Enrique Colmena

Llegamos al final de esta serie de artículos en el que, con el pretexto del octogésimo aniversario del Desembarco de Normandía, hemos ido glosando algunos días realmente históricos que han sido determinantes en la vida del ser humano del siglo pasado: el Atentado de Sarajevo, el Asalto al Palacio de Invierno, el Ataque a Pearl Harbor, el Día D, la Bomba Atómica sobre Hiroshima, el Asesinato del presidente Kennedy y el Hombre en la Luna.

Cerramos esta serie, como decimos, con otro sin duda momento realmente histórico, la caída del Muro de Berlín, que supuso el (anunciado) final de uno de esos experimentos de la Historia que podría haber salido muy bien: quizá el fin de la opresión al ciudadano, también del “homo homini lupus”, ese terrible “el hombre es un lobo para el hombre”, de toda injusticia y toda coerción de la libertad… aunque terminó siendo todo lo contrario...


9 de noviembre de 1989: la Caída del Muro de Berlín

Hagamos algo de Historia: en 1917 la revolución bolchevique establecerá en Rusia la dictadura del proletariado; transformado el país en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, tras la Segunda Guerra Mundial un buen puñado de países del este de Europa (Polonia, la entonces Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria, Rumanía, la República Democrática Alemana (RDA), Yugoslavia, Albania -estas dos últimas con sus matices-) caen del lado soviético y se conforman como estados con monolíticos regímenes comunistas; algunos años más tarde, para contrarrestar a la occidental OTAN, esos países se agrupan militarmente en el llamado Pacto de Varsovia, dando lugar a lo que la Historia conoce como la Guerra Fría. En 1961, ante las continuas fugas de ciudadanos de la RDA a la muy capitalista República Federal Alemana (RFA), las autoridades comunistas germanas (por supuesto teledirigidas por sus jefes de Moscú) ordenan la construcción exprés de un muro en Berlín que separe la parte comunista de la ciudad (la situada al este de la urbe) de la controlada por las otras tres potencias aliadas, Estados Unidos, Reino Unido y Francia. Llegados los años ochenta, el presidente Reagan le echó un pulso militar a la URSS, con iniciativas como la llamada “guerra de las galaxias”, que buscaba articular un escudo espacial que permitiera a Norteamérica defenderse con garantías de un hipotético ataque nuclear ruso (lo que obligó a los soviéticos a decidirse ante el complicado dilema “tanques o mantequilla”); además, en el Vaticano, la Silla de San Pedro la ocupaba un Papa polaco, Juan Pablo II, que había sufrido en sus carnes las barbaridades del régimen comunista en su país, y que le dio la vuelta a la famosa pregunta irónica de Stalin: ¿cuántas divisiones tiene el Papa? Pues innumerables, a la vista del poder que demostró Karol Wojtyla… Así las cosas, la sensación en la propia élite de la URSS, la llamada Nomenklatura (además del anhelo de la mayor parte de la población) era que se hacía imperativo evolucionar hacia fórmulas más relajadas del régimen; en ese contexto es en el que, implícitamente, se nombra presidente del país a Mijáil Gorbachov, quien pronto instaura como reglas de su mandato palabras en ruso que se harán populares también en Occidente, como “perestroika” (reestructuración) y “glasnot” (transparencia).  

