Pelicula:

CINE EN SALAS

El caso de Luis (Soto) Muñoz (Baena, Córdoba, 2000) es un caso muy particular: licenciado en Cinematografía por la madrileña Escuela de Artes TAI, rodó su primera película, el mediometraje El cuento del limonero (2021), con solo 21 añitos, que ya es precocidad, un film donde ya se apreciaban algunas de las características que van conformando su todavía corta (pero no tanto: cuatro títulos en apenas cuatro años...) carrera: búsqueda de la esencia de la tierra que le vio nacer, esteticismo nunca vacío, presentación de la dicotomía infancia/vejez, entre otras. Después, con Sueños y pan (2023), busco el acercamiento a la juventud sin horizonte ni esperanza, en un film teñido de cierto onirismo, y ahora sorprende con esta muy madura Los restos del pasar (2023), que juega en otra liga, la de la aproximación en clave telúrica a la Baena de su niñez (pero también la actual), a través de una hermosa, a ratos bellísima evocación que juega especialmente con una de sus constantes, la relación entre infancia y ancianidad y cuanto de provechoso, en términos de estricto humanismo, puede derivarse de esa complicidad. Le acompaña en la codirección Alfredo Picazo. “Soto” es el apodo con el que es conocido Luis Muñoz, apodo que incrusta entre su nombre y apellido, entre paréntesis, de una forma que quizá sea su manera de distinguirse, de ser singular.

El film, que juega a dos bandas, en cuanto a géneros, con las claves del drama y del documental, no siendo ninguno de ellos, y siéndolo a la vez,  se articula a través de la narración locutada por Antonio Reyes, con una voz sugerente, modulada con el bello acento andaluz de la zona, que da voz, desde el presente, al niño que fue, o que representa que fue, un niño también llamado Antonio, y sus ingenuas andanzas en el Baena de hace décadas, con sus amigos coetáneos, pero también, y sobre todo, con el viejo pintor Paco Ariza, que será para el pequeño Antonio algo así como un mentor heterodoxo que le habla y le enseña, con sus mismas palabras, sobre la vida, sobre el arte (un cuadro no terminado no es un cuadro todavía, no existe; un burro en arte es como cada uno cree que es...), también sobre la muerte (como el conejo muerto y enterrado, como prefiguración de la postrera desaparición del pintor como metáfora de su defunción); también aparece como figura importante el padre Don Jesús, que le habla de la religiosidad de honda raigambre popular, como los ángeles de la guarda, lo que permitirá al pequeño hacer algunas curiosas elucubraciones sobre los “burros de la guarda”, que serían los protectores de los humildes rucios.

A partir de esa línea central, que gira sobre el niño que será el narrador adulto que nos cuenta aquella infancia cuasi onírica de sus recuerdos, “Soto” y Picazo van introduciendo elementos costumbristas, como humildes tareas bien domésticas (la viejuca cocinando), bien relativas a las cuestiones cofradieras (las mujeres cosiendo las túnicas, o colocando las flores en la canastilla del trono), casi siempre tareas en las manos anónimas de las mujeres, de las que confieren ese aliento milenario de los trabajos modestos cuya ejecución va pasando de generación en generación. También tendremos escenas dedicadas a otro de los ejes esenciales del film, las procesiones de la Semana Santa de Baena, desde los tronos (porque allí se llevan, a la malacitana manera, sobre andas o varales) hasta las saetas, cantadas en la película siempre por mujeres, con una nitidez y emoción que llegan, y de qué manera.

No busca Los restos del pasar el esteticismo por el esteticismo, sino que busca que la belleza no sea finalista, no se quede en la belleza por sí misma, sino que conspire para acercar al espectador a la magia de esa niñez sugestivamente recobrada, entre pinturas, tareas domésticas, procesiones, juegos infantiles, en una armoniosa taracea que huye del realismo a ultranza para intentar más la aproximación a las sensaciones, a los fogonazos de momentos que al relato naturalista.

En ese sentido, presenta el film, a nuestro juicio, una doble aproximación artística: por un lado, una mirada expresionista, que se manifiesta claramente en la bellísima fotografía en blanco y negro (el color, muy medido, lo reservan los directores solo para las imágenes que incluyen los cuadros y la paleta del viejo pintor), que recuerda, en sus contrastes entre luces y sombras, aquel legendario movimiento del expresionismo alemán que tuvo su correlato posteriormente tanto en el cine negro como en el melodrama, entre otros géneros; por otra parte, también presenta la película una visión que podríamos llamar impresionista, dicho a la cinematográfica manera, en la que la historia está pespunteada no por un hilo narrativo, sino por imágenes, por escenas, por secuencias que van conformando un todo armónico, un acercamiento etnográfico a un pueblo y su alma milenaria. De esta manera, a través de ese impresionismo fílmico, el relato no se construye con una línea narrativa al uso, sino con pinceladas, con fogonazos, con retazos de vida, o de ensoñación, que van enmarcándose en una historia antes sentimental que narrativa.

Llena de detalles, muy cuidada en todos los aspectos, funciona a la perfección la superposición amalgamada de elementos religiosos, costumbristas, pictóricos, paisajísticos, incluso filosóficos, todo ello desde la mirada inocente y absolutamente abierta del niño. Intenta la película (y lo consigue...) reproducir la mirada sentimental del chiquillo protagonista, los recuerdos solapados de la infancia en la que se superponen hábilmente los hechos con las emociones, también los descubrimientos calladamente extasiados de una realidad que se irá revelando progresivamente, en un relato a la vez caótico y perfectamente organizado.

Por supuesto, la película será mucho mejor apreciada por las personas originarias de Baena, que encontrarán claves propias que son imposibles de descifrar para los foráneos, que de todas formas podrán encontrar elementos más que sobrados para disfrutar de esta pequeña joya del cine, entre el documental y el drama, entre la evocación infantil y el aprendizaje de la vida, todo ello con una mirada melancólica hacia un tiempo, hacia una forma de vida que se resiste (afortunadamente...) a desaparecer.

La película ha sido galardonada en los Festivales de Cine de Sevilla, Gijón y DocumentaMadrid, está nominada a los Premios ASECAN, y fue seleccionada para la prestigiosa sección “Cannes Docs” del Marché du Film del Festival de Cannes.

(02-12-2024)


Género

Nacionalidad

Duración

83'

Año de producción

Trailer

Los restos del pasar - by , Dec 03, 2024
4 / 5 stars
Extraordinario documento etnográfico y emocional