CINE EN SALAS
El estreno a principios del siglo XXI de la trilogía que adaptó El Señor de los Anillos, el monumental tríptico escrito por el sudafricano J.R.R. Tolkien, en tres películas: La comunidad del Anillo (2001), Las dos torres (2002) y El retorno del Rey (2003), supuso un auténtico fenómeno de masas, convirtiéndose desde entonces en un referente imprescindible en el audiovisual, en especial en el relacionado con el género fantástico. Entre las tres películas recaudaron en todo el mundo 2940 millones de dólares (fuente: The-numbers-com), cifra nada desdeñable que, evidentemente, propiciaba continuar, de una forma u otra, incidiendo en el cautivador mundo de espada y brujería creado por Tolkien. Así surgió la trilogía en la que se adaptó El hobbit (precuela literaria del autor sudafricano), con otras tres películas: Un viaje inesperado (2012), La desolación de Smaug (2013) y La batalla de los Cinco Ejércitos (2014), que volvió a funcionar excelentemente en taquilla (2910 millones de dólares, con igual fuente), así que estaba cantado que el universo Tolkien debía seguir siendo explorado (y explotado...). De esta manera surgió la serie televisiva El Señor de los Anillos: los anillos del poder, producida por el gigante Amazon, iniciada en 2022 y de la que ya hay (cuando se escriben estas líneas) dos temporadas estrenadas y una tercera en producción.
Así que esta El Señor de los Anillos: la guerra de los Rohirrim procede, obviamente, del gran éxito de sus predecesoras, pero nos parece que no se trata simplemente de seguir exprimiendo el limón, o la ubre de la vaca, sino de aportar nuevos capítulos para seguir rellenando la inmensa historia legendaria que se inventó aquel fabulador nato que fue Tolkien, aquel que dijo, y con qué razón, “Historias semejantes... crecen como semillas en la oscuridad, alimentándose del humus de la mente: todo lo que se ha visto o pensado o leído, y que fue olvidado hace tiempo… La materia de mi humus es, principal y evidentemente, materia lingüística”.
La peculiaridad de esta precuela, ambientada 261 años antes de los hechos acontecidos en la trilogía primigenia contada en el tríptico cinematográfico de principios de siglo, es que no está filmada con personajes de carne y hueso, no es un film de acción real, sino que está hecha con dibujos animados, en la peculiar forma que ha popularizado el anime japonés, nacionalidad que, de hecho, interviene como país coproductor, habiéndose encargado la película precisamente a un bragado cineasta perito en la técnica de animación en 2D, Kenji Kamiyama, con una larga carrera siempre dentro del “cartoon” nipón, en el que ha ganado prestigio y popularidad. De todas formas, Peter Jackson, el director de la trilogía inicial (y de la de El hobbit) se ha reservado, como productor, el control del film.
La historia se basa esencialmente en los llamados Apéndices de El Señor de los Anillos, publicados por Tolkien en 1955, tras la edición de su obra magna; en esos Apéndices se cuentan, de forma no especialmente detallada (de la misma manera en la que escribió El Silmarillion), los antecedentes de las historias que confluyeron en su gran novela en tres volúmenes. Entre esas historias está la que nos habla de cómo surgió el que en El Señor de los Anillos se conoce como El Abismo de Helm, la historia del anciano rey Helm, quien fue retado por uno de sus nobles más ambiciosos, Freca, tras ser rechazado el hijo de este, Wulf, como esposo de la hija del rey, Héra. El monarca, en igualado duelo, mató a su vasallo de un único pero terrible puñetazo (lo que le valió, muy apropiadamente, el apelativo de Mano de Hierro o Mano de Martillo); Wulf jura odio eterno al rey, al que maldice, lo que hace que sea desterrado. Héra, una chica indómita que no quiere amarrarse a ningún hombre, será clave en la contienda bélica que no tardará en desatarse en el reino...
Es curioso, porque la historia que relatan los Apéndices es, en su mayor parte, seguida pulcramente por el guion, pero aquí se amplía considerablemente el papel de la hija, Héra, que en el texto literario es un personaje episódico sin más relevancia que ser el objeto de deseo (político, pero también carnal) de su amigo de infancia Wulf, para cobrar aquí volumen de protagonista absoluta, solo levemente ensombrecida por la imponente figura del padre, ese viejo Helm con más vidas que un gato y cuyas escapadas nocturnas para ir matando, uno a uno, a los sitiadores de Edoras, su ciudad, es una de las peculiaridades de este film que, ciertamente, supone sobre todo una visión en clave feminista de aquella historia tolkieniana. Una clave feminista que, digámoslo ya, no chirría en absoluto, aunque es evidente que es fruto de nuestro tiempo, no siendo imaginable siquiera un cuarto de siglo antes, cuando se puso en pie el gigantesco proyecto de la trilogía de El Señor de los Anillos. Pero está bien que tengamos, como es el caso, protagonismos femeninos que nos recuerden que ellas, por supuesto, también pueden ser heroínas, mujeres bragadas que, como dice en un momento la prota, quiere poder elegir, no ser simplemente una comparsa de los hombres.
Kamiyama opta por un tratamiento visual que no es que sea novedoso, pero sí funciona muy bien en este tipo de films, combinando el dibujo en 2D de los personajes con los fondos, que con frecuencia son fondos reales, retocados levemente para otorgarle esa cierta pátina fantástica que todo film de animación requiere (y más este, que es fantasía pura y dura...), lo que confiere a la película una cierta sensación onírica, funcionando muy bien esa extraña mixtura entre dibujo clásico y fondos verdaderos, especialmente los relativos a paisajes naturales, sobre todo los de los espacios montañosos nevados, en los que se desarrolla buena parte del film. Ese tratamiento formal imbrica bien con la historia, en puridad una historia de enfrentamiento bélico por motivos tales como la ambición, la venganza, el odio... esos sentimientos humanos que, con tanta frecuencia, desde que nos bajamos de los árboles, nos han empujado a matarnos entre nosotros muy gentilmente.
Bien narrada, las dos horas largas que dura la cinta no resultan eternas, como tan frecuente ocurre hoy día con otros metrajes excesivos; aquí nos parece que dura lo que tiene que durar, para que conozcamos no solo los brutales enfrentamientos a los que dio lugar aquel puñetazo letal, sino también la evolución de los personajes, en especial la protagonista, que se afianzará, a lo largo de la historia, en su convicción de que ella, y solo ella, es la que puede, y debe, elegir su destino, siendo evidentemente, en ese sentido, un personaje muy actual.
Con un dibujo que recuerda a ratos poderosamente el trazo que hizo popular Studio Ghibli, aunque aquí claramente inmerso en los animes bélicos en los que Japón es también líder, La guerra de los Rohirrim nos parece que prosigue con fortuna la estela que hace ya casi un cuarto de siglo inició aquella trilogía primigenia, que está resultando ser un feraz venero con una notable capacidad para generar nuevas historias basadas en ese “humus” literario al que se refería Tolkien. La aparición, ya en el epílogo, de algunos de los personajes principales de la trilogía, como Saruman y, sobre todo, Gandalf, funcionan como engarce con aquella historia principal de las que parten, hacia atrás, todas las demás que se han hecho, se están haciendo, o se harán.
(12-12-2024)
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