Pelicula:

CINE EN PLATAFORMAS
[Esta película forma parte de la Sección “Domestic” del ATLÀNTIDA MALLORCA FILM FEST’2024. Disponible en Filmin]

Como cosa la mar de curiosa, de Luna Carmoon (también conocida como Hollie Moore), a pesar de su extrema juventud (no llega, ni de lejos, a los treinta años), no se sabe a ciencia cierta si nació en 1997 o 1998; vamos, que se sabe con exactitud cuando nació el emperador Julio César (hace más de veinte siglos, el 2 de septiembre del año 63 a.C.), pero en estos tiempos en los que se sabe todo, no se tiene idea siquiera del año concreto en el que nació esta chica londinense (menos mal que eso sí se sabe, el lugar en el que vio por primera vez la luz…).

Los caminos para llegar a la dirección cinematográfica son impredecibles; he aquí un caso paradigmático: nadie diría que, por sus inicios, Luna Carmoon (que suena como a palíndromo interlingüistico, teniendo en cuenta que “moon”, en inglés, es también “luna”…) estaba destinada a la realización cinematográfica, porque sus primeros trabajos, más bien precarios, fueron de dependiente en una tienda de videojuegos y en un vivero de plantas. Pero en 2018, con apenas 20 añitos (o 21, que ya hemos visto que no está clara su fecha natal), participó en un programa titulado “ShortFlix”, auspiciado por Creative U.K., un organismo público-privado que busca nuevos valores audiovisuales, y allí fue elegida con su proyecto Nosebleed, que se convertiría en un cortometraje de 10 minutos, sobre una relación tóxica adolescente entre dos chicas, que ya evidenciaba el interés de Luna por los temas oscuros y dañosos. Ese corto le abrió la posibilidad de hacer otro, Shagbands (2020), de 18 minutos, ahora sobre el extraño despertar a la sexualidad de un grupo adolescente (edad de la que la propia Carmoon acababa de salir, como quien dice, así que la conocía bien…), que sería la carta definitiva para que BBC Film, la división de cine de la mítica televisión pública británica, le diera la oportunidad de filmar esta rara, esquinada, por lo demás tan atractiva como repulsiva película que es Los excesos.

La acción se desarrolla en el sudeste de Londres (justo donde nació y se crio Carmoon), a mediados de los años ochenta: conocemos a Cynthia, madre como de treinta y pocos años, afectada por el síndrome de Diógenes, de tal forma que su casa es poco menos que un estercolero; tiene una hija, Maria, de unos 6 años, con la que mantiene un relación estupenda, embarcándose con ella en juegos y divertimentos en los que con frecuencia la imaginación es un elemento determinante; pero, claro está, su problema diogenesíaco tiene consecuencias en los otros ámbitos en los que se mueve la pequeña Maria, sobre todo en el colegio, donde falta con cierta frecuencia, va desaseada, no se lleva la muda para hacer deporte… Una noche, Cynthia sufre una mala caída en su casa y tiene que ser ingresada en un hospital; los servicios sociales, a la vista del inmundo hogar en el que se está criando la niña, la trasladan a una casa de acogida, donde es adoptada por Michelle, una mujer que se dedica a esta encomiable labor. A la pequeña Maria le dicen que su madre ha muerto, aunque eso no será exactamente así (no en ese momento, al menos), como se verá más adelante en la película. En la casa de acogida damos un salto temporal y la vemos ya como con 16 años o así, más o menos adaptada, aunque de vez en cuando parece que le surgen pulsiones diogenesíacas, como a la madre. Llega un antiguo adoptado, Michel, ahora como de 30 años, que se queda allí mientras encuentra un lugar donde vivir con su novia Leah, que está embarazada. La llegada de Michael, como era de esperar, revolucionará el hogar de las chicas allí acogidas…

Carmoon, con su extrema juventud (sea cual sea finalmente el año de nacimiento), nos parece que tiene un talento quizá natural ciertamente poco frecuente: es cierto que tiene un temperamento (dicho por ella) depresivo, hasta el punto de que esta cinta ella la concibió nada menos que como “una nota de suicidio”, lo que da idea del tono del film.

Los excesos parte por supuesto de una realidad social auténtica, el fenómeno conocido como síndrome de Diógenes, personas que, por un problema psicológico importante, dan en acumular (ese es el título original, “hoard”, “acumular”, o “atesorar”) todo tipo de cosas, sean o no útiles, pensando que alguna vez pueden serlo: de vez en cuando aparecen en los medios informativos casos de personas, sobre todo ancianos, que fallecen solos y cuando los servicios sociales entran en sus casas tienen que hacerlo prácticamente con un “bulldozer” para sacar tanta basura inverosímilmente acumulada durante años o incluso decenios.

Ese es el entorno en el que se cría la pequeña Maria, en un hogar en el que la madre lo guarda todo, buscando incluso entre las basuras del vecindario, o pidiéndole a la hija que se traiga a casa las sobras de los desayunos de los compañeros del cole. Pero no estamos ante un film de denuncia o crítica social, sino ante un acercamiento emocional hacia ese personaje, esa madre que, siendo una progenitora pésima desde cualquier punto de vista, sin embargo sentimentalmente era esencial en la vida de la pequeña, construyendo un mundo de ilusiones y fantasía que la aislaba de la podredumbre de un hogar hediondo en el que había que caminar sorteando las bolsas de basura.