Ese proceso facilitará el progresivo alejamiento de la férula soviética de los países de su órbita, desde Polonia (que mandó a por tabaco al purista Jaruzelski, de obediencia moscovita) hasta Checoslovaquia (que instauró la democracia a través de la llamada “revolución de terciopelo”, con el intelectual Vaclav Havel a la cabeza), pasando por las repúblicas bálticas, que durante la época soviética fueron de las más díscolas de la Unión. La RDA, aunque también daba señales de debilitamiento en el rigor de sus estructuras represoras (la Stasi, la tristemente famosa policía secreta de los “ossies”, de los alemanes orientales, ya no era -afortunadamente…- lo que era), fue de las últimas y más lentas en implementar reformas, terminando por ser, literalmente, arrollada por la historia. Es famosa la extraña forma en la que se produjo la caída del Muro: en octubre y noviembre de 1989 la RDA relajó los controles para pasar del Este al Oeste, y la impresión generalizada era la de que no tardando mucho esos controles se eliminarían totalmente. Ese día, el 9 de noviembre de 1989, en una rueda de prensa que se celebró en Berlín Oriental, a preguntas de los periodistas occidentales, la máxima autoridad que estaba en el uso de la palabra, el jefe del Partido Comunista de la ciudad, el dubitativo Günther Schabowski, que no estaba bien informado de las ideas de sus jefes (que preveían una progresiva pero no inmediata relajación de los requisitos para viajar fuera de la RDA) dijo que, hasta donde él sabía, la norma que autorizaba a viajar libremente a la Alemania Federal entraba en vigor “sin demora”. Esa frase, retransmitida “urbi et orbi” por radio y televisión, provocó una euforia ciudadana que desembocó en una catarata humana de miles de berlineses que confluyeron al unísono para derruir, con sus propias manos (y picos, claro), la ominosa figura del Muro de Berlín.

A partir de ahí todo vino rodado: el gobierno comunista entregó el poder poco después a un gobierno de reformistas, y 11 meses después se produjo la reunificación de las dos Alemanias, la RDA y la RFA, estando Helmuth Kohl en la cancillería pilotando ese hecho ciertamente también muy importante.

Pues ese momento histórico de la Caída del Muro, que supuso el desmembramiento anterior y posterior de los países de la órbita soviética, y en agosto de 1991 propició la demolición de la Unión Soviética tras el fallido golpe de estado dado por una parte del Ejército Rojo, ha tenido también su presencia, como es lógico, en cine y televisión. Vamos a comentar algunos de esos audiovisuales.

La fase inicial del Muro de Berlín, en su construcción en 1961, aparecerá tan pronto como en 1962 en el film yanqui-alemán occidental Túnel 28, dirigido por Robert Siodmak, un cineasta germano que hizo buena parte de su carrera en Hollywood, a donde llegó huyendo de los nazis en los años treinta. Con una estructura de thriller, el film planteaba las vicisitudes para la huida del Berlín Oriental de un grupo de ciudadanos “ossies” (ya saben, los germanos orientales), por el procedimiento no precisamente muy sofisticado (pero sin duda efectivo…) de excavar un túnel desde una casa próxima al Muro. Con el actor norteamericano Don Taylor al frente de un reparto en el que abundaban los actores y actrices alemanes, la película se rodó en escenarios urbanos berlineses, pero también en los famosos estudios de la UFA, aquella que produjo la gran mayoría de los films nazis, después reconvertido a platós para las potencias aliadas y para la nueva Alemania (los estudios, por supuesto, no tenían culpa del uso que se hizo de ellos…).

El mismo año de la caída del Muro, 1989, pero meses antes, se rodó una película titulada Wedding, dirigida por Heiko Schier, un oscuro guionista y director germano occidental, que planteaba una historia en la que conocíamos a tres antiguos amigos de la escuela, criados en el Wedding del título, un distrito obrero de Berlín Oeste; esos amigos no se habían visto en una década, pero se reúnen en el verano de ese año 89 en su antiguo escondite de adolescentes, un almacén cercano al Muro… Con un rodaje que tuvo lugar en el propio barrio de Wedding, y con actores alemanes poco conocidos, el film tenía como peculiaridad ser uno de los últimos rodados con el Muro todavía en pie, que aparece repetidamente en la película.

