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Definitivamente, Asghar Farhadi ha tomado el relevo en el liderazgo de la cinematografía iraní. Si en los años noventa y principios del siglo XXI era Abbas Kiarostami (fallecido en 2016) el cineasta persa de referencia, desde hace unos años es este guionista y director nacido en Isfahan el que recoge, con razón, los elogios de la crítica internacional. El hecho de que haya ganado dos Oscars en apenas cinco años, por Nader y Simin. Una separación (2011) y por esta El viajante (2016), habla a las claras del predicamento que el cineasta ha conseguido en el mundo del cine.

Las películas de Farhadi se caracterizan por una serie de premisas: una, se suceden siempre en contextos cotidianos: sus personajes son personas corrientes y molientes, sometidas a sucesos extraordinarios que les afectan y les abocan a reacciones imprevisibles; dos, Farhadi rueda sus películas con largas secuencias que, con frecuencia, incrementan progresivamente su dosis de tensión casi sin que se note, a fuerza de los diálogos y las situaciones que se van generando; tres, el contexto en el que se incardinan sus historias está siempre relacionado con la familia y, más concretamente, con las relaciones de pareja.

Teherán, hoy día. Emad es un profesor de literatura que, además, es director de escena y actor; su mujer, Rana, es actriz; ambos, junto a otros artistas, están a punto de representar en un local de teatro Muerte de un viajante, de Arthur Miller. La pareja se muda de casa, al tener que abandonar la suya por peligro de derrumbamiento; pero en el nuevo hogar la mujer sufrirá la agresión de un hombre cuando está sola…

Vaya por delante que, en mi opinión, El viajante baja un peldaño con respecto a las tres películas anteriores de Farhadi, las magníficas A propósito de Elly (2009), la citada Nader y Simin… (2011) y la rodada en Francia, El pasado (2013). Dicho lo cual, eso no supone, ni mucho menos, que carezca de interés: sigue teniéndolo, y en buenas dosis, si bien me parece que su voltaje es algo inferior a las estupendas películas mencionadas.

Aquí, como en las otras cintas farhadianas, se dan las premisas citadas típicas de su cine, sus constantes temáticas y estéticas; la tensión en la última secuencia es casi insoportable, a pesar de que no pasa casi nada, o precisamente es más insoportable por eso, porque los mimbres que usa Farhadi son mínimos, pero con un máximo rendimiento.

Aparte de ello, hay elementos tan novedosos en la cinematografía iraní como el hecho de que un personaje colateral, que no aparece en ningún momento pero al que se refieren con frecuencia y que es crucial en los sucesos que acontecen, sea una prostituta. Eso en cualquier otro lugar del mundo que no sea una república islámica, ferozmente regida por gazmoños clérigos ultramontanos, sería algo corriente (con independencia de lo que nos pueda parecer el fenómeno de la prostitución, que esa es otra historia), pero no allí, donde la mera mención a que existan “mujeres de la vida”, como la llaman en la película, sería objeto de anatema. Se supone que el hecho de que Farhadi consiguiera un Oscar por Nader y Simin… le ha debido dar cierta inmunidad para poder hablar de temas sobre los que el cine persa tiene prohibido hablar: sexo fuera del matrimonio, qué barbaridad…

Con independencia de esa osadía, que vista en su contexto nos parece realmente atrevida, lo cierto es que el filme funciona como un mecanismo de relojería que somete a una presión creciente a sus personajes y, por supuesto, al público que asiste a su visionado, la historia de un hombre y una mujer vapuleados por un turbio suceso, cuya reacción les involucrará en un asunto en el que se darán la mano la venganza y la compasión. La paralela representación de Muerte de un viajante actuará como marco de esta historia en la que, de forma libérrima, habrá también elementos de la obra milleriana trasladados al Teherán hodierno, como una parábola sobre la vejez, el final de la vida profesional, el adulterio, el descrédito.

Encabezan el reparto Taraneh Alidoosti y Shahab Hosseini, ambos habituales en el cine de Farhadi, como siempre admirables en sus contenidas interpretaciones, en sus silencios, aún más elocuentes que los diálogos.

Obra compleja, rodada con sencillez y personalidad, El viajante confirma, en efecto, la preeminencia de un cineasta de lúcida mirada que está sacando petróleo (qué apropiada la frase hecha, dado el país, uno de los principales exportadores del llamado oro negro) de historias de la locura cotidiana (gracias, Bukowski), historias de gente normal, zarandeadas por el destino, Alá, quizá el mero azar.


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125'

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El viajante - by , Mar 05, 2017
3 / 5 stars
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