¿Estamos entonces ante lo que podríamos llamar realismo social, o realismo sucio? Sí, pero con un importante factor emocional. De hecho, como decíamos, no existe un tono de crítica ni de denuncia, sino un acercamiento sentimental hacia una realidad en la que no se juzga a esa madre que la sociedad (no diremos que erróneamente) considera un peligro para su prole. Ya sabemos que el cine de nuestro siglo, el XXI, se caracteriza, entre otras muchas cuestiones, por buscar con frecuencia la aproximación a comportamientos que en el siglo pasado directamente se consideraban nocivos, cuando no criminales. Ahora se procura entender, aunque quizá no justificar, muchos de esos comportamientos, intentando comprender por qué se producen y, desde luego, no criminalizándolos.

Porque en esencia el problema que se plantea en el film es, precisamente, el trauma que la separación de su madre supuso para la pequeña Maria, llevándola a una casa de acogida en la que, desde luego, fue perfectamente tratada por una de esas mujeres a las que habría que hacerles un monumento, criar niños que no son suyos a base de paciencia, cariño y reglas, un cóctel no siempre fácil de aplicar. Pero esa separación traumática de su madre, más otros añadidos (la marcha al extranjero de su amiga íntima más querida; la recepción de las cenizas de su madre, cuando creía que había muerto 10 años atrás; la aparición de un chico de profesión basurero…), hará que, ya en la adolescencia colindante con la mayoría de edad, la joven Maria empiece a reproducir los tics diogenesíacos de la madre, del hogar de su más tierna infancia, como una forma de intentar recuperar aquel mundo idílico aunque peligroso, un mundo en el que todo era posible bajo unas sábanas en las que su madre la hacía partícipe de fantásticas historias en las que todo podía suceder.

Es cierto que la película es demasiado larga, porque Carmoon (caray, tiene apenas 26-27 años, sin una formación audiovisual específica) no tiene todavía controlado el tema del “tempo” narrativo y con cierta frecuencia se dispersa; pero son errores menores si tenemos en cuenta la rara capacidad para contar esta historia esquinada, esta rara película atravesada de extraños momentos que parecen sacados de otro mundo, como esa imagen en la que la luz que recibe la prota a través de la abertura para el correo de la puerta de su casa de acogida, supone para ella casi entrar en un trance, una suerte de momento mesmérico en el que se siente retrotraída hacia un tiempo pasado, una de las varias escenas que, en gradación creciente, irán convenciéndola de ese vínculo especial que sigue manteniendo con su madre aunque esté muerta, y al que finalmente se uncirá, cerrando un círculo, en paz con su vida de adolescente acogida, pero ella misma ya encinta (de una hija, por supuesto…), preparada para la vida futura.

La película nos permite advertir en Luna algunos toques de cineasta de raza, como esa elipsis brutal con la que salta desde la Maria de 6 años a la de 16, mostrándonos a la niña sentada en una escalera, pasando a su lado, tapándola durante un momento, otra persona ya adulta, momento en el que la pequeña desaparece y esa otra chica adulta será ya la protagonista mayor; pero también nos deja entrever que no le hace ascos a toques cultistas, como esas dos monedas que la Maria adolescente deposita sobre los ojos de su vecina muerta en la calle, esas dos monedas que, según la mitología griega, servían para pagar a Caronte, el barquero del Hades. Estamos entonces ante una película imperfecta pero ciertamente muy sugestiva, en la que se han querido ver referencias a Bukowski y su realismo sucio, un tanto confusa, a veces, en cuanto al mensaje, aunque nos parece que lo que prepondera es la herencia diogenesíaca de la niña, y la forma en la que esa herencia aflora en su edad cuasi adulta, en una compleja introspección psicológica en una vida marcada por una infancia extraordinariamente peculiar.

Por supuesto, a pesar de tratarse de un producto inserto en el realismo sucio, el mundo que aquí se nos muestra dista en la realidad considerablemente de ser el mundo idealizado que es para la protagonista: un hogar con una persona afectada por el síndrome de Diógenes es cualquier cosa menos un hogar idílico, probablemente ni siquiera es un hogar en sentido estricto; no van por ahí los tiros, en cuanto a ensalzar lo evidentemente rechazable, sino por el camino de mostrarnos el vínculo indisoluble entre madre e hija, y lo que ello supone en términos de felicidad, de bienestar vital, incluso en unas condiciones absolutamente deplorables.

Habrá que seguir los pasos a Luna Carmoon, porque, con sus fallos, su cine está hecho desde las vísceras en vez de con una calculadora, con las entrañas en vez de con algoritmos, como tan frecuentemente ocurre hoy día. Bien la protagonista, la actriz hispano-neerlandesa Saura Ligthfoot-Leon, en un personaje ciertamente difícil por moverse en terrenos movedizos. Menos nos ha gustado Joseph Quinn, al que parecen estar vendiendo como la nueva estrella masculina emergente, pero que no nos termina de convencer: a ver si en sus films “mainstream” de próximo estreno, Gladiator II y la nueva versión de The fantastic four, podemos mejorar nuestra opinión sobre él…

(27-07-2024)


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126'

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Los excesos - by , Jul 27, 2024
3 / 5 stars
María Diógenes tiene una niña