ESTRENO EN FILMIN
La vieja, mítica, venerable BBC sigue manteniendo enhiesto el pabellón de una televisión pública de calidad (qué envidia nos dan...). He aquí un nuevo producto de la ya centenaria (fue fundada en 1922, cuando en España íbamos con alpargatas) British Broadcasting Corporation, con las mismas virtudes de siempre: repito, ahora sin paréntesis, qué envidia...
El quinto mandamiento se titula así en España, aunque la traducción literal del original sería “El sexto mandamiento”, por cuanto esa sexta regla, en la numeración anglicana, es “No matarás”, que en la católica es la quinta, de ahí el justificado cambio para que, aunque nominalmente no se corresponda, sí lo sea desde el punto de vista conceptual, que en este caso parece evidente que debe prevalecer. La historia está basada en hechos reales, según se nos advierte, acontecidos entre 2014 y 2017 en cuanto a los asesinatos, y hasta 2019 en cuanto a la investigación y sentencia judicial. Esta miniserie de 4 capítulos nos presenta inicialmente al profesor universitario Peter Farquhar, que se dispone a jubilarse tras muchos años de docencia. Es un profesor muy apreciado, y todos le desean lo mejor. Ya retirado, recibe la oferta de la universidad de Buckingham para ejercer como profesor invitado en su disciplina, la literatura. Peter es un hombre muy religioso; siendo homosexual, se siente siempre en pecado, aunque sus faltas se reducen a mirar en internet fotos de hombres jóvenes vestidos como para hacer deporte; de hecho, nunca ha practicado sexo con nadie. Tiene una buena relación con su hermano, Ian, y su cuñada, Sue. En una de sus clases en Buckingham aparece Ben Field, estudiante de Teología que se va a graduar como clérigo de la Iglesia de Inglaterra (vulgo anglicana), con el que Peter pronto tendrá una relación de empatía. Ben, quizá en torno a los 25 años, tiene siempre muy buenas palabras con él, le halaga sibilinamente, sin que se note demasiado y, poco a poco, se mete en su vida, en su casa e incluso, tras declararle que está enamorado del profesor, en su cama, aunque el anciano le dice que no quiere sexo, solo dormir abrazado al muchacho...
Unos rótulos iniciales indican que la historia que se nos cuenta en la miniserie está “basada en investigaciones, entrevistas y relatos; algunas escenas han sido creadas con propósitos dramáticos”. Estamos entonces ante lo que la modernidad conoce como un “true crimen”, un thriller policíaco (también judicial) que reproduce un caso real criminal, en este caso especialmente sensible por el hecho de que tanto el profesor Farquhar como la siguiente víctima de Ben Field, Ann Moore-Martin, a la que también manipuló hasta conseguir que cambiara el testamento en su favor, como hizo con Peter, eran personas mayores, vulnerables a los cantos de sirena de este psicópata que, ciertamente, resulta chocante que estudiara para ser un hombre de Dios, cuando parece evidente que más bien lo era del Diablo...
Sarah Phelps, la creadora de esta miniserie, tiene una acreditada trayectoria como guionista, con dos temáticas predilectas, la adaptación de novelas y textos de Agatha Christie, como la inquietante miniserie El misterio de Pale Horse, pero también la versión audiovisual de clásicos de Dickens, de Oliver Twist a Grandes esperanzas, hasta llegar a Dickensian, una serie ficticia que mezclaba diferentes personajes originales del autor de David Copperfield, en un contexto de relato criminal. De la dirección se ha encargado Saul Dibb, también un veterano realizador británico, tanto de cine (su título más reseñable fue la aristocrática La duquesa, con Keira Knightley) como de televisión. Ambos hacen un buen trabajo al frente de este “true crimen”, cuya originalidad estriba precisamente en el taimado proceso por el cual un supuesto hombre de Dios manipuló, sojuzgó, humilló y envenenó poco a poco a dos ancianos que se dejaron querer, que creyeron que este Ben de encantadoras maneras era un ángel sobre la Tierra, un hombre que les prometía paz y felicidad, todo en un contexto además de absoluta religiosidad, como correspondía no solo al facineroso que los estaba engañando cual chinos, sino a su propia condición, a la condición de Peter y la posterior víctima, Anne, ambos muy religiosos, fascinados quizá por el aura de recogimiento del que se declara como amante, sucesivamente, de cada uno de ellos, este Ben que supo seducirlos ladinamente con una mezcla de erotismo y religión; este Ben que, en realidad, no era sino un individuo sin escrúpulos, un amoral, un psicópata capaz no solo de engañar a dos viejos indefensos para quedarse con sus propiedades, sino también a envenenarlos paulatinamente hasta la muerte. Este Ben que es también un manipulador nato, en el fondo también (como todo manipulador) un narcisista de libro, un enamorado de sí mismo, un ególatra para el que nada tiene valor salvo su propia persona y su exclusivo interés y beneficio.
A través de la historia de este moderno Barbazul que resultó ser Ben Field conoceremos a otros personajes igualmente interesantes, aunque desde luego mucho menos negativos que el criminal que se llevó por delante, de una forma u otra, a dos viejos vulnerables, y se hubiera llevado a más si no hubiera sido por el empeño policial en que eso no fuera así. Entre esos personajes, tan bien delineados como es habitual en los exquisitos productos de la BBC, habrá que hablar por supuesto de las víctimas directas, el profesor y la jubilada, personajes prodigiosamente servidos por dos ilustres de la interpretación, los grandes Timothy Spall y Anne Reid. También habrá que citar a la sobrina del personaje de Reid, una mujer a la que la anciana cuidó desde pequeña, y cuya lucha será determinante para poner entre rejas al taimado asesino. También, en otro registro, será interesante el personaje de Martyn, el amigo de Ben que mantenía con él una relación casi de esclavo/amo, estando Martyn dominado absolutamente por su “amigo” (más bien “dueño”...).
Con una puesta en escena clásica, elegante, muy británica, muy BBC (como corresponde, siendo una producción bajo sus auspicios), la miniserie tiene un ritmo cadencioso, generalmente sin estridencias ni las aceleraciones tan típicas de los seriales modernos, que parece que si no te ponen el corazón en un puño no son buenas. Aquí la creadora Phelps y el director Dibb lo consiguen pero por otro medios, por el de poner al descubierto las abyectas maniobras de este lobo con piel de cordero que aspiraba a ser un servidor de Dios, pero cuyas obras desde luego lo hacían más bien un firme candidato a quemarse por los siglos de los siglos en el infierno, si es que este existe (para gente como él, desde luego, desearíamos fervientemente que existiera...).
Llama la atención el ambiente austero pero en absoluto represivo de la fe en la Iglesia anglicada tal y como se nos presenta aquí, incluso dentro de sus propios sacerdotes, con una comprensión afectuosa hacia el hecho de la homosexualidad de sus feligreses que, me temo, está muy por delante de la que se tiene en los países de cultura católica.
Gran trabajo, como queda dicho, de Spall y Reid, pero también excelente el del resto del reparto; es sabido que los actores y actrices británicos son de lo mejor que hay en el mundo de la interpretación, y aquí brillan con luz propia tanto los veteranos citados como jóvenes como Éanna Hardwicke, el chico irlandés que encarna el papel del perverso Ben, haciendo toda una creación, pero también Annabel Scholey, que compone el personaje de la sobrina de una de las víctimas del villano, o el norirlandés Conor MacNeill, como el manipulado y dominado Martyn.