CINE EN PLATAFORMAS
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[En el Día Internacional del Orgullo LGTBI+, recuperamos la crítica de una de las películas que, en los últimos tiempos, ha tratado esta temática de forma más interesante]
La persecución de la homosexualidad por parte del franquismo está todavía por documentar adecuadamente en el audiovisual español. Esta Te estoy amando locamente contribuye a esa documentación, desde un punto de vista ficticio, pero incardinando su crónica en la verídica historia de los primeros gais y lesbianas que se atrevieron, con la incipiente democracia aún intentando abrirse camino, a salir del armario, a presentarse por primera vez ante la opinión pública como lo que eran, un colectivo marginado, perseguido, sojuzgado, que sufría con frecuencia la arbitrariedad de la “justicia” franquista en forma de detenciones, encarcelamientos y torturas.
En ese contexto, la historia se inicia en junio de 1977 en Sevilla. La fecha no es baladí: es el mes en el que se producen las primeras elecciones democráticas en España tras más de cuarenta años (las anteriores habían sido en 1936, durante la Segunda República). Conocemos entonces a Miguel, un chaval de 17 años, a su madre, Remedios, que vive por y para su hijo, después de que, unos años atrás, su marido, que regentaba una sastrería en la ciudad, se suicidara. Reme quiere que su hijo estudie Derecho, y el chico está preparando para ello el examen de la Selectividad (el antecedente de la actual PEvAU); pero lo que realmente quiere el chico es ir al programa Gente joven, de Televisión Española, una especie de “talent show” de la época que gozó de gran popularidad. Aparte de eso, Miguel se sabe homosexual, pero no se atreve a decírselo a su madre ni a hacer nada que pueda descubrirle ante los demás, aunque su entorno lo sabe, o, al menos, lo sospecha…
Te estoy amando locamente se podría decir que es la puesta en escena de lo que podríamos llamar el equivalente al Stonewall neoyorquino de 1969 en Sevilla, solo que en la capital andaluza tuvo lugar ocho años después, en 1977, con la constitución de un efímero (pero que sería semilla de otros grupos más organizados y estables) del autodenominado Movimiento Homosexual de Acción Revolucionaria (MHAR), grupo que ciertamente existió, creado en las fechas que se citan en la película, a mediados de los años setenta, y que llegó a convocar (y, lo que es más sorprendente, a conseguir que a la misma fueran más de mil personas) una manifestación en las calles sevillanas reclamando la derogación de la llamada Ley de Peligrosidad Social, paraguas bajo el que el régimen franquista persiguió implacablemente a gais y lesbianas.
El malagueño Alejandro Marín, él mismo militantemente gay, creador de series como Maricon perdido (2022), biopic sobre el escritor y activista cultural Bob Pop, escribe y dirige este film reivindicativo, que podría ser, como decimos, la exposición en el audiovisual de lo más cercano que hemos tenido en Sevilla y Andalucía al Stonewall neoyorquino, como saben, el pub que a finales de los sesenta, mediante su resistencia ante las redadas de la Policía, hizo que el movimiento gay USA despertara de su inacción ante la persecución secular de la que eran víctimas sus miembros. Pero aparte de esa puesta en escena del primer grupúsculo que intentó canalizar las incipientes y todavía mínimas reivindicaciones (que no los detuvieran por una ley abyecta, que no los golpearan, que no los metieran en la cárcel por su orientación sexual), Te estoy amando… es, sobre todo, la historia de la asunción de una madre de la forma de ser de su hijo, en un duro aprendizaje que habrá de desarrollar desde posturas evidentemente homófobas (y es que en aquella época la sociedad en su conjunto era inequívoca y mayoritariamente homófoba, con una homofobia ambiental, en la que se nacía y se crecía), hasta otra en la que llegará a darse cuenta de que nadie puede ser ni señalado ni mucho menos penalizado por la forma en la que quiera desarrollar su sexualidad.