Tras la caída del Muro, llegó el momento de poner en imágenes todo lo sucedido para que ello hubiera tenido lugar. El film que quizá contó mejor ese momento histórico fue una TV-movie de enrevesado título (al menos para los que no somos germanohablantes…), Wer zu spät Kommt – Das Politbüro erlebt die Deutsche Revolution (1990) (literalmente, según el traductor online que hemos utilizado, sería “Quién llega demasiado tarde - El Politburó vive la Revolución Alemana”), en la que se reconstruía, mediante la dramatización correspondiente, la cadena de hechos acaecidos entre mayo y noviembre de 1989 que llevaron a la caída del Muro, con el estrambote un tanto cómico, por no decir patético, del mandatario que dijo lo que no debía decir, como ya hemos visto. Con dirección de Jürgen Flimm y Claudia Rohe y producción de la WDR, la televisión pública del “land” de Renania-Westfalia, en el film aparecían actores representando a algunos de los personajes esenciales de esa cadena de sucesos que llevaron a la caída del Muro, como el mentado Günther Schabowski, que se tiró a la piscina (metafóricamente hablando…) sin mirar si había agua, pero también Egon Krenz, el mandamás en la RDA en ese momento, tras la dimisión días antes del carcamal Erich Honecker; a ambos presidentes la Historia les reservaba el triste sino de ser olvidados sin remisión (era lo que se merecían, por supuesto…).

De todas las pelis que se han hecho en torno a la caída del Muro, quizá la más popular sea Good bye, Lenin (2003), una comedia negra dirigida por Wolfgang Becker, que imaginaba el caso de una ferviente seguidora comunista en los días de revuelta que precedieron a la destrucción de la oprobiosa barrera entre las dos partes de la ciudad. Esa mujer sufre un coma del que se despertará meses más tarde, cuando Berlín, tras la caída del Muro, va occidentalizándose a marchas forzadas; su familia, en especial su hijo (interpretado por el actor hispano-alemán Daniel Brühl, entonces jovencísimo), da en representar ante la madre, que está postrada en una cama mientras se va recuperando poco a poco de su enfermedad, que lo del Muro no ha sucedido, y que la RDA sigue siendo un bastión inexpugnable contra el fascismo occidental, etcétera… Vamos, enteramente como el episodio del caballo Clavileño del Quijote, haciendo creer aquí a la buena mujer (para evitar una posible recaída) lo que no era, que el mundo que ella conocía, amaba y admiraba seguía en pie. La película tuvo un gran éxito en taquilla, con casi 80 millones de dólares de recaudación mundial (fuente: The-numbers.com), consiguió numerosos galardones (Berlinale, Seminci, Premios del Cine Europeo, César del cine francés, Goya…) y una muy positiva recepción por parte de la crítica (90% de comentarios favorables en el agregador de reseñas Rotten Tomatoes).

Die Wolfe (2009) (literalmente, “Los lobos”) es una miniserie televisiva de 3 episodios, dirigidos por Christoph y Friedemann Fromm, que retrata tres momentos históricos en la vida de un grupo de amigos alemanes en Berlín, que se llaman a sí mismos “los lobos”, y que hacen un juramento de amistad eterna; en el primer capitulo los veremos como adolescentes en 1948, en la Alemania devastada tras rendirse en la Segunda Guerra Mundial; en el segundo, ya jóvenes adultos, en 1961, en la construcción del Muro; en 1989, en la fecha de la caída, los hijos de algunos de esos “lobos” se conocerán y se enamorarán, con el trasfondo de la barrera que nunca se debió levantar y que estaba a punto de caer.

Good bye, Lenin demostró que se podía afrontar la Caída del Muro en tono de comedia negra, aunque los de la TV-movie Calle Bornholmer (2014) lo llevaron mucho más allá, haciendo directamente humor corrosivo, en una cómica mirada sobre aquel acontecimiento que tomaba como punto de referencia la visión de lo que estaba pasando desde la perspectiva de la guardia de frontera donde todo empezó, con dirección de un cineasta de imposible apellido, Christian Schwochow.

Iluatración: Daniel Brühl, en una escena de Good bye, Lenin (2003), haciendo creer a su madre que sigue viviendo en un país ortodoxamente comunista.