Pelicula:

Ken Loach lleva casi sesenta años (debutó en 1964) haciendo televisión y cine socialmente comprometido. Es el cineasta políticamente combativo por antonomasia; hay otros que juegan en esa misma liga, por supuesto, como los hermanos Dardenne en Bélgica, Robert Guédiguian en Francia, o nuestro Fernando León de Aranoa en España, pero Loach es “el cineasta combativo” por excelencia.

Y con 87 años sigue igual de peleón que cuando empezó en el audiovisual, cuando no había llegado aún a la treintena, ahora con otro tema lacerante donde los haya, la relación de los refugiados procedentes de Asia o África con los nativos del Viejo Continente al que llegan huyendo de catástrofes varias, desde guerras hasta hambrunas. Ese es el tema fundamental de este El viejo roble, su por ahora última película, que se ambienta en el condado de Durham, en el noroeste de Inglaterra, en donde conoceremos a algunas familias de refugiados sirios que huyen de la guerra que asuela su país desde 2011, cuando, al calor de la Primavera Árabe (que después ha terminado siendo más bien el Invierno Árabe: varios de los países donde tuvo lugar están mucho peor que antes...), hubo un levantamiento popular contra el tiránico régimen de Bashar al-Ássad. Conoceremos también a un grupo de naturales del condado, que suelen congregarse en el pub The Old Oak (“el viejo roble” del título), propiedad de T.J. Ballantyne, un sesentón que intenta colaborar en las tareas sociales con los escasos voluntarios que se encargan esforzadamente de ayudar a los nuevos vecinos. Pero en el pub hay un grupito de gente del lugar que ven mal todo lo relacionado con los refugiados, con los habituales tópicos de este tipo de situaciones, hábilmente manipulados por los demagogos de turno, en esas deleznables conversaciones de barra de bar en las que se arregla el mundo, generalmente jodiendo al prójimo, sobre todo si es más débil que tú. En un momento dado, T.J. tendrá que decidir de qué parte está, si con los que han llegado desde tan lejos intentando empezar de nuevo, o con los que, estigmatizándolos, buscan echarlos como sea...

El cine de Loach es cualquier cosa menos sorprendente; queremos decir que sabemos que en sus películas siempre nos encontraremos temas comprometidos, temas en los que el viejo cineasta echa su cuarto a espadas siempre a favor del más desvalido. Por supuesto, El viejo roble comparte esa misma constante: aquí Loach nos habla de esa tendencia actual de nuestra sociedad occidental, quiero creer que minoritaria, que echa la culpa de todos sus males a los extranjeros, creyendo que se les da lo que a ellos se les niega, que les quitan los puestos de trabajo (cuando los que asumen los foráneos, generalmente, son los que ellos no quieren), que vienen a violar a nuestras mujeres, etcétera. Aviesos manipuladores han encontrado en esa cloaca también conocida como redes sociales un excelente caldo de cultivo para propalar sus mentiras, y la escasa formación de amplias capas de la sociedad (esa que se solazaba antes con “perlas” como Sálvame y similares) hace el resto.

Y, curiosamente, esos xenófobos, esos racistas que no saben que lo son (la famosa frase “Yo no soy racista, pero...”, puesta en boca de uno de ellos, es más que significativa), son generalmente clase trabajadora, y en tiempos votaron ideologías diametralmente opuestas a las que ahora, sin darse cuenta, se han rendido absolutamente. Ese fenómeno, el de los “cinturones rojos” de las grandes ciudades que, mutatis mutandis, han virado en los últimos tiempos en buena medida a “cinturones pardos” (por el color de las camisas nazis), no es exclusivo del Reino Unido, por supuesto, sino que se ha dado en el resto de Europa, España incluida.

La película es, entonces, una encendida defensa del derecho de asilo, en la que además aquellos que, como el protagonista, han apostado por un perfil bajo en su ayuda a los más débiles, se encontrarán en la tesitura de reafirmarse sin ambages en sus postulados o claudicar por meros intereses crematísticos, incluso cuando está en juego la propia supervivencia económica. Estamos entonces, de alguna forma, ante un film “de tesis”, que viene a decir que, en el combate a favor de los desvalidos no caben tibiezas, porque, entre otras cosas, los otros, los adversarios, no son nada tibios sino muy directos y contundentes en sus posturas abyectamente xenófobas.

Están, por supuesto, algunas de las señas de identidad de Loach, como esas escenas con un buen número de personajes, casi tumultuarias, en los que se adivina que el director ha dado carta blanca a sus actores para que digan, con sus palabras, lo que el guion fija negro sobre blanco, lo que redunda en la naturalidad y verosimilitud de los diálogos. También es cierto que Loach no es ningún estilista, ni falta que le hace, ni seguro que tiene interés en ello: su cine es directo, sin subrayados ni chorradas. Eso sí, en los últimos años estamos descubriendo que en el austero cineasta proletario por excelencia hay también, en el fondo, un sentimental, y no nos hurta aquí una escena de gran voltaje emocional, especialmente si tienes o has tenido un perrito en casa como uno más de la familia.

También habrá que decir, en un sentido no tan positivo, que el final feliz suena a idílico, por no decir a utópico: ojalá pudieran ser así las cosas, pero nos tememos que la realidad, desgraciadamente, está a años luz de ese prácticamente “fueron felices y comieron perdices”. Quizá sea la forma de Loach de contribuir a la solidaridad, incluso a la fraternidad entre desheredados de la fortuna, blancos o negros, cristianos o musulmanes, todos unidos por su hambre y su pobreza; quizá, pero resulta tan irreal que difícilmente puede ser tomada en serio.

Los intérpretes, como queda dicho, no han contado con una dirección de actores y actrices en sentido estricto, sino que más bien actúan conforme a su intuición, y, en general, resultan frescos y creíbles. Buen trabajo en especial de los dos protagonistas, el tabernero que hace Dave Turner (que ya había trabajado con anterioridad con Loach), papel que le valió el premio al mejor actor en la Seminci, y la refugiada siria que interpreta la actriz y directora teatral drusa Ebla Mari.

(20-11-2023)


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113'

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El viejo roble - by , Nov 20, 2023
3 / 5 stars
"Yo no soy racista, pero..."