Ya hemos hablado en esta serie de artículos, en anteriores entregas, de algunos días que hicieron historia durante el siglo XX: El Atentado de Sarajevo, el Asalto al Palacio de Invierno, el Ataque a Pearl Harbor y el llamado Día D. Véase que, de esos cuatro “días decisivos”, dos de ellos tuvieron lugar durante la Segunda Guerra Mundial, probablemente el acontecimiento histórico que marco indefectiblemente, en todos los órdenes, el resto del siglo, y que aún cuando estamos ya rozando el primer cuarto de centuria siguiente, continúa coleando en muy diversas formas.
Pues esta quinta entrega también se refiere a esa ominosa guerra mundial que llevó el ordinal segundo: hablamos de la Bomba Atómica que se arrojó sobre Hirosima en agosto de 1945, aunque también, claro está, de la lanzada sobre Nagasaki, tres días después, y que puso fin de forma harto traumática al conflicto bélico en el frente asiático.
6 de agosto de 1945: la Bomba Atómica sobre Hiroshima
En esta fecha la guerra había acabado en Europa: la Wehrmacht, el otrora poderosísimo ejército alemán, se había rendido sin condiciones ante el avance imparable de las tropas norteamericanas, inglesas y francesas por el Oeste y, sobre todo, del Ejército Rojo por el Este, que de hecho fue el que llegó primero a Berlín. Hitler y su esposa Eva Braun se habían suicidado en su búnker en la capital germana. Pero en Asía la contienda seguía lejos de terminar, con una resistencia del Imperio Japonés ciertamente llamativa, aunque era evidente que tenían todas las de perder, una vez rendidos sus aliados alemanes. Así las cosas, desde años antes el gobierno norteamericano, sabedor de que Alemania experimentaba con la fisión del átomo para fabricar bombas nucleares, crea secretísimamente el llamado Proyecto Manhattan, al frente del cual sitúa al físico J. Robert Oppenheimer. Éste, junto a un nutrido grupo de científicos de primera línea, desarrollarán el proyecto de la primera bomba atómica; tras unas primeras pruebas satisfactorias, el presidente USA, Henry Truman, ordena el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre sendas ciudades japonesas medias, para “persuadir” (por decirlo de una forma suave) al Imperio Nipón a rendirse, aunque también con la poco secreta intención de hacer ver a su ya entonces evidente enemigo, la URSS, que poseía un arma de destrucción masiva contra Rusia si fuera necesario.
La primera bomba atómica, que viajaba en un avión bautizado como Enola Gay (que décadas más tarde daría lugar a una popular canción con ese título), fabricada a partir de uranio enriquecido, fue llamada, quizá de forma sarcástica, Little Boy, “pequeño muchacho” o “muchachito”... nombre un tanto peculiar para un destructor de mundos, como se dice en los libros sagrados hindúes sobre quien tiene esa brutal capacidad. Tres días después los Estados Unidos arrojaron otra bomba (en este caso con plutonio enriquecido como elemento comburente), en este caso sobre Nagasaki, bomba ahora llamada Fat Man, “hombre gordo”. Aunque es difícil dar estadísticas fiables de las muertes producidas por esas dos detonaciones, las fuentes más confiables hablan de que, debido a las dos explosiones, una sobre Hiroshima y la segunda sobre Nagasaki, se produjeron, en total, un número de víctimas, en su gran mayoría civiles, en una horquilla entre las 110.000 y las 235.000 personas.
Por supuesto, esa primera vez en la que el ser humano ha utilizado un armamento tan letal (ahora ese mismo armamento es infinitamente más mortal: alguna vez se ha calculado que existe en la Tierra un arsenal atómico, entre todas las potencias nucleares, como para destruir 40 veces el planeta...) fue un día histórico, fatalmente histórico. El hecho de que, casi ochenta años después, no nos hayamos reventado mutuamente en alguna de las varias crisis que han existido y que nos han puesto a los pies de los caballos a todos los humanos (véase, por ejemplo, la conocida como Crisis de los Misiles entre USA y la URSS), linda seguramente con el milagro.
