CRITICALIA CLÁSICOS
Disponible en Acontra+ y Plex.
Cuando se estrenó Psicosis un crítico y gacetillero hollywoodense decía que su hija no se quería bañar desde que vio Las diabólicas y ahora -con la de Hitchcock- tampoco se quería duchar... y éste le recomendó "Lavado en seco". Aparte citas chistosas la verdad es que este film francés es de los que en su tiempo se calificaban como "de sustos", antes de que el término terror acabara por sedimentarse como un género más en el séptimo arte. Cinta ésta francesa que primero se iba a llamar Las viudas (Les Veuves), luego en pleno rodaje se cambió por Las demoníacas (Les démoniaques) hasta terminar con el que le conocemos, y se basaba en la primera novela del tándem formado por Pierre Boileau y Thomas Narcejac, especialistas desde entonces en intrigas terroríficas.
Henri-Georges Clouzot (que firmaba como H.G. Clouzot) dirigió este film por indicación de su esposa Vera, actriz brasileña que tomó el apellido del marido y era protagonista en la cinta. Clouzot tenía ya una larga filmografía desde los años treinta, pero su momento álgido fue en la mitad de los cincuenta, con sus tres grandes éxitos: El salario del miedo (con Vera e Yves Montand), ésta que reseñamos, y El misterio Picasso, documental sobre el pintor, del que era gran amigo desde décadas atrás. Su último film con resonancia fue La verdad (La vérité), en 1960, con Brigitte Bardot y Paul Meurisse, e intentó hacer El infierno, que finalmente rodó Claude Chabrol en 1994 sobre el guión de Henri-Georges.
Se dice que el cine francés es muy parisino y que la capital polariza buena parte de sus rodajes, pero en Las diabólicas tenemos una ambientación provinciana, casi rural, en torno a un gran caserón donde funciona un colegio con cientos de alumnos internos, y numerosos empleados, profesores y subalternos, todos ellos controlados y sojuzgados por el señor Delasalle (Paul Meurisse), un cretino impresentable que humilla y maltrata sicológica y físicamente a su esposa Christina (Vera Clouzot), a la profesora y amante Nicole (Simone Signoret), y a todo el personal que se cruce en su camino. La mujer es enfermiza, padece una dolencia cardíaca y vive atemorizada a pesar de ser ella quien pone el dinero, con parte de su gran herencia.
Las dos víctimas, Christina y Nicole, se confabulan para liberarse del yugo insoportable de Michel, y aprovechando que el colegio tiene alquilado un destartalado piso en un pueblo cercano, establecen allí su cuartel general. Y pese al tono pesimista y malsano que respira el film, en este otro escenario entramos en un oasis costumbrista, muy de la provincia, con el matrimonio de arriba, con sus seriales radiofónicos y su afán de echar una mano a las dos mujeres. Desde allí atraen al marido, amenazando con el divorcio de Christina, lo duermen con un sedante en un vaso de whisky, y lo ahogan sin piedad en la bañera, y en un gran baúl de mimbre lo bajan a la furgoneta 2Cv del colegio (con la ayuda de los cándidos vecinos), y para llevarlo de vuelta y arrojarlo a la sucia piscina, llena de hojas y limo, para que parezca que en un descuido ha caído accidentalmente.
A partir de ahí la trama entra en un carrusel de giros y sorpresas, demasiadas idas y venidas, con las asesinas desconcertadas al no aparecer el cadáver en la piscina, un muerto en el río cercano... y siempre la debilidad enfermiza de Christina como telón de fondo. Cuando acude a la morgue a ver si el ahogado es su marido queda desconcertada, entrando en escena un nuevo personaje, un policía retirado (Charles Vanel), que le ofrece su ayuda a la cada vez más confusa mujer. Y en juego también la misteriosa desaparición del director, que deja el colegio perdido sin su férreo yugo, con extraños testimonios de alumnos que dicen haberlo visto.
Todo ello contado con un prisma pesimista, misterioso y deprimente, en una excelente fotografía en contrastado blanco y negro, y unas muy convincentes interpretaciones de Paul Meurisse, de una frágil, asustadiza y ensimismada Vera Clouzot, el veterano Charles Vanel y -sobre todo- de una soberbia Simone Signoret, que impone a su personaje una iniciativa y vigor indiscutibles. En el tramo final vendrán algunos sustos más, indudables sorpresas, y la bañera -de nuevo- con su protagonismo, hasta llegar a un desenlace que culmina con un ruego de los autores, escrito para el "respetable público", y pidiéndole que no prive a sus amistades o familiares del disfrute de la cinta y no destripe el final (todavía no se usaba eso del "spoiler"...).
Como tantas otras veces que un film europeo triunfa y/o tiene calidad, el cine estadounidense versionó esta Las diabólicas bastantes años después, en 1996, dirigida por un rutinario Jeremiah Chechik, bajo el simple título de Diabólicas. En ella Isabelle Adjani era la sufrida esposa, Sharon Stone la amante cómplice, y el rol antipático del odioso director y marido le tocó a Chazz Palminteri. Y como tantas otras veces -también- ésta mala copia no tuvo nada que hacer frente al viejo y excelente material original...
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