno de ellos de terror, predominando el humor más bien surrealista, cosa que no aparece, ni por asomo, en esta muy peculiar Monolith, que juega con sabiduría con un único escenario, la vivienda de la protagonista (un casoplón en medio del campo, todo cristal y acero, con una decoración funcional y cuasi futurista) y una única situación, la de la protagonista investigando, sin moverse de la casa, lo que sucede con esos bloques negros que aparecen inesperadamente en algunos lugares a lo largo de todo el mundo. A pesar de su novatez, Vesely demuestra buena mano con decisiones osadas, como presentar largas escenas filmadas con la pantalla en negro, en las que solo escuchamos la voz de una persona al teléfono (esto pondría de los nervios a cualquier programador televisivo, donde escenas así son consideradas veneno para la audiencia…), o prolongados diálogos entre la prota y sus sucesivos interlocutores que pueden estar, literalmente, al otro lado del mundo (Alemania, el MITT de Massachusetts…). La tecnología, por supuesto, se muestra pronto fundamental, no solo por las llamadas internacionales que permiten el desarrollo de la trama, sino también por las recurrentes imágenes del editor de sonido que usa la protagonista para su podcast, las búsquedas en internet a través de un sucedáneo de Google, los correos electrónicos que le permiten recibir o enviar documentación sobre el tema, los audios recibidos por sucesivos y variopintos corresponsales, con nombres y apellidos o anónimos, o las videollamadas que nos permiten asistir, veladamente, a horrores que se desarrollan a miles de kilómetros.

Lo que hace interesante esta intriga de terror es precisamente su carácter abierto: el director y su guionista Lucy Campbell no proponen una historia cerrada, con conclusiones, sino que la dejan a criterio del espectador; hay, desde luego, indicios de hacia donde pueden ir los tiros, especialmente en todo el tramo final, donde se aprecia que los bloques negros, los monolitos del título (evidentemente inspirados en sus famosos colegas de tamaño XXL de la gran 2001: Una Odisea del Espacio), más que materia, podrían ser formas psicológicas de las culpas de la protagonista y de otros personajes, antiguas culpas que no han sabido o querido expiar; pero no se desecha la posibilidad de terrores telúricos, ni de terrores extraterrestres, ni siquiera otros posibles terrores que el espectador pueda imaginar, porque la historia, a pesar de lo cerrado del único escenario, es argumentalmente muy abierta, lo admite prácticamente todo.

Es cierto que el desenlace, donde aparece la figura del “doppelgänger” o mito del doble exacto, resulta inferior al planteamiento y nudo, pero ello es ya casi consustancial a cualquier historia de terror moderna, donde las altas expectativas despertadas por la historia hacen muy difícil concluirla a igual altura.

A pesar de ello, gusta esta Monolith de presupuesto enano (640.000 dólares australianos, al cambio 390.000 euros), con el que en España no se hace ni un corto. Pero no gusta por que utilice tan bien esos menguados recursos, sino porque lo que cuenta nos intriga, incluso nos sobrecoge, especialmente en un par de escenas en las que, literalmente, sentimos ese escalofrío de terror primigenio, de terror inasible que no somos capaces de racionalizar. Solo por esas dos escenas en las que el vello se nos eriza sin trampa ni cartón, sin recurrir a las torpes marrullerías de los cineastas que manejan presupuestos infinitamente mayores, ya nos parece que esta Monolith tiene ganado su trocito de cielo en el olimpo del cine de terror moderno.

Y es que resulta llamativo cómo utiliza esos pocos recursos para darnos sensación de miedo sin mostrarnos prácticamente nada, como en la escena (atención: ¡SPOILER!) en la que el alemán, entre susurros, le cuenta a la protagonista, a través del móvil, aquella vez en la que, en una visión que parecía tan real (y quizá lo era…), vio a su hermano en el baño, un hermano que murió cuando él era un niño y se sentía celoso de él, y por ello se alegró secretamente de que muriera; esa visión descrita por el alemán como “una horrible criatura que apareció en su cuarto de baño, un hombre, grotesco, espantoso, su cara parecía pan mojado, supe que esa criatura era mi hermano, una versión fea de él, pero era mi hermano”… lo que Vesely, el director, nos muestra en imagen simplemente con la cámara acercándose poco a poco a la bañera, cuya lámina de agua aparece oscura, y de la que tememos que en cualquier momento emerja la criatura… pero no aparece, claro, y eso es mucho más potente que si lo hiciera.  

Hay también una sugestiva deriva en la última parte de la película, que toma entonces visos de una historia como de lucha de clases, especialmente desde que la protagonista descubre un detalle capital sobre la primera de sus entrevistadas en este asunto, la llamada Floramae, que dará un giro radical a la historia y nos presentará algo diferente, sin serlo totalmente: la historia toma entonces un camino distinto, sutil; sin dejar de ser inquietante y misteriosa, aparecen elementos de pugna entre niveles sociales, gente riquita contra pobres de solemnidad que les sirven, y que, llegados el caso, serán impunemente esquilmados por sus patronos. Al fin y al cabo, como se dice en un momento del film, así funciona el mundo…

Todo ello en una película intrigante, que va creando paulatinamente una atmósfera extraña, envolviendo al espectador en una sensación como de misterio inasible. Una narración rápida, ágil, a veces con saltos argumentales tácitos, configura formalmente esta que podríamos llamar “película de cámara”, con muy escasos elementos, tanto situacionales como interpretativos, en una historia claustrofóbica, toda ella desarrollada entre cuatro paredes, en la que las poderosas tecnologías modernas aportan las salidas al exterior que no se realizan de forma física. Apreciamos la inteligencia de contraponer un diseño de producción que busca la asepsia absoluta, la limpidez del escenario doméstico donde se filma la historia, con todo lo relacionado con los bloques negros, con el olor a carne podrida que evocan los que los han poseído cuando les asaltan esas visiones (o realidades) que les convulsionan. A ese ambiente inquietante contribuye notablemente la música de Benjamin Speed, sutil y como de fondo, sin estridencias ni subrayados, y tampoco (loados sean los cielos…) con el típico leñazo sonoro para asustar al espectador, práctica tan habitual en los actuales (y tan rutinarios) “composers” del género de terror.

Esta “película de cámara”, como la hemos definido, consecuentemente cuenta con un solo intérprete en pantalla, la actriz Lily Sullivan, sobre la que recae todo el peso de la acción, y que está espléndida, conformando con su cuerpo y su expresión la evolución de esta mujer que pasa del tiempo amargo de un ostracismo sobrevenido a intrigarse hasta la más absoluta obsesión por un tema que descubrirá que le atañe personalmente de una forma directísima. Los actores de voz resultan muy convincentes y contribuyen poderosamente al tono misterioso, intrigante, a ratos escalofriante de esta película que, aunque imperfecta, resulta extraordinariamente estimulante.  

(28-08-2024)


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90'

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Trailer

Monolith - by , Aug 28, 2024
3 / 5 stars
Terror sugestivo, abierto