Tomando, como siempre, como norma el orden cronológico de rodaje que nos hemos autoimpuesto, y teniendo en cuenta que hay mucho material sobre la bomba de Hiroshima, y que solo hemos tomado algunos de ellos, los más significativos, el primer título que nos encontramos es Los niños de Hiroshima (1952), precisamente una producción japonesa, adaptación de la novela homónima de Arata Osada, dirigida por un entonces todavía joven Kaneto Shindô, quien sería uno de los maestros del cine nipón de la segunda mitad del siglo XX. En este film, con la excusa del regreso de una antigua vecina de Hiroshima a su pueblo natal, algunos años después de la bomba, asistiremos a un doloroso acercamiento poético a aquel día aciago, y a sus consecuencias, en un hermoso pero tristérrimo blanco y negro, que aún hoy conmueve con este amargo hito de la (in)Humanidad.
Solo un año después nos encontramos con Hiroshima (1953), de nuevo con pabellón japonés, ahora con dirección de Hideo Sekigawa, y de nuevo también una versión de la misma novela de Osada, dado que la dirigencia del país no quedó demasiado satisfecha del escaso mensaje político del film de Shindô. Esta nueva versión será más próxima a las tesis oficiales, y, sin olvidar el lirismo funerario del tema, hace más hincapié en quiénes lanzaron la bomba, algo que en la anterior versión parecía que había caído del cielo (literalmente...) sin que hubiera nadie detrás de semejante desafuero. Esta nueva versión está considerada como una narración brillante y en clave realista sobre lo sucedido aquel 6 de agosto de 1945 en la ciudad de Hiroshima, en la que en esa fecha vivía en torno a 400.000 personas, de las cuales una de cada cinco murió al instante o poco después, y un número indeterminado falleció posteriormente a consecuencia de las dolencias provocadas por los agentes radioactivos liberados.
La tercera película que comentaremos juega en otra liga; hablamos de Hiroshima mon amour (1959), la bellísima pero también muy compleja película de Alain Resnais, el primer largometraje (antes ya había llamado poderosamente la atención con cortos como Guernica y Noche y niebla) de un cineasta que se convirtió en uno de los grandes del cine francés de su tiempo. Con guion y diálogos de la escritora Marguerite Duras, el film fue nominado precisamente al Oscar al Mejor Guion, además de conseguir premios en certámenes como Cannes, y se convirtió instantáneamente en un clásico de culto, una mirada desolada sobre lo acontecido en Hiroshima con la bomba, pero también sobre el amor y su fugacidad, sobre la capacidad del ser humano para recordar, pero también para olvidar.
Por supuesto, sobre ese día fatídico se han rodado muchos documentales. Uno de ellos fue The day after Trinity (1981), producción norteamericana dirigida por el habitualmente director de fotografía Jon Else, que con este hizo uno de los dos documentales que realizó para la gran pantalla. El film se centra fundamentalmente en la figura de J. Robert Oppenheimer, padre de la bomba atómica, buscando alertar al mundo (por si no estuviéramos ya enterados...) del grave peligro que supone ese tipo de armamento, a través de una serie de entrevistas que van fijando la figura del físico que inventó la bomba, estableciendo también su evolución desde la posición del científico teórico hasta ser llamado para plasmar materialmente las teorías que hablaban del poder destructor de la fisión del átomo, hasta, una vez estalladas las bombas de Hiroshima y Nagasaki, pasarse al bando que buscó incesantemente que ese elemento del demonio escapado de la caja de Pandora, una caja que él contribuyó como nadie a abrir, fuera encapsulado por una limitación de la proliferación del arsenal nuclear. Es cierto que en aquella época no solo no tuvo éxito con ello, sino que además fue tachado de traidor e incluso juzgado por ello, pero el tiempo le dio la razón, y décadas más tarde, tratados como los SALT y los START, entre USA y la URSS, buscaron limitar la capacidad de autodestrucción del ser humano (menos daba una piedra...).
