CINE EN SALAS
Tenemos dicho de Borja Cobeaga (San Sebastián, 1977) que es generalmente un buen guionista pero un más bien mediocre director. En la primera de esas facetas, en la que se inició a principios de siglo, estuvo en la mítica tira cómica de la Euskal Telebista (ETB, la televisión vasca) Vaya semanita, de larguísimo recorrido, feraz cantera de cómicos, tanto delante como detrás de las cámaras, que desmontó la (supuesta) solemnidad de los euskaldunes; y, por supuesto, estuvo como coguionista en los dos mayores éxitos, en términos de taquilla, del cine español, Ocho apellidos vascos y Ocho apellidos catalanes. Pero como director ha sido el responsable de sinsorgadas como Pagafantas o No controles, aunque también es verdad que a veces está más entonado, como fue en el caso de la comedia negra Fe de etarras.
Con esta Los aitas nos parece que confirma esa dualidad del buen guionista (aunque aquí habrá que matizarlo...) y el más bien regularcete director. La acción se desarrolla en 1989, inicialmente en el extrarradio de Bilbao, en plena crisis de la empresa más importante entonces del País Vasco, Altos Hornos de Vizcaya (AHV), que dejó en el desempleo, en aquella década, a miles de trabajadores (la otrora poderosa compañía cerró definitivamente en 1996). En ese contexto conocemos a cuatro hombres, todos casados y con niñas (y uno de ellos también con un niño), y a sus mujeres, aunque estas tendrán un papel secundario. Los hombres están en el paro tras ser objeto de un expediente de regulación de empleo en AHV, y cada uno afronta esa situación de forma distinta: Oscar, un tipo que más que padre es “cuñao” (en la despectiva acepción del término), esperando incesantemente no a Godot, sino la llamada de sus jefes para, supuestamente, trabajar de nuevo en la empresa; Andoni, en proceso de separación, lo que liga también a su deseo de trabajar donde sea, incluso en el extranjero; Juanma, niño de papá y (consecuentemente...) más bien carajote, exdirectivo pero también puesto de patitas en la calle; y Néstor, que se ha embarcado, a la desesperada, en abrir un videoclub cuando el VHS estaba ya dando las boqueadas. Las hijas de los cuatro (y el hijo de Néstor, como acompañante) van a viajar con su profesora alemana Nina a Berlín para participar en una competición de gimnasia rítmica infantil, pero las madres de las crías, que eran las que las iban a acompañar, cogen una cogorza el día anterior mientras preparan los bocatas de mortadela, así que los padres se ven compelidos, velis nolis, a sustituirlas como tutores legales de los críos...
Pero lo cierto es que la película no funciona prácticamente en ningún momento. De entrada, los escasos chistes los hemos visto ya en el tráiler, ese destripador de gags, y de salida, la película basa su (supuesta) comicidad en lo que podríamos llamar humor de retrovisor: como la peli se ambienta hace 36 años, vamos a echarnos, ahora, a toro pasado, unas risas con los usos y costumbres de la época, como que se pensara que, efectivamente, el VHS era el futuro (y no el pasado...), o que se diga, ante la rechifla general, que años más tarde se prohibirá fumar en los establecimientos abiertos al público.
Por supuesto, hay una clara intencionalidad de que en esta a modo de “road movie” los cuatro padres machirulos (que no saben que lo son, porque el palabro no se había inventado aún...), resuelvan, más o menos, sus contradicciones y/o sus asignaturas pendientes con sus hijos (mayormente hijas...), y también más o menos se impliquen en las vidas de sus vástagos. Pero queda la impresión, y nos parece que no precisamente errónea, de que la película se ha hecho buscando con toda la intención una especie de reedición libérrima y a la vasca (sí, como la merluza...) de A todo tren: Destino Asturias, con sus padres forzados a tener que viajar, sin quererlo, con sus hijos, en este caso en un autobús en vez de en un tren, y a la capital de Alemania en vez de al Principado, de tal manera que hasta se podría haber titulado “A todo autobús. Destino Berlín”, y no hubiera estado desencaminado...
Comedia con niños, entonces, conforme a la (solo) comercialmente afortunada fórmula redescubierta por Santiago Segura (redescubierta porque ya está inventada hace decenios, por ejemplo en las pelis con Joselito y Marisol), pero sin que la fórmula funcione, ni de lejos, como ocurre con el cine de Segura, donde los niños/as son “resalaos” y suponen al menos la mitad del éxito; aquí, lamentablemente, las niñas no dan demasiado juego, estando a años luz de las descubiertas por ese lince llamado Segura, que tiene muy buen ojo para descubrir esos jóvenes talentos.
Decíamos antes que Cobeaga es, generalmente, buen guionista; pues lo del adverbio “generalmente” viene perfecto en este caso, porque en este caso no ha estado muy fino. Podría ser que aquí no interviene su habitual coguionista, Diego San José, siendo sustituida por Valentina Viso, que como libretista cinematográfica tiene más querencia por la dramedia o el drama puro y duro.
En definitiva, nos parece que Los aitas es una comedia bastante sosa y previsible, involuntariamente marciana, con un guion tirando a horrible, un guion al que sin duda le hubiera faltado darle algunas vueltas más para eliminar flecos sin interés y desarrollar algunos temas apuntados que se quedan sin madurar. Y es que los cuatro estereotipos masculinos están muy poco definidos, más allá de unos cuantos brochazos para que, malamente, los identifiquemos como los cuatro pobres diablos que evidentemente son. También se les escapa vivo a los guionistas un tema tan bombón como la caída del muro de Berlín, y no digamos el desvaído personaje de la profesora alemana, mal desarrollado y peor resuelto. La guinda (por decir algo...) la pone el personaje que hace Ramón Barea, un cura octogenario que resulta ser el peculiar chófer de la expedición y que responde al nombre de... Padre Arrupe, como aquel homónimo y poderoso prepósito general de los jesuitas, el hombre que, entre las décadas de los sesenta y setenta, sesgó hacia la izquierda a la Compañía (en religión, por supuesto, no hay otra Compañía que la de los ignacianos o jesuitas...), un cura que tuvo antiguamente la mano muy larga (para pegar, no para lo otro...), y ahora recupera una añeja tendencia a darle al frasco, y también a la espantada cuando menos se espera...
Vemos a los actores y actrices correctos pero escasamente entregados, muy en línea con el tono mortecino de la película, en lo que se nos antoja un endeble trabajo alimenticio que, desde luego, no dará lustre ni a sus carreras ni a la de Cobeaga.
(25-03-2025)
88'