Con ese criterio, Marín se revela como un cineasta inusualmente dotado para contarnos historias que saben a verdad, con unos estupendos diálogos que suenan a verídicos, a reales, con escenas notables como el enfrentamiento de Reme con los compañeros gais y lesbianas de su hijo, delante de los Juzgados sevillanos, cuando la madre aún cree que ellos son las “malas compañías” que han influido en su hijo y no los amigos en los que el chico ha tenido cobijo para salir adelante y ser verdaderamente él; y, por supuesto, la extraordinaria escena en la que Reme acude al domicilio del rancio abogado conocido de su familia, al que implorará para que interceda por su hijo, encarcelado por la execrable ley de Peligrosidad Social, para encontrar solo largas cambiadas, silencios, cuando no menosprecio. Esa escena, culminada con la salida de Remedios de la casa con los ojos arrasados en lágrimas, supondrá su caída del caballo en el camino de Damasco, será el momento en el que la mujer que abjuraba de cualquier forma de sexualidad que se saliera de lo “normal” (lo que quiera que sea eso), se dé cuenta de que su hijo, le guste quien le guste para irse a la cama, es su hijo, alguien que necesita todo su amor, todo su apoyo, y a eso se pondrá con todos sus sentidos.
Film evidentemente irregular, donde las reuniones de los pocos efectivos del MHAR resultan un tanto pedestres, sin embargo nos parece que esa sensación de caos, de desorganización que transmiten esos pocos entusiastas que creían a pies juntillas en lo que hacían, se corresponde en realidad con ese momento de magma ideológico, de caótica transformación que supuso, en muchos aspectos, la Transición Española.
Rodada con funcionalidad por Marín, con algunas perlas como la escena citada en la casa del abominable abogado, la película funciona muy bien desde un aspecto costumbrista, con ese patio de vecinos en el que lo fundamental es mantener las apariencias (esa madre en el día de la boda de su hija embarazada, diciéndole “lo que importa es que no se note”, mientras una amiga le dice “lo que importa es que no se asfixie”, por la estrechez del vestido de novia…), con una mirada cómplice hacia sus personajes, tanto los protagonistas como los secundarios, en lo que se adivina un intenso trabajo de campo para captar esa esencia realista, ese tono popular de la época, de una sociedad que se aprestaba, quisiera o no quisiera, a un tremendo cambio social en muy pocos años. Pero entonces aún se estaba en mantillas y se tenía que luchar, como dice el adagio, por lo que era evidente.
Película ciertamente no exquisita pero que sabe a verdad, muy bien ambientada en aquellos años setenta de pelos imposibles, de pantalones ajustados, de coches que ahora son encantadoramente “vintage” pero entonces eran incomodísimos utilitarios, Te estoy amando locamente se gana al público por su sinceridad, por su apuesta por la lucha contra la represión de la homosexualidad en la España franquista, que ciertamente no fue única (en países como Alemania o Reino Unido, adalides de la democracia, la despenalización de las relaciones homosexuales tuvo lugar no hace ni medio siglo…), pero que aquí, combinada con los tics dictatoriales del régimen y su mojigatería nacionalcatolicista, fue especialmente virulenta.
Ana Wagener, como la Remedios madre de Miguelito, hace el que quizá sea el papel de su vida, y mira que los ha hecho buenos, una mujer que, a la fuerza ahorcan, irá evolucionando desde sus posturas ambientalmente homófobas, propias de la época, hasta la comprensión de la diversidad, de que amar de otra forma no convierte a esa persona en un peligro social, mucho menos en un pervertido. Esa matizada evolución de Reme es, con mucho, lo mejor del film, extraordinariamente dado por esta actriz eximia cuyo papel aquí está pidiendo ya a gritos la nominación al Goya a la Mejor Actriz Protagonista en la próxima edición. El onubense Omar Banana, de peculiar apellido, compone un Miguelito interesante, el chico acomplejado por su sexualidad, que quiere contentar a su madre pero a la vez realizarse como persona, y que tendrá también que recorrer su propio camino lleno de contradicciones hasta encontrarse a sí mismo. Del resto nos quedamos con un Manuel Morón magnífico como el hideputa del abogado felón que abandona a la madre atribulada y, por supuesto, con una Mari Paz Sayago que está formidable como la típica viuda acusica, por supuesto vestida de riguroso luto, que en los años setenta (me temo que alguna queda aún, en entornos rurales) era un auténtico cuervo lleno de pesimismo y mala leche, pero que ella, tan buena actriz, reboza en humanidad y, sobre todo, en un divertido humor sardónico.
(14-07-2023)
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