Pelicula:

Jules Dassin (1911-2008) fue un cineasta norteamericano que tuvo hasta tres etapas bien definidas en su carrera, en función de dónde ejerció como director. La primera fue, lógicamente, la norteamericana, donde consiguió algunos films de extraordinaria fuerza, incardinados en lo que la Historia del Cine denomina “film noir” o cine negro, títulos como Fuerza bruta (1947), La ciudad desnuda (1948) y Mercado de ladrones (1949). De ideología claramente izquierdista, la persecución del llamado Comité de Actividades Antiamericanas, que comandó el ominoso senador MacCarthy le obligaría, a principios de los años cincuenta, a emigrar a Europa, en la que se inscribirá su segunda etapa, donde hizo (en Reino Unido, concretamente) otra notable película de ese mismo género, Noche en la ciudad (1950), para posteriormente pasar a Francia donde hizo esta Rififí (1955), que se convirtió en el epítome del cine de “atracos perfectos”. Después conoció a la actriz Melina Mercouri (que llegaría a ser ministra de Cultura del gobierno heleno de Andreas Papandreu), con la que se casó, y comenzó la tercera etapa de su carrera, la etapa que podemos llamar griega, con algunos títulos de cierto relieve, como Nunca en domingo (1960) y Fedra (1962), pero ya de todas formas claramente por debajo de sus mejores films. Después ya pudo volver intermitentemente a Estados Unidos a trabajar, pero su carrera ya no volvió a brillar como en los años cuarenta y cincuenta.

Como decimos, Rififí se convirtió en su momento en la referencia inevitable cuando se hablaba de una peli sobre un atraco perfecto, hasta el punto de en algún momento llegó a ser incluso un inesperado sinónimo, nunca aceptado por la RAE, para ese concepto de atraco planeado hasta el último detalle, milimétricamente ideado. La película consiguió el premio a la Mejor Dirección en el Festival de Cannes.

La acción se desarrolla en su tiempo histórico, a mediados de los años cincuenta, en París. Conocemos a Tony, un cincuentón que ha estado en la cárcel un buen número de años, tragándose ese marrón para evitárselo a otro más joven, casi un niño. Tony es más bien pendenciero, de mecha corta. Un viejo conocido le habla de un golpe que está maquinando, atracar una joyería con fama de inexpugnable. Tony no acepta, se ve viejo para eso. Aparte de eso, Tony guarda un sordo rencor contra Mado, la que fuera su pareja, que ahora se ha ennoviado con un tipo infecto, enemigo de Tony. Un bronco encuentro con ella parece convencerle de aceptar el ofrecimiento para formar parte de los atracadores de la joyería...

Sobre una novela de Auguste LeBreton, la película de Dassin es ciertamente modélica: es notable su exposición de unos bajos fondos parisinos perfectamente reconocibles como tal (aunque no los conozcamos, el “polar”, el cine negro francés, nos lo han mostrado numerosas veces), la construcción de un mecanismo de relojería perfecta para dar un golpe maestro que limpie las vitrinas e incluso la caja fuerte de la joyería que se tenía por imposible de atracar, en un plan milimétrico en el que nada queda al azar... salvo el factor humano, claro, que es casi siempre por donde hacen aguas estos supuestos “atracos perfectos”.

Así las cosas,Rififí resulta ser, a nuestro juicio, una encomiable película negra, un “polar” admirable en todos los sentidos: en la puesta en escena, seca, dura, sin concesiones, en una filmación firme, sin agujeros, exacta y precisa, en una poderosa muestra de cine negro francés pero claramente hibridado con el norteamericano; de hecho, recordemos que Dassin era yanqui y había cultivado –y de qué manera...- este género en su país, antes de tener que exiliarse de él.

Tiene la película un tono clásico, que roza la perfección, siempre con el encuadre adecuado, con un ritmo firme y sin baches, en una historia que se desarrolla como un reloj. Utiliza Dassin, en cuanto a la concepción visual, recursos de fotografía propios del expresionismo, con unas luces y (sobre todo) sombras (gentileza del operador Philippe Agostini, por supuesto en un preciso y precioso blanco y negro) que son casi un personaje más de la trama, una tupida intriga que se desarrolla fundamentalmente entre criminales: porque si el protagonista lo es, aunque el espectador se identifique con él porque intuye una desgraciada historia en la que se sacrificó por otros, sus antagonistas serán terribles, mucho peores, capaces de secuestrar un niño sin que se les mueva un músculo de la cara, en una época en la que ese tipo de crímenes en pantalla eran muy infrecuentes.

Llama la atención en la película todo el proceso de preparación del golpe y su ejecución, hecho prácticamente sin una sola palabra, solo la imagen de lo que están haciendo los atracadores e incluso, ya dentro de la joyería, prescindiendo hasta de la música, en un tiempo en el que, en cine, el silencio era veneno, había un “horror vacui” que había que rellenar para que el espectador no se aburriera; pero no se aburre, porque la propia acción, la propia imagen, tiene sobrada fuerza para que el público siga los hechos que vemos en pantalla sin pestañear. Un trabajo como este, de sólida puesta en escena, seco, cortante y austero, haría también algunos años después un grande del cine policíaco francés, Jacques Bècker, en La evasión, un film en el que los silencios tenían peso específico propio y cuya concepción visual y artística no anda lejos de la de Rififí.

Con recursos para efectuar el golpe muy ingeniosos, como esa espuma de extintor que servirá para dejar sin efecto la alarma de la joyería, Rififí avanza sin descanso en una última media hora de infarto, en la que acontece un secuestro para obligar a los atracadores a entregar a los (más) malos el botín, convirtiéndose en una historia de pesadilla, con idas y venidas de Tony y los suyos, intentando abortar esta maniobra canallesca de los villanos. Finalmente determinista, como cabe imaginar (como generalmente también lo era todo el cine negro francés, y no digamos el norteamericano), Rififí se mantiene, tantas décadas después de su producción, como un film impecable, una pequeño (o gran) joya del cine francés, del cine mundial.

Notable trabajo interpretativo, casi coral, aunque el peso actoral lo lleve mayormente Jean Servais, un actor que gozó de cierta popularidad en la época y que trabajó no solo con Dassin, sino también con cineastas igualmente excelentes como Max Ophüls y Luis Buñuel. Del resto nos quedamos con Marie Sabouret, que compone un muy interesante personaje de vampiresa atormentada (aunque puedan parecer términos antitéticos, no tienen por qué serlo...).

La música intrigante, sugestiva, de Georges Auric, es el complemento perfecto para esta historia finalmente desolada, que acaba como el rosario de la aurora, quizá como era inevitable (de ahí el determinismo...).

Como curiosidad, la película, en su estreno en España, a mediados de los años cincuenta, fue objeto de varios cortes de censura, mayormente porque las relaciones sexuales ilícitas de varios de los personajes eran muy evidentes, y también porque los personajes femeninos, con cierta frecuencia, aparecían ligeritas de ropa (vamos, en combinación y cosas así, nada del otro jueves...).

De la popularidad del film da idea el hecho de que algunos años después el cine italiano rodara una parodia, titulada Rufufú (1958), con dirección de Mario Monicelli, parodia que por cierto estaba muy bien, en una de las bifurcaciones que ya por aquel entonces, finales de los años cincuenta, tomaba el Neorrealismo, al que le quedaban ya pocos años de vida como movimiento cinematográfico.


(10-10-2024)


 


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118'

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Rififí - by , Oct 10, 2024
4 / 5 stars
Atraco (casi) perfecto