El quinto título que traemos aquí es de nuevo japonés. Se titula Hiroshima (1983), y se trata de un anime dirigido por Mori Masaki, en el que se recrea notablemente lo sucedido al caer la bomba sobre la ciudad nipona, con un realismo ciertamente tremendo, aunque no exento de un patetismo lleno de poesía, en una película que, ciertamente, no deja indiferente. El film no se limita a reproducir extraordinariamente el momento clave de la caída de la bomba, con la práctica pulverización de las personas que estaban en un radio de 3 kilómetros, sino que también habla sobre las terribles consecuencias que debieron soportar durante mucho tiempo las personas que sobrevivieron, como consecuencia de las enfermedades que generó la radioactividad y por fenómenos como la llamada “lluvia negra”, que envenenaba a los seres humanos, animales y plantas.
Precisamente Lluvia negra (1989) es el título del siguiente film que vamos a glosar, de nuevo una película nipona (está claro que para los japoneses Hiroshima y Nagasaki suponen un trauma nacional imposible de olvidar), ahora dirigida por otro maestro, Shôhei Imamura (el autor de la prodigiosa La balada de Narayama), que se centra en esa post-bomba, en las terribles consecuencias que sobre la población civil tuvo aquella infausta explosión, en un film transido (de nuevo, pero cómo acometerlo si no...) de lirismo, de un lirismo devastador, en una historia en la que, por debajo de la normalidad aparente de una familia corriente, latía la tragedia de un pueblo condenado a muerte sin remedio.
El año 2023 fue un año en el que el lanzamiento de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki estuvo en primera línea, y ello se debió al éxito de público (976 millones de dólares de taquilla en todo el mundo; fuente: The-numbers.com), de crítica (93% de críticas favorables; fuente: Rotten Tomatoes) y de premios (7 Oscars de los 13 a los que optaba, 5 Globos de Oro, 7 BAFTAs, entre otros muchos) del largometraje producido por Universal titulado Oppenheimer (2023). El británico Christopher Nolan, uno de los cineastas más interesantes surgidos en este siglo XXI, ponía en escena la vida de J. Robert Oppenheimer (con repartazo: Cillian Murphy, en el papel de su vida, más Robert Downey Jr., Matt Damon, Emily Blunt, Kenneth Branagh, Gary Oldman...) que como hemos visto fue el director del Proyecto Manhattan que concibió la forma de utilizar la energía atómica de forma destructiva, pero que, tras darse cuenta del monstruo que tan principalmente había contribuido a liberar, intentó por todos los medios a su alcance limitar la fuerza devastadora de la bomba atómica. Aunque no hay en este film anglo-norteamericano algo parecido a la contrición por aquella absoluta barbaridad que fue el lanzamiento de aquellas dos bombas, las únicas que hasta ahora han sido lanzadas sobre población civil (loados sean los cielos... y toquemos madera...), sí es cierto que la mirada hacia las autoridades norteamericanas que estaban presionando insoportablemente para que el Proyecto Manhattan diera sus frutos no es precisamente benévola con las mismas, deseosas de probar el nuevo juguetito y con ello convertirse (otra vez...) en el puto amo mundial.
Este año pasado, 2023, ya decimos, se puede decir que fue el año del (re)descubrimiento del famoso científico neoyorquino (aunque de apellido obviamente germánico), mayormente, por supuesto, por el ambicioso proyecto de Nolan con su largometraje de ficción basado en hechos reales; pero también hubo otras formas de acercamiento a tan fascinante personaje, como cabía esperar, sobre todo buscando presentar otras perspectivas, otro tipo de relato, o quizá una aproximación más rigurosa a su historia. De hecho, en ese mismo año se rodaron o estrenaron un buen puñado de documentales que buscaron, con toda probabilidad, uncirse a la estela del “blockbuster” producido por Universal, con títulos que remitían siempre al científico que abrió la caja de los truenos, y de los que citaremos algunos de ellos para que se vea hasta qué punto este 2023 podría haberse llamado con toda razón “el año Oppenheimer”: la británica Oppenheimer: the real story, la norteamericana Oppenheimer. El dilema de la bomba atómica, la también yanqui Oppenheimer after Trinity, o el mediometraje británico El verdadero Oppenheimer.
Ilustración: Una imagen de la película japonesa Lluvia negra (1989), de Shôhei Imamura.
Próximo capítulo: En el 80 aniversario del Desembarco de Normandía: días históricos del siglo XXI vistos por el cine. El Asesinato del presidente Kennedy (VI)