CRITICALIA CLÁSICOS
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Frank Capra (Sicilia, 1897 – California, 1991) fue el último de los grandes cineastas de Hollywood en morir, el último de los que conocieron a los pioneros, Griffith, Ince, Chaplin, Keaton, en la primera época del cine americano, cuando todavía se estaban poniendo los cimientos de un lenguaje que cambiaría el mundo. Su cine estuvo siempre impregnado de honesta bonhomía, como su inolvidable Juan Nadie (1941) y la no menos memorable Caballero sin espada (1939), feroces críticas al mundo de los mediocres politicastros profesionales (de qué me suena esto...); en ¡Qué bello es vivir!, con igual aliento entre la poesía y la épica, podemos asistir a un hermoso cuento de Navidad en línea con lo que gustaba a Capra: voluntarismo humanista, posibilismo rayano en la utopía, lírica del hombre pobre frente al poderoso, siempre desde una perspectiva cristiana, y en los años treinta y cuarenta enlazando muy bien con el espíritu del New Deal predicado por Roosevelt para salir de la Gran Depresión.
En un pueblecito norteamericano, George Bailey, un padre de familia, honrado a carta cabal, se opone a que los ricos del lugar (personificados en el viejo e impío magnate Mr. Potter) acaben con la compañía de empréstitos que fundó su padre, una institución ideada para prestar ayuda económica a los más necesitados del lugar. Se tendrá que enfrentar entonces con la especulación, la marrullería, la codicia sin tasa de los plutócratas que no se detendrán ante nada para conseguir sus objetivos. El hombre honrado será entonces emboscado y una lamentable casualidad le pondrá a los pies de los caballos...
Es cierto que hay una poética humanista en ¡Qué bello es vivir! que hoy día, casi ochenta años después de su rodaje y estreno, nos puede parecer un tanto trasnochada; pero en realidad no es así: es esta época nuestra la que está fuera de tono... Véase la película, si es posible, buscando reencontrarnos con la ingenuidad de la niñez, y entonces se disfrutará plenamente.
El actor que más cabalmente podía llevar a cabo el personaje central sin desmerecer era, por supuesto, el gran James Stewart, y él es el alma de la película, convenientemente arropado por un excelente cuadro de actores característicos, entre los que destaca el gran Lionel Barrymore en su composición del ricachón del lugar, Mr. Potter, el enemigo número uno de Stewart y de su pobre gente, el arquetipo del banquero sin alma.
Como se ve, el tema es antiguo pero a la vez rabiosamente moderno: el hombre sigue siendo un lobo para el hombre, aunque una nueva flauta de Hamelin nos haga creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Película aún fuertemente influida por el mentado New Deal de Roosevelt, lo está también por el subidón de euforia y el fuerte chute de humanismo que supuso ganar la Segunda Guerra Mundial, en ese momento en el que todo parecía posible, incluso que el ser humano fuera, contra toda esperanza, realmente humano.
Especial interés tiene, por supuesto, todo el tramo final, desenlace incluido, con nuestro protagonista, decente hasta decir basta, al que la concatenación de catastróficas desgracias ponen a prueba su paciencia cual la de Job, agriándosele instantáneamente el carácter y decidiendo entonces acabar con todo, a sabiendas de que vale más muerto que vivo. Esa última parte, con la intervención divina de su ángel de la guarda (el divertido Clarence, al que interpreta entrañablemente Henry Travers), que tiene que “ganarse las alas”, parece el envés del famoso Cuento de Navidad de Dickens, en concreto de la historia del avaro Scrooge, cuando los fantasmas del Pasado, Presente y Futuro muestran a ese epígono de Harpagón las consecuencias de sus inmisericordes actos, solo que aquí Clarence lo que le enseña al abatido George es cómo sería la vida del pueblo, de la gente a la que quiere, si él no hubiera existido, una vida en la que su familia y amigos serían mucho menos felices, e incluso algunos habrían perdido, literalmente, la vida, al no estar aquel pedazo de pan para salvarlo, mientras que el pueblo se habría convertido en una especie de Sodoma (bueno, dentro de lo que cabe: estamos en 1946...). Y es que, como le dice a George el ángel de la guarda que busca sus alas, “la vida de cada hombre afecta a muchas vidas”, en lo que podríamos entender como una versión humanista del famoso “efecto mariposa”.
(25-12-2